Dice la leyenda que una noche de luna llena nacerá una niña con una marca de una luna y un sol en su cuello. Esta niña será la elegida para ser la portadora de un gran poder: el poder del dragón de la luz, el tigre dorado y el lobo sagrado. No solo...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Nuestra peliblanca se encontraba acostada bajo un cerezo, con los ojos cerrados mientras disfrutaba de la suave brisa que movía levemente su cabello. El susurro de las hojas bailando al compás del viento la tranquilizaba, envolviéndola en una paz reconfortante.
Su cuerpo le pedía descanso. Había pasado por un arduo entrenamiento, esforzándose por mejorar sus habilidades con la magia. Aunque aún no era experta, ahora se defendía mejor que al principio. Al inicio, la magia parecía tener vida propia, rebelándose contra sus órdenes.
Las que mejor dominaba eran la magia de vida, enfocada en medicina, gracias a su entrenamiento en ninjutsu médico con su madre, y la magia de calor. Esta última la canalizaba a través de su espada, que actuaba como contenedor; un simple flujo de chakra provocaba que llamas rodearan la hoja. Sin embargo, cada vez que lo hacía, sus manos adquirían un tono negro, como si su piel se quemara, lo cual la asustó en un principio, pero al no sentir dolor, se calmó. Hiroku le había aconsejado centrarse solo en estas dos magias antes de intentar dominar otras.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando sus sentidos le gritaron peligro. Abrió los ojos de inmediato y rodó hacia un lado, esquivando por poco un kunai que apuntaba directo a su garganta. Miró hacia la fuente del ataque, encontrándose con una figura familiar: alguien de su clan. Lo que la dejó sin aliento no fue su presencia, sino los ojos negros del atacante, junto con la sangre que brotaba de su cuerpo, dándole el aspecto de haber sido el perpetrador de una masacre.
El hombre no le dio tiempo para pensar. Lanzó una ráfaga de shurikens que Hikari esquivó ágilmente, sin dejar que la rozaran. Con decisión, avanzó hacia él, espada en mano, intentando incapacitarlo, pero su oponente no cedió. Con un kunai detuvo su ataque, y ambos se enfrascaron en una pelea rápida y precisa, en la que solo se escuchaba el choque de sus armas.
—¡Despierta! ¡No sigas con esto! —le gritó Hikari, intentando razonar con él.
—Pierdes el tiempo, Hikari —intervino Kenzo— Ese hombre está controlado por un demonio. Su alma ya no está en su cuerpo.
