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–Gracias por acompañarme –dijo Lily, cuando salían del hospital tras la ecografía.

–No tienes por qué agradecérmelo –Gianluca le dio la mano para ayudarla a bajar al barco–. Era mi deber.

Lily lo miró, pero el destello del agua la deslumbró y no pudo leer su expresión.

Durante la ecografía había estado frío y distante, una actitud muy distinta a la de las dos últimas semanas. Desde que habían hecho el amor apenas existía tensión entre ellos. Pensó, con tristeza, que seguramente era porque lo único que hacían juntos era hacer el amor.

Al principio se había alegrado por su nueva intimidad y disfrute mutuo. Era un amante sorprendente y generoso que la trataba como a una princesa. Cada vez que lo miraba el corazón le daba un vuelco y su amor por él había seguido creciendo, un preciado secreto de su corazón. Pero el tiempo pasaba y necesitaba más. Quería poder compartir con él algo más que el sexo.

Sería fantástico poder hablar con él, mantener una conversación real. En cuanto iniciaba algo que no fuera una conversación de cama, él la silenciaba. Con un beso, una caricia o sugiriendo algo deliciosamente exquisito que deseaba hacer con su cuerpo.

–¿Te molestó que preguntara el sexo del bebé? –sacó las gafas de sol del bolso. Quería poder interpretar su expresión, saber cómo se sentía.

–A mi abuelo le agradara que sea un niño –el tono de su voz no reveló su estado de ánimo.

–¿Quieres alguna? –pregunto ella, alzando las fotos del feto que le había dado el ecógrafo.

–Estoy seguro de que a mi abuelo le gustará verlas todas –sacó el móvil del bolsillo y lo encendió para ver si había recibido alguna llamada o mensaje mientras estaban en el hospital–. Guárdalas.

Lily lo miró en silencio. La brisa alborotaba su pelo negro y hacia que su chaqueta se agitara, pero tenía el rostro rígido como una estatua. No parecía enfadado, sino más bien carente de toda emoción. Ella sabía que debía ser duro para él creer que el niño no era suyo. Seguía sin saber por qué, pero tras la intimidad que habían adquirido últimamente, al menos en el dormitorio, le parecía fatal que siguiera creyendo algo que no era cierto.

Unos minutos después se encontraban en el Gran Canal. Aunque había estado allí multitud de veces, Lily no pudo evitar sentirse impresionada por los magníficos edificios que bordeaban el agua. Ernesto había empezado a contarle la fascinante historia de los palazzi que se veían desde su dormitorio.

–He pensado que tal vez te gustaría pasar por Ca' Ginoble –dijo Gianluca–. A no ser que estés cansada y prefieras que te deje en casa antes de ir a la oficina.

–Prefiero visitar a Ernesto –dijo Lily–. Quiero ver su rostro cuando sepa que tendrá un bisnieto –miró a Gianluca de reojo, incómoda al comparar el placer de su abuelo con el obvio desinterés de Gianluca.

–Seguramente empezará a elegir nombres. Nombres tradicionales, adecuados para el nuevo Ginoble –contestó Gianluca–. Pero no te preocupes. No le pondremos al niño un nombre que no te guste.

Lily se apartó el pelo de la cara y lo miró con interés. Justo cuando pensaba que mostraba tanta emoción y comprensión como una estatua de mármol, volvía a sorprenderla. Era la primera vez que expresaba que tendría en cuenta sus sentimientos.

–Me gustaría elegir un nombre que haga feliz a Ernesto –dijo ella.

Lo cierto era que la emocionaba saber que el bisabuelo de su hijo lo quería de verdad y quería llamarlo siguiendo la tradición familiar. Pero era un pensamiento agridulce, dado que Gianluca no sentía lo mismo que su abuelo.

En Venecia Con Amor/ Gianluca GinobleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora