C u a t r o

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Lily colocó el jarrón de flores azules sobre la mesa. Al lado puso una nota manuscrita para Anna, mordiéndose el labio con consternación. No quería desaparecer de la vida de su amiga tan bruscamente como había llegado, pero no podía explicárselo en persona, el avión no esperaría. Además, temía que, si hablaba con ella cara a cara, se desmoronaría y le contaría la verdad. El futuro de su bebé dependía de que representara la charada exigida por Gianluca. No podía fallar ante el primer obstáculo.

Las flores eran fantásticas y sabía que el aciano era la flor favorita de Anna. Las había visto en una floristería mientras regresaba al piso y no dudó en comprar un ramo enorme para su amiga. El chófer de Gianluca había intentado pagarlas, pero ella se negó. Estaba acostumbrada a que sus empleados aparecieran ante la caja con dinero en metálico o una tarjeta de crédito. Pero las flores eran para su querida amiga, que la había ayudado en un mal momento. No ensuciaría el regalo permitiendo que Gianluca lo pagara. Aunque hubiera accedido a casarse con él, no permitiría que la comprara.

Lily miró el piso donde había vivido durante seis semanas. No lo sentía como su hogar, pero había agradecido la reconfortante presencia de Anna. En Venecia no tendría a nadie que la reconfortase. Había tardado poco en recoger sus cosas; viajaba ligera desde que dejó Venecia. Bajó y el chófer salió corriendo de la limusina a ocuparse del equipaje. Ella se quedó de pie en la acera, mirando las llaves que tenía en la mano.

–¿Quiere que me ocupe yo? –pregunto el conductor con cortesía–. ¿Hay algún vecino de confianza a quien pueda dárselas? ¿O las meto en el buzón? Lily parpadeó y lo miró un momento. Todos los empleados de Gianluca eran honestos y se desvivían por ayudar. Pero esa tarea le correspondía a ella.

–No, gracias –Lily le sonrió con tanta calidez como pudo. Estaba totalmente agotada y se sentía fatal–. Sólo tardaré un momento. Subió las dos plantas y entró en el piso por última vez. Dejó las llaves en la mesa, junto a la nota y el jarrón, salió de nuevo y cerró la puerta. Cuando oyó el clic del pestillo, se sintió como si su vida hubiera quedado dentro, y ella encerrada fuera. Sabía que estaba diciendo adiós a su libertad.

Unas horas después estaba sentada junto a Gianluca, contemplando la ciudad de Venecia mientras el avión iniciaba el descenso. Parecía una ciudad muy distinta de la que había abandonado seis semanas antes, el día después de decirle a Gianluca que estaba embarazada.

Por ha mañana la niebla se había disipado y el aeropuerto volvió a funcionar, pero la ciudad parecía descolorida y el agua de la laguna tenia un tono gris metálico. En ese momento brillaba el sol, y el agua tenía un color azul intenso, teñido con el oro del inicio del ocaso. La isla de Venecia era impresionante desde el aire, como una maqueta perfecta que hubiera caído en la laguna. Los monumentos clave se veían perfectamente y, durante un instante, Lily tuvo la sensación de no haberse ido nunca. Pero ya nada sería a igual.

–¿Tienes fuerzas para andar hasta el muelle? Ella se volvió hacia Gianluca con sorpresa. El muelle donde estaría esperando su barco privado no estaba lejos. Siempre habían ido andando.

–Me gustarla andar –contestó–. Gracias por preguntarlo –aún llevaba los zapatos de tacón alto que se había puesto para la presentación y empezaban a dolerle los pies, pero el aire fresco le sentaría bien. Poco después surcaban el agua en dirección a la ciudad. A Lily siempre le había encantado la idea de que fuera la única forma de llegar y que la gente llevase más de mil años haciéndolo así. Pronto se encontraron en el laberinto de canales, acercándose al embarcadero del palazzo gótico de Gianluca. Recordó la última vez que había desembarcado allí. Esa tarde la niebla la había dejado aterida, y la preocupaba la reacción de Gianluca a su embarazo. Pero, a pesar de todo, se había sentido optimista. Nunca habría predicho su incomprensible reacción; primero echándola y luego convenciéndola para que se casara con él, por razones que ella aún no entendía. Pisó el acceso de mármol con tristeza. Dejar el palazzo y su vida con Gianluca había sido devastador, pero volver en esas condiciones era igual de duro.

En Venecia Con Amor/ Gianluca GinobleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora