Capítulo 1: Mi hermana

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1320 Italia.

―Leo, tu hermana, ¿dónde está? ―me preguntó mi padre una fría tarde de enero.

―Dijo que iría a buscar a Spike ―respondí.

Spike era el perro de mi hermana y siempre se escapaba con otros cachorros.

―Iré a buscarla, ya es tarde para que ande sola en la calle.

―Te acompaño.

Galiana era mi hermana menor. Era una chica muy bella de dulces modales. Tenía dieciséis años, diez menos que yo. No puedo negar que era mi regalona ya que era la única mujer de los hermanos y la menor; en realidad, era la consentida de todos.

La primera nota de alarma fue encontrar a Spike muerto, degollado y con sus entrañas fuera de su cuerpo. Era un espectáculo horrible y cruel presagio a lo que ocurriría. El temor se instaló tanto en mi padre como en mí. Volvimos a casa y le avisamos a mis hermanos, sentíamos que Galiana estaba en grave peligro.

Recorrimos cada lugar del pueblo y nada. Nadie la había visto ni nadie sabía nada. Al día siguiente, a nuestra búsqueda se unieron los hombres del lugar, vecinos que se dieron cuenta que la desaparición de mi hermana no era un simple retraso ni un escape por voluntad propia, ya que su novio, Raymond Hertz, también ayudaba en la búsqueda.

Decidimos ir al bosque. Nada. La angustia llenaba nuestro pueblo.

Mi madre, bruja de nacimiento y con sus poderes ocultos a nosotros hasta ese momento, se dio a conocer. Realizó un hechizo de localización.

―Se encuentra en el acantilado ―musitó, blanca como un papel.

―¿Qué dices? ―pregunté asustado.

―Ahí convergen los elementos. Ella está en el acantilado. ―Mi mamá lloró de miedo.

Sin pensarlo, corrí con dirección al lugar donde el mapa que tenía mi mamá indicaba.

―¡Leo, espera! ―gritó mi hermano mayor, Julius, tras de mí.

―No hay tiempo, si Galiana está allí puede estar en peligro.

―¿Todavía crees que está viva?

Me detuve en seco y lo miré.

―¿Tú no?

―Han pasado tres días.

―Ella no puede estar muerta.

Volví a mi carrera y no me detuve sino hasta llegar al acantilado.

La imagen que vi me congeló por completo.

―Galiana ―susurré.

El cuerpo maltrecho de mi hermanita pequeña estaba tirado entre un montón de basura. Estaba destrozada. Sus huesos rotos sobresalían de su piel; su vientre sangrante, como si la hubiesen abusado salvajes, y no solo eso, también la habían quemado. Su piel estaba llena de ampollas. ¡Cuánto dolor debió sufrir antes de morir!

No podía entender tanta maldad. ¿Por qué y quién le haría eso a una pequeña niña? ¡Era una niña! Inocente...

No podía comprender. Mi hermano, mi padre y el novio de Galiana llegaron poco después. Mi papá dio un grito desgarrador que ha de haberse oído en cada rincón del planeta. Yo lo abracé para calmarlo, aun cuando yo mismo me sentía desgarrado por dentro. Raymond quedó clavado en su sitio observando, horrorizado, la escena. Me acerqué a él y lo hice reaccionar.

―Galiana... no... ―musitó desolado.

―Debemos llevarla a casa ―comenté.

Volvimos a casa derrotados, desolados, muertos por dentro. Acordamos que aquella noche la prepararíamos para los funerales del día siguiente, nadie podía verla así. Entonces, algo pasó. El cuerpo inerte de mi hermana fue iluminado por un gran resplandor y luego todo quedó en nada.

Las Lunas de Abril III: Un nuevo caminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora