Capítulo 4: "No la olvides"

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Pasaron los años, ciento ochenta para ser exactos, en los que nada ocurrió. Mi madre, mediante un hechizo, se mantenía joven, al igual que nosotros. Por tal razón, cada cierto tiempo, debíamos huir, fue así que en 1505 llegamos a España y allí nos instalamos en una pequeña casa en medio del bosque, no queríamos más vecinos intrusos, ya bastante mala experiencia habíamos tenido con ellos en todos estos años.

Una tarde, algunos años después de llegar a España, vi un intruso en el bosque, quería saber quién era, pero huía de mí, como burlándose. Yo lo seguí. En un momento, lo perdí de vista a la vez que escuché unos gritos. Me apresuré a llegar al lugar de donde provenían. Lamentablemente, no lo logré, llegué en el momento exacto en que una chica iba cayendo por el acantilado. A medio camino, una llama la abrasó por completo. Corrí para auxiliarla. La imagen de Galiana muerta se aparecía en mi cabeza todo el tiempo, pero en ese momento, más. Tomé a la chica en brazos para meterla al agua y apagar el incipiente fuego que aún quedaba.

―No, por favor ―me suplicó con voz angustiada.

―Tranquila, te voy a ayudar ―le aseguré.

Le iba a inocular mi veneno cuando su corazón dejó de latir.

Su aura me acarició con suavidad. Recordé con más fuerza a Galiana, no su muerte, más bien su vida. Eso años en los que jugábamos, en los que ella simplemente corría por el prado disfrutando de la naturaleza que tanto le gustaba.

Abrí los ojos y me encontré de frente con la realidad. La joven que sostenía en mis brazos también había sido abusada por salvajes, sus huesos quebrados y su piel quemada. ¿Marina estaría de vuelta para terminar con el trabajo que no terminó hacía casi dos siglos ya?

Otra vez nada, por varios años, hasta que un día la vi, en pleno centro de la ciudad, caminando como si nada. Iba sonriendo feliz tomada del brazo de un hombre, ¿sería Ricardo, o Rick como lo conocían en el tiempo que mataron a mi hermana, el secuaz de esa bruja y a quien todavía yo no tenía "el gusto" de conocer?

Ella clavó sus pupilas en mí, su mirada era dulce, por un momento me descolocó. Quise ir a encararla, sin embargo, algo me detuvo.

―Joseph ―habló a quien estaba a su lado―, ¿vamos a casa? Estoy un poco cansada.

―Claro, princesa, suficiente paseo por hoy.

El hombre se veía feliz a su lado, más que eso, radiante.

Ella volvió a posar sobre mí su mirada y sonrió levemente, no fue una sonrisa de burla, al contrario, más parecía una sonrisa de agradecimiento. No lo entendí sino hasta varios siglos después.

Regresé a casa y narré lo sucedido a mi familia.

―Debemos irnos ―sugirió Franco.

―No ―replicó mi mamá―. No es momento de huir.

―¡Pero esa mujer ya vio a Leo! ―protestó Julius.

―Hemos vivido casi dos siglos intentando encontrar a esa mujer y a su cómplice para vengar la muerte de Galiana y no vamos huir ahora que la encontramos ―reprochó mi mamá.

―¿Y si no es ella? Tú dijiste que parecía diferente, Leo ―comentó mi papá.

―Quizás solo quiera engañarnos ―intervino Franco.

―¿Y para qué necesita engañarnos? Yo creo que no es ella. Sí, al principio pensé que podía ser Marina, pero ahora... Ahora no sé. Además, sabemos que ella tiene que reencarnarse, ella, aunque no muere y siempre está vagando en busca de un cuerpo, no puede quedarse en uno por siempre y la última vez que la vimos con ese cuerpo fue hace casi doscientos años. Es imposible que sea ella.

Las Lunas de Abril III: Un nuevo caminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora