Capítulo 13: Fuego maldito y una espada robada.

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Capítulo 13: Fuego maldito y una espada robada.



—Lo siento mucho, Cristal —murmuró Zen.

Ambos estaban sentados espalda con espalda en el centro de la habitación. No había forma de escapar del fuego maldito, ya lo habían probado todo. Se iba expandiendo poco a poco con dirección a ellos. Las sombras habían conjurado el lugar para que no se pudiese hacer magia dentro de él.

—No lo sientes. Ya hiciste demasiadas cosas malas hoy, no le sumes una mentira —acusó Cristal, con voz débil.

Zen no contestó. Tan solo se limitó a cerrar los ojos.

—Aunque no lo creas, cambié.

Cristal hizo una mueca, .

—No lo suficiente. Admito que mejoraste, pero aún no estás ni cerca de ser bueno.

—¡Au! Lo entendí, no necesitas pegarme —se quejó, sobando su brazo. 

Cristal miró al suelo, consternada: una mano de piedra se movía en círculos por la alfombra cubierta de cenizas. No llegó a meditarlo, cuando otra roca llegó volando, profiriendo un fuerte «¡guaju!» y cayendo en las manos de la niña.

La sujetó a una distancia prudente. Era un roca con forma de cabeza, con ojos, boca y tres caras diferentes. Ya creía saber de quién se trataba, si la memoria no la engañaba o el humo del fuego maldito la había afectado.

—¡Hola, soy Mun! —saludó la roca con forma de cabeza. Una sonrisa se dibujaba en su rostro. 

Cristal giró la cabeza entre sus manos, y se encontró un segundo rostro, en este caso triste. Y luego un tercero, que no logró identificar su expresión.

—¿Pero qué rayos...? —murmuró Zen, a la vez que otras partes eran lanzadas hacia ellos: pies, la otra mano, brazos, piernas y otras tantas cosas. Lo último en llegar fue el abdomen, dividido en cuatro trozos más pequeño.

—Les agradecería mucho si me ayudan a armarme —pidió Mun, desde su rostro sonriente—. Ya saben, así Mun los saca de aquí.

Cristal y Zen tardaron unos segundos en asimilarlo, pero enseguida empezaron a juntar las partes. 

Al terminar, lo que les llevó unos cinco minutos, Mun había quedado ensamblado perfectamente. A excepción de sus manos, que habían quedado intercambiadas, cosa que no pareció afectarle.

Cristal miró a Mun, intentando identificar cual era el plan.

—¿Y como harás para sacarnos de aquí...?

Mun giró su rostro al tercero, el que Cristal no había podido identificar. Esta vez lo tomó como uno pensativo.

—Mm, sencillo. Los lanzaré a través de ese agujero en el techo —contestó, señalando hacia arriba. Zen tragó saliva—. ¿Quién va primero?

—¿Cómo escaparás tu luego? —volvió a preguntar Cristal, dudosa.

Mun cambió su rostro al sonriente y tomó a la niña con delicadeza entre sus manos. 

—Me autolanzaré —dijo, con la felicidad de quien revela su asombroso plan. 

No espero más y lanzó a Cristal. Tampoco dejó a Zen poner objeciones, lo tomó por el cuello, y repitió la acción. Este emitió un sonido muy similar a un balido, que se perdió conforme se alejaba.

Afuera, Cristal se transformó en un punto de luz antes de caer sobre el suelo. Zen, en cambio, no usó las sombras para evitar la caída; quizás por que no le dio el tiempo a pensarlo, o quizás por miedo a otra reprimenda de la niña.

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