Capítulo 11 Tormento

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Completamente concentrado en mi trabajo no había dado rienda suelta a más pensamientos, recuerdos o emociones que me atormentaran incluso más el día. Había pasado una hora tratando de despejar mi mente, y así lo había hecho cuando finalmente tomé el bolígrafo y comencé a firmar y leer todo lo que debía.

Aunque para infortunio mío, todos los papeles se llenaron muy rápido, permitiendo que los pensamientos hicieran su desfile devuelta.

Después de dejar todo listo fui hacia la oficina de Benjamín lanzándole todos los papeles que quería justo a la hora que había pedido que se los diera. Salí de allí sin decir ninguna palabra, entré de nuevo a mi oficina, tomé mi maletín y me dispuse a salir del edifico.

Cuando llegué al estacionamiento subí a mi Jaguar negro lanzando el maletín en el asiento del pasajero.

Lo encendí y salí a toda velocidad a las calles. Corría como un loco, me ganaría una cuantas multas, pero tanto como me gustaba sentir la libertad en la Ducati también amaba la sensación del auto rugir debajo de mí cuando aceleraba. El sonido, el rugir del motor y la adrenalina me despejaban la mente. Pero no importaba cuanto acelerara, mi mente no se despejaba.

Me pregunté, entonces, qué pensaría Eloise del auto. La había hecho fascinarse por las motos, eso sí. Cada vez que aceleraba en la Ducati ella se sujetaba más fuerte y reía en mi oído.

Pero imaginé que estaría un poco agradecida cuando supiera que en realidad sí tenía un auto, o por otro lado, siga manteniendo ese secreto para solo para mí de tal manera que el hecho de tenerla más cerca, con sus manos rodeandome, siga siendon una realidad. Con una sonrisa y un brillo en sus ojos de libertad cada vez que lo  hacia.

Sonreí ante el recuerdo mientras apoyaba mi codo en la puerta y esperaba que el semáforo cambiara.

La recordé, y con ella otros pensamientos. Recuerdos de haber traicionado a su padre, de haberlos hechos pasar por una situación sin razón, ni necesidad.

Aumenté la velocidad mientras el enojo y la rabia me comían vivo, la impotencia de no haber podido hacer nada para cambiarlo.

Recordé a Elie ayer diciendo algo. En la playa, no lo sabía hasta ahora. El porqué.

─Por Dios, no había sentido tanto frío desde aquella vez que dormí al aire libre en una estación de autobús ─había dicho descuidada mientras tiritaba de frío después de salir del agua.

─¿Dormiste afuera de una estación de autobús? ─pregunté sorprendido. No supe en ese momento a qué extremo había llegado todo.

Hice que se quitara su camisa empapada y se la cambiara por una mía que traía de repuesto.

─Pues, lamentablemente sí. Fue en esos días que habíamos perdido nuestra casa, no teníamos a donde ir, mi padre no tenía lo suficiente para pagar una habitación de hotel porque todo lo había pagado en los boletos de avión a Londres. La cosa era que lo más cerca que lo había conseguido era para dos días.

>>Así que decidió ir allí porque al menos teníamos un techo donde resguardarnos —decía mientras se ponía la camiseta. Al instante siguió contándome, aún teniendo mi perpleja atención—. Pero, entonces, un guardia notó nuestra presencia después de unas horas, y nos preguntó si estábamos esperando alguna salida de un autobús. Mi padre mintió diciendo que sí pero nos descubrieron al pedirnos nuestros boletos. No los teníamos. El guardia pidió que nos retiráramos porque supuestamente ellos no daban hogar a "Marginados".

>>No tuvimos más remedio que dormir los tres en un pequeño banco que había  frente a la estación. Papá me tuvo toda la noche en su regazo, un brazo para mí y un brazo para mamá.

Me sorprendió en ese momento lo dura que se mostró al contar algo así. Incluso logró forzar una sonrisa mientras la ayudaba a colocarse mi chaqueta de cuero para el frío.

─Lo siento, Eloise ─le había dicho en ese momento. Aún pasmado.

─No fue tu culpa, Daniel. No eres tu padre. No fue tan malo tampoco, al menos los tenía a ellos dos. Dormimos así dos noches, gracias a Dios la otra fue en el aeropuerto esperando el vuelo para ir a Londres a cada de mí abuela ─contó y yo simplemente la abracé y alejé el frío que pedí nunca más sintiera.

Fue mí culpa. Jodidamente fue mí culpa. Y no sabía nada, no hice nada para evitarlo. Cerré mis manos con fuerza en el volante, mis nudillos blancos, mi corazón apretándose por el remordimiento.

¿Cómo miraría a Eloise después de ésto? Después de todo, la madre de Eloise sí tenía una buena razón para alejarla de mí.

─Maldita sea, Marie ─susurré en voz baja con todo el enojo retenido en ella. Se había ido ya hace tres años, y todavía seguía atormentándome. Aunque sabía que no había más culpable que yo.

Estacioné en el primer bar que encontré. Me emboté de alcohol, e incluso recuerdo haberme llevado a alguna chica a alguna parte. Creo que era rubia y que le dije que callara su codiciosa boca por un rato. También que la llamé Marie Kate y me abofeteó. Tenía una piel suave. La seguí llamando así, y creo le dije que el infierno se congelaría si alguna vez me volvía a enamorar de ella. Recordé haberme sentido sucio después de eso y al final terminé en una inconsciencia tendido en la cama de apartamento.

Una Vida Contigo © Terminada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora