Capítulo 17

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Primero, no fue fácil saber lo que ocurría ―comenzó a contar mi padre―. Lo último que recuerdo es que luchábamos contra Marina. Yo vi a tu madre luchando con esa bruja del demonio y quise ir a defenderla, no obstante, la muy maldita me quemó vivo. El dolor, inexplicable en principio, pasó muy rápido, pues al segundo siguiente, desperté en el mismo lugar, pero estaba solo. Nadie más estaba allí. Me sentí perdido. Poco rato después, apareció Franco; minutos más tarde, Julius, y finalmente, su madre. Ninguno de los cuatro sabía bien dónde nos encontrábamos. Según su madre, era imposible que nos hubiera enviado a nuestro infierno, pues casi siempre es algo del pasado. Solo nos dimos cuenta más adelante, la semana siguiente a la que llegamos allí. Ese era el último día de nuestras vidas. Debo decirte, Leo, que te esperamos. Te esperamos por mucho tiempo. Nunca llegaste. Entonces supimos que tú no habías muerto y admito que no nos hizo feliz, no nos alegramos. Tú nos habías metido en ese lío con el cuento de vengar a tu hermana. No te importó que nosotros ya habíamos desistido, que pensábamos que era mejor seguir con vida, si vengar a Galiana no la iba a devolver a la vida. Queríamos seguir viviendo una vida normal, dentro de lo que se puede en nuestra condición, por supuesto. Ansiábamos una vida tranquila, una vida en la que no tuviéramos que escapar siempre. Y hemos vivido, cada día de estos quinientos años, huyendo, con miedo, mientras tú... Tú seguías vivo, disfrutando de la libertad. Feliz.

Yo me quedé unos segundos digiriendo aquellas palabras.

―No sabes cómo fueron las cosas aquí afuera.

―No, porque lo único que me interesa es que nosotros sufríamos día a día en ese lugar mientras tú seguías vivo.

―A nosotros se nos condenó a un infierno y tú no hiciste ningún esfuerzo en buscarnos ―agregó Julius.

―Para mí ustedes estaban muertos y todos estos años, siglos, han sido de profundo dolor y con más ganas quise vengarme de Catalina. Destruyó a toda mi familia, no solo a Galiana. En cada una de sus vidas la destruí, o mejor dicho, la destruimos, con mi mejor amigo nunca dejamos que sobreviviera lo suficiente como para hacernos daño, precisamente para esperar este tiempo, donde podría ser borrada de nuestra existencia y vengadas todas sus maldades. Y lo fue. Acabamos con ella.

―En ese momento ―intervino Abril―, deshice todos los hechizos de mi hermana y ustedes fueron liberados sin saberlo.

―¿Y liberados para qué? ¿Para encontrarnos en un mundo que no conocemos ni entendemos? ―apostilló Julius.

―¿Por eso matan a destajo?

―Tenemos que defendernos de los humanos. Ellos saben de nuestra existencia.

―No lo saben ―interrumpí.

―Lo saben ―afirmó mi papá―, hemos oído sus conversaciones.

―No sé qué han oído, pero ellos no saben de nuestra existencia y si ustedes siguen comportándose así, les aseguro que sí lo van a saber y no será bonito.

―¿Qué esperan que hagamos?

―Que dejen de asesinar, que dejen de ponerse en evidencia, nada más.

―Nos ocupamos de los animales.

―No solo de ellos.

―Los humanos que matábamos eran animales, no valían la pena, por eso los asesinábamos.

―Sin importar consecuencias ―reproché―. Por eso estamos aquí, para que detengan esta masacre.

―Y si no, ¿qué?

Las Lunas de Abril III: Un nuevo caminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora