Capítulo 3: Palabras de aviso.
—Richard, ya son las doce —se quejó Ana soltando un largo bostezo. Luego de comer algo, habían estado todo el día indagando en el vacío papiro. Llamaron a diversos arqueólogos e historiadores, pero sin el espécimen en sus manos eran incapaces de formular una respuesta.
—Tú ve, yo me quedaré unos minutos más. —Ana se palmeó la frente y asintió resignada, tomó sus cosas y caminó a la salida. Richard se giró hacia ella y le sonrió.
—Buenas noches —saludó y se fue a su respectiva tienda. Richard suspiró con cansancio y volvió a posar sus ojerosos ojos al papiro. Así estuvo unos minutos, hasta que un gruñido de desesperación, soltado por él, interrumpió el silencio que se había instalado en la tienda. Torció la cabeza hacia adelante quedando apoyado en el escritorio, cerró los ojos con fuerza y así estuvo cerca de una hora.
Ya estaba cansado de buscar tanto sin resultados, su semana se iba acabando y con ella su gran prestigio por descubrimientos pasados. Puede que sea muy joven, pero sus conocimientos e inteligencia sobre la arqueología y todo lo relacionado superaba incluso a los más experimentados historiadores, algunos hasta lo llamaban el niño prodigio.
El excavador se levantó de su lugar y apagó la luz quedando, tan sólo, con el brillo de la luna. Ésta no estaba a su máximo resplandor, pero aún así permitía ver con claridad el interior de la tienda. Richard, con un gesto de pereza, se acostó en su cama. Lo que no se dio cuenta fue que unas pequeñas letras, con un tenue brillo, habían comenzado a notarse en el papiro. Cerró los ojos y se hundió en un profundo sueño.
(...)
—¿Qué hora es? —se preguntó a sí mismo tomando su celular, encendió la pantalla y entornó sus ojos por el brillo que ésta emitía—. Cuatro de la mañana. —Bostezó y desbloqueó la pantalla, tenía cuatro llamadas perdidas de Ana. Le dio a devolver llamada y acercó el móvil a su oreja esperando la contestación de la chica.
—¿Richard? —preguntó Ana al otro lado de la línea, su voz se notaba un poco agitada y preocupada.
—Sí, soy yo. ¿Pasa algo? —La chica suspiró, su respiración era rápida, hasta parecía que había estado corriendo.
—V-ven a mi tienda, siento que alguien me observa —dijo con pánico. Richard murmuró un rápido "sí" y se despojó de las sabanas que tenía sobre él.
Al levantarse de la cama vio algo que lo dejó perplejo; su celular cayó al suelo dando un fuerte golpe. Los muy alarmados gritos de Ana se escuchaban a través del aparato, Richard ni siquiera pareció percatarse de ellos. A unos metros de él, sobre el escritorio en el que no hace más de unas horas había trabajado, estaba el papiro. Pero brillando, la luz de éste daba un tenue y cálido toque amarillo a toda la habitación. El excavador, que en sus ojos se dibujaban las luces emitidas por el papiro y en su rostro la confusión que esto le provocaba, caminó hasta el viejo mueble. No tenía palabras para explicar lo que veía, era como si la capacidad del habla hubiese huido de lo que él ahora veía.
—¿¡Richard, estás ahí!? —se escuchó gritar a Ana del otro lado del móvil, sin dudas lo había hecho muy fuerte para que se escuché en todo el interior de la tienda con suma claridad. Esto trajo a Richard de vuelta al mundo, se giró y tomó el celular del suelo acomodándolo en su oído—. ¿Richard? —insistió un poco más calmada, aunque parecía estar al borde del llanto.
—Ana, no creerás lo que vi... —dijo ignorando todas las palabras de la chica, de ésta se escuchó un suspiro de alivio.
—Tampoco lo que vi yo... —Sus palabras demostraban miedo, en diferencia a las de Richard, que demostraban sorpresa y curiosidad.
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Los pilares de la magia
FantasyMilenarias guerras, rencores forjados durante eones y pérdidas que nunca se olvidan. Todo esto los hace incapaces de actuar en conjunto, pero el surgimiento de una nueva amenaza y la misión de un joven lo cambiarán todo. O se unen contra un enemigo...