Capítulo 6: El regalo de Ainí.
—Aún sigo prefiriendo el avión... —murmuró Richard, quitándose el sudor de la frente.
Después de comprar tres boletos de avión en el viejo ordenador de Yastiel, y con la tarjeta de crédito que Ana le había dado a Richard como repuesto, habían emprendido una larga caminata por la selva hacia la carretera más cercana.
El día había amanecido normal; pero el sol —junto con la lluvia del día anterior— provocaron que se levante una intensa humedad. El caminar se tornaba agobiante y agotador.
En la carretera, gracias a la amabilidad de la gente del lugar, habían conseguido rápidamente un traslado a Cuzco. A Richard no le sorprendía la asombrosa ciudad. Ya había estado ahí en muchas ocasiones; tanto en excavaciones u obras, como de turista o, en el primer año de su carrera, trabajando como guía.
Y más conocido era para él el gran aeropuerto Internacional Alejandro Velasco Astete.
Su nombre le recordó al joven que apodaba «Magno», aún se preguntaba qué había sido del chico. ¿Quizás un monje con edad indefinida y una chica con brillantina lo habían raptado como a él? De inmediato descartó la idea, era imposible que algo tan loco como eso ocurriera dos veces en un mismo día.
Los tres caminaban hacia las múltiples entradas del edificio. Éstas estaban bajo un largo alero de concreto, que salía desde la estructura principal, y era sostenido por altas columnas de un color azul claro.
Laila y Yastiel se mostraban incómodos. Continuamente movían sus ojos buscando algo.
—¿Lo notas, no? —dudó la luz. Su brillo había menguado lo suficiente para no ser notado a simple vista; esto, y el vestido blanco que la eclipsaba, la hacían ver como una chica normal de veinte años.
El monje había cambiado completamente su atuendo: llevaba un traje negro —con el redoble del cuello y bolsillo violeta oscuro— y unos pantalones del mismo color. Era una vestimenta un tanto anticuada, pero lo hacía ver elegante.
—Lo hago. —Yastiel observó una sombra que atravesó las columnas del edificio—. Esperará. Somos seres de luz, ya van a ser las una, el apogeo del sol; no correrá riesgos.
El excavador los miró buscando entender el objeto de su conversación. Laila suspiró con resignación, lo que iluminó con mayor intensidad los cristales de la puerta de entrada.
—Sombras... Ellas están en todos lados, siempre esperando a que el papiro sea descubierto para preparar la llegada de sus «amigos». —Los tres frenaron, dejando pasar a un empleado con un carro cargado de maletas—. Siempre las detenemos, a eso estamos destinados. Ahora tú también, ya verás. Vamos a buscar ese avión.
Pasaron las puertas. El interior estaba repleto de gente. Nada favorable para cuando una Sombra te pisa los talones. Richard observó el lugar, notaba algo distinto a su última vez; en el techo, específicamente. Era borroso, pero no invisible.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Laila.
—¡Qué bárbaro! ¡Sabía que había uno aquí! —festejó, mirando al techo con admiración—. Ahora paga.
Yastiel sacó tres cubos, de un color celeste con hilillos blancos, y se los tendió a la chica.
—Nunca me gustaron las apuestas —murmuró.
—¡Manjares de luz! —Se tragó uno y miró a Richard—. Te compartiría, pero son muy difíciles de encontrar.
El excavador asintió con un ademán de su mano, tenía suficiente con una persona brillando. No quería arriesgarse a comenzar a brillar él por esos cubitos.
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Los pilares de la magia
FantasíaMilenarias guerras, rencores forjados durante eones y pérdidas que nunca se olvidan. Todo esto los hace incapaces de actuar en conjunto, pero el surgimiento de una nueva amenaza y la misión de un joven lo cambiarán todo. O se unen contra un enemigo...