Capítulo 8

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Cada siglo que pasó desde ese momento en adelante mi vida fue un infierno solo aplacada por la estrecha amistad con Max, que compartía mi dolor tanto como yo. Nosotros habíamos sido los únicos que habíamos perdido a nuestra familia por culpa de Marina y Ricardo y eso no lo podíamos olvidar. Cierto era que los demás también habían sufrido la pérdida de sus seres queridos, sin embargo, Nick tenía la esperanza que Diana despertara; Joseph había perdido a su madre, pero su hermana se había "ido", según él, y Ray... Ray se había casado con el enemigo.

Viajamos por varios países, nos separamos por algún tiempo, Max y yo siempre estábamos juntos, aun cuando nos separáramos como clan, viajábamos juntos. En el año 2000 nos volvimos a juntar en Chile. Ya era otro país. Ray abrió una empresa, yo no quería trabajar, no lo veía necesario, estaba cansado, habían pasado casi quinientos años desde la muerte de mi familia y ya no estaba seguro de que valiera la pena seguir. Aunque claro, cada vez nos acercábamos más al momento final. De todos modos, no estaba seguro que pudiésemos ganar nada; a través de los años, se nos habían dado más instrucciones para destruir a Marina y una de ellas era que necesitábamos una hechicera, la cual no teníamos, también, que Marina intentaría acercarse a nosotros y que debíamos estar atentos ya que no nos daríamos cuenta que era ella, tal vez hasta que fuera muy tarde.

―¿Sabes qué es lo que más me desespera de esto, Leo? ―me preguntó una tarde Max en el bosque―. Siento que ninguno de los otros está tan interesado en terminar con esa mujer, aunque ella nos ha intentado destruir en cada siglo, a ellos parece no importunarle tener que estar escapando. ¡Ni siquiera se han preocupado de buscar a la bruja que nos ayudará! ―terminó desesperado.

―¿Y crees que no lo sé? Es como si se hubieran olvidado de todo el daño que esa mujer nos ha hecho. No entiendo.

―Quedan unos pocos años, diez para ser exactos, y no tenemos siquiera un plan para destruirla.

―¿Y si no lo conseguimos?

―Creo que, en ese caso, yo terminaré con todo ―musitó molesto.

―¿A qué te refieres?

―A eso, Leo, a que no voy a querer seguir viviendo con esta angustia, tú mejor que nadie sabe lo que he sufrido todo este tiempo por Sonya y mi hijo y si no puedo vengarlos... me uniré a ellos.

―No digas eso, no estamos seguros del lugar al que vamos nosotros y tampoco estás seguro que ellos estén del otro lado.

―No quiero seguir viviendo sin ellos.

―En ese caso, te seguiré, eres el único amigo que tengo...

―Pero Ray y los otros.

―Sí, son parte de nuestro clan, somos amigos todos, pero tú eres mi único amigo, el único que me entiende, ¿con quién podría conversar y desatar mi frustración?

―Leo...

―No quiero quedarme solo, ya perdí a mi familia y tú eres lo más cercano a un hermano.

Densas lágrimas de sangre corrieron por nuestras mejillas. Estábamos tristes, agotados de tanta espera y, por más que buscó a su hijo y a su esposa, jamás volvimos a encontrarlos. Recorrimos cada rincón del planeta en su búsqueda, solo una hechicera africana nos dio alguna pista, ella volvió una vez, solo una, pero ya no más, o había sido destruida por siempre o había sido convertida en un ser eterno. Desde entonces, Max perdió las fuerzas y las esperanzas.

―Dime, Leo, ¿qué hago? Sonya no va a volver y de mi hijo no tengo noticias.

―Mi familia no volverá, ¿no estoy peor que tú?

―Pero al menos tú tienes la oportunidad de enamorarte, yo llevo cinco siglos enamorado de la misma mujer y, al parecer, no la voy a olvidar, ni siquiera en ese sentido hay esperanza para mí.

―Puedes conocer a alguien más, aunque no te enamores, puedes intentar ser feliz con ella, una mujer de nuestra clase, de nuestra especie y quedarte con ella.

―Después de tanto tiempo, ¿crees que la consiga?

―Después que acabemos con Marina, vamos a vivir, Max, vamos a librarnos de esa tipa y nos vamos a dedicar a disfrutar todo lo que no hemos disfrutado antes.

―¿Crees que podamos?

―Claro que sí, debemos hacerlo, estoy seguro que una vez que esa mujer ya no exista en nuestras vidas, vamos a poder liberarnos y ser felices de una vez y por siempre.

―Esperemos que así sea, Leo, porque te juro que ya no puedo más, hay días que...

―Lo sé, amigo, hemos estado todo este tiempo juntos, y he visto tu sufrimiento, tu lucha, tu dolor... Pero aguanta un poco más, hemos llegado demasiado lejos como para echarnos para atrás en este momento.

―Tienes razón, amigo, lo difícil ahora será convencer a los demás para que también quieran acabar con esa mujer.

―Lo haremos. Como sea. Pero lo haremos.

Yo sabía que no iba a ser fácil. Los demás se habían vuelto indolentes con los años, habían bajado los brazos y no se les veía con tantas ganas de acabar con Marina como nosotros.

―No es así. ―Nick apareció a nuestro lado con la película clara de lo que habíamos conversado.

Ninguno de los dos contestó.

―Miren, Ray tiene una rabia interna que no puede controlar a veces, pero se tiene que medir, como sea y mal que mal, esa mujer era hermana de Joseph y a pesar que él dice que la que terminó con nuestras vidas como la conocíamos no era su hermana, no debe ser fácil escuchar tantos improperios a quien tiene el rostro de tu hermana. Joseph, por otra parte, quiere volver a encontrarse con su hermana, pero quiere destruir a la mujer que la reemplazó y que tanto daño nos hizo. Yo... Yo tengo a Diana en una cama, no sé si vive o si muere, no sé si volverá alguna vez o no, no sé qué pasará cuando acabemos con Marina, si Diana volverá a la vida o morirá junto con ella. No ha sido fácil para nosotros tampoco, no son los únicos que han sufrido, para ustedes ha sido más difícil, es cierto, pero todos queremos terminar con esto de una vez y ser libres de esta vida que no es vida, de luchar y escapar... Ya estamos hartos, tanto como ustedes.

―No pareciera ―replicó Max.

―Lo sé... Pero cada uno de nosotros espera ese momento. Ray está buscando quién es la hechicera...

Una sombra lo interrumpió. Una sombra que pasó corriendo a unos metros de donde estábamos. Sin mediar palabra lo seguimos. Encontramos al vampiro en una cueva, escondido.

―Sal de ahí ―ordenó Max.

No hubo respuesta.

―Escapa de Ricardo ―indicó Nick.

―Aquí no está Ricardo, puedes salir ―hablé yo.

El hombre salió y me pareció conocido, pero no pude recordar de dónde.

―¿Quién eres? ¿De dónde eres? ―interrogó Max.

―Vengo huyendo de Ricardo y Marina, me liberé de ellos. Mi nombre es... Manuel.


Las Lunas de Abril III: Un nuevo caminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora