Dice la leyenda que una noche de luna llena nacerá una niña con una marca de una luna y un sol en su cuello. Esta niña será la elegida para ser la portadora de un gran poder: el poder del dragón de la luz, el tigre dorado y el lobo sagrado. No solo...
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Una pequeña niña de tres años dormía plácidamente en su cuarto, pero de un momento a otro comenzó a fruncir el ceño, como si una pesadilla la estuviera perturbando. Veamos qué sucede en su sueño.
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Hikari... ven a mí... escucha mi voz... ven a nosotros... cumple la profecía.
No entendía de qué hablaban, pero era como si mi cuerpo tuviera vida propia y se moviera involuntariamente hacia donde resonaban esas voces, como si un imán invisible me estuviera atrayendo. De repente, me encontré en una alcantarilla. ¡Genial! pensé. Ahora solo falta que me digan que hay un monstruo esperando para salir y comerme en el almuerzo.
Frente a mí, se alzaban grandes rejas adornadas con un dragón, un león y un lobo. ¿Dónde está el baño? me pregunté, sintiendo que el miedo comenzaba a apoderarse de mí. Porque, con todo este terror, estoy a un paso de hacerme pis aquí mismo. ¡Y eso sería la vergüenza del siglo!
—Así que pudiste venir.
—¿A tan corta edad?
—¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes? —preguntó Hikari, su voz temblorosa y llena de inquietud mientras observaba con creciente terror a las tres enormes bestias que tenía frente a ella. Su corazón latía con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho.
Las sombras de los imponentes dragón, león y lobo se proyectaban sobre ella, haciéndola sentir pequeña e insignificante. La respiración se le hizo pesada, y sus ojos se agrandaron, reflejando la lucha interna entre la curiosidad y el miedo que la invadía. ¿Qué están haciendo aquí? ¿Por qué me miran así? pensó, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Cada uno de ellos tenía una presencia abrumadora, como si pudieran leer sus pensamientos y temores más profundos. Con cada segundo que pasaba, el miedo se hacía más tangible, como una niebla espesa que la envolvía, haciéndola desear escapar, pero sus piernas parecían estar pegadas al suelo.
A pesar de su temor, una chispa de determinación comenzaba a arder en su interior. No quiero dejar ver que les tengo miedo, pensó, apretando los puños a los costados de su cuerpo y adopto una postura más firme. Ella era una Yukihira
