FRANK

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Jace se revolvió en la manta, todavía dormía profundamente pese a que ya había transcurrido más de la mitad de la mañana. Frank no se molestó en despertarlo, le gustaba tanto verlo dormir.

Con mucho cuidado apartó un mechón de cabello de la cara de Jace y se quedó mirándolo. Lucia tan tranquilo y dulce cuando dormía.

―Si tienes hambre solo tienes que pedir servicio a la habitación. ―Jace le devolvió la caricia y abrió los ojos lentamente―. Esto es lindo: Despertar y que tu rostro sea lo primero que veo.

Frank asintió. Él también pensaba lo mismo. Se relajó acomodándose junto a Jace, dejando que el joven alfa le besara la frente y abrazara su cuerpo. Era como un sueño hecho realidad. Habían pasado por mucho para poder estar así, juntos, sin esconderse de nadie, ni temer que hicieran daño al otro por quererse.

Sonrió aspirando el aroma embriagador de Jace.

Si no acabaran de hacer el amor volvería a pedirle que repitieran. Le gustaba cuando Jace lo poseía, lo hacía con mucha ternura y con insinuaciones juguetonas. Jace rara vez era brusco en la intimidad porque a Frank no le gustaba el sexo rudo.

Frank llevó los brazos atrás de su cabeza y contempló la ventana de la habitación. Hacía un día caluroso y habían dejado las ventanas abiertas para no sofocarse. Se habían escondido del mundo en aquel cuarto de hotel, en Miami.

Jacce había insistido en que viajaran a un lugar cálido, algo así como una luna de miel para celebrar que por fin eran pareja inseparable.

Eso le gustaba a Frank, lo de ser "pareja inseparable", pareja verdadera, pareja del destino o "compañero de vida", ahora, por el poder estatal eran nada más y nada menos que "esposos". Al menos legalmente, ante los ojos de los comunes seres humanos. Frank vio el anillo brillando en su dedo anular y suspiró pensando en lo que diría la manada Rothwyn cuando se enteraran.

Quizá no les gustaría ni un poquito. Frank no era un beta tonto, había leído en los ojos de los lugartenientes de Jace la desconfianza y cierto resentimiento. Él no los culpaba, años de odio entre clanes eran difíciles de borrar con una sonrisa y ante los ojos de la manada él era un extraño, un desconocido que creció bajo el amparo de los Graham, el enemigo jurado. La manada lo aceptaba solo por Jace, porque era el alfa y el alfa siempre tiene la razón. Pero sus miradas indicaban el reproche constante, ellos aceptaron a Devon a quien acababan de conocer un par de semanas atrás, pero a él, a quien vieron crecer como un vecino más de Winter Hill, jamás lo aceptarían.

En ese aspecto Devon le llevaba ventaja. Devon tenía algo, un no sé qué, en no sé dónde que hacía que todos los miembros de la manada Rothwyn quisieran estar junto a él.

Debía ser el sexo. Antes de viajar Frank escuchó que Devon había dormido con todo el círculo interno de la manada, excepto con Jace.

Jace huía de su compromiso con Devon. Frank prefería no comentar al respecto, sabía que siendo el alfa, Jace tenía obligaciones con su omega, especialmente cuando solo puede reproducirse con él. A Frank no le preocupaba que eventualmente Jace tuviera que aparearse con Devon, eso era inevitable. Fran no tenía que luchar con Devon por el amor de Jace. Ellos eran pareja del destino y, mientras vivieran, sus corazones estarían atados para siempre, eran almas gemelas. Nadie podría disolver ese vínculo. Lo que preocupaba a Frank era que su pareja acumulara sentimientos de culpa.

Jace era un alfa fiel, desde que sintieron que estaban destinados, él no buscó otro compañero sexual. A Jace le parecía repugnante tener pareja y buscar satisfacción sexual en otro cuerpo que no fuera el de su compañero. No se sentía bien consigo mismo y por eso intentaba mantener a Devon lo más alejado que pudiera de él.

LUNA MENGUANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora