Magic Bullet
Había tenido pesadillas durante toda la noche. Primero habían sido los demonios, acorralando a Stiles en una esquina de la cocina; después, un popurrí de peleas entre Scott y Derek, que acababan conmigo muerta; lo peor había sido el final, cuando el alfa me capturaba en el bosque y me desgarraba la garganta en el patio trasero de la casa de Derek. En todas ellas, de cierto modo, su voz aparecía pidiéndome ayuda.
Al final decidí no volver a intentar dormirme y esperar pacientemente a que sonara la alarma, temblando en el sitio aun debajo de la manta. La información de anoche era todavía demasiada y no podía dejar de pensar en que Derek se había acercado a nosotros con la única intención de aprovecharse de mis poderes.
Di un respingo en la cama cuando escuché el primer despertador y sacudí la cabeza para intentar apartar la idea de mi mente. No, el alfa era peligroso para todos, y si Derek intentaba acabar con él no era por razones egoístas; estaba siendo el antihéroe, con su cazadora de cuero y su aura sombría para ocultar sus emociones.
Salí de la cama con seguridad, decidida a entrar a la ducha para quitarme todo el sudor frío y pegajoso. Mientras sentía el agua correr por mi cuerpo, volví a imaginar que oía la voz de Derek, pero descarté la idea tan pronto como entró Stiles a mi habitación a darme los buenos días.
—Fuera —gruñí, lanzándole una camiseta a la cara.
Este la cogió y se tapó los ojos con incomodidad, tropezando más de una vez antes de salir mientras no dejaba de disculparse. Me miré una última vez al espejo y puse una mueca ante la imagen que me devolvió: ojeras profundas, piel pálida y rostro cansado. Por si no era suficiente, un dolor intenso me recorrió el brazo y tuve que contener las ganas de chillar.
Me agarré con fuerza al lavabo, apretando tanto que temí que se rompiera la pila. Mis rodillas flaquearon y fui cayendo, lentamente, hacia el suelo. Me miré el brazo, que estaba intacto, pero latía como si me hubieran clavado un cuchillo al rojo vivo. Ahogué un gemido de dolor y escondí la cara en el hombro, sintiendo como mi frente volvía a sudar.
—¡Piper! —gritó Scott desde la puerta del dormitorio y se abalanzó hasta llegar al baño para cogerme entre sus brazos— ¿Qué te pasa?
—Estoy bien —musité con debilidad.
—Estás tirada en el suelo —argumentó Stiles, extendiendo su brazo para señalarme. Casi parecía de mal humor por intentar no preocuparlos— Obviamente, no lo estás.
—No es nada, de verdad —aseguré, aprovechando que volvía a sentirme con fuerzas como para ponerme de pie— Ha sido un dolor momentáneo, pero ya está, ¿ves?
Moví el brazo mientras ponía una de mis mejores sonrisas fingidas. Ninguno parecía muy seguro, pero no les di tiempo a que rechistaran porque cogí la chaqueta del armario y me la puse, bajando las escaleras con rapidez.
—Buenos días —saludó mi madre, escondida bajo una taza de café que cubría su sonrisa radiante.
Sonreí levemente, saludándola con la mano, y cogí mi bolso del suelo antes de colocármelo sobre el hombro.
—¿Hoy no trabajas? —pregunté, aprovechando para soltar todo el aire que había estado reteniendo.
Me sentía exhausta, aunque no me sorprendía en absoluto. Llevaba varios días sin poder dormir, de un lado para otro huyendo de hombres lobo e intentando controlar cada mínimo detalle de la situación. Lo peor era que la falta de sueño no estaba pasando desapercibida, y eso causaba preguntas.