Recuerdo que caía la noche cuando después de esos días en el yate la dejé en el que suponía era el resguardo de su hogar. Fue la última vez que la vi. Iba a ser ya un mes, pero en mí lo sentía como eones pasando en cámara lenta. Tan lento como veía el confiable Jaguar recorrer la infinita autopista aún cuando veía el kilometraje en 120km. Los hombres que me acompañaban iban recostados en sus asientos metidos en sus propios pensamientos sin siquiera mencionar mi velocidad de locura. Intuía que su necesidad por llegar rayaba la mía.
La cosa era que Eloise no podía permitirse desperdiciar otro segundo de tiempo junto aquél hombre. Cuando hablé con ella hace unas horas podía escuchar sus quejidos de dolor, y esto no podría ser otra cosa que la malicia de Alexander haciendo de las suyas.
No. Tenía que ir más rápido. Aceleré un número más en la carretera solitaria, con los faroles del auto iluminando la oscuridad a cada metro que avanzaba. La noche cayó en el camino como boca de lobo.
—Estamos llegando a la ciudad, Daniel — informó Maxwell sentado en el asiento del copiloto quien sostenía su portátil que le alumbraba el ceño fruncido deconcentración con luz blanca.
Asentí y apreté el volante con la ansiedad corriendo desbocada por mis venas. El silencio era intranquilo, y tan denso que sentía la tensión de Robert estallar detrás de mí en el asiento trasero.
El preocupado padre apenas pronunciaba palabra. Su palidez igualaba a la de la luna y tenía el leve presentimiento que en su mente rodaba una película morbosa de la misma situación de hace casi siete años atrás.
—Vira a la izquierda —comandó Maxwell.
Los restantes cinco minutos fueron un borrón de calles y avenidas con luces de neón alumbrando a la deriva. Pequeños restaurantes modernos y calles relucientes, farolas cada 20 metros y semáforos que detenían y alentaban a contados automóviles. No había mucho movimiento. Y apenas eran las ocho de la noche.
Siguiendo la instrucción del que hacía de copiloto avancé recto en una avenida que iba quedando más y más aislada del centro del pequeño pueblo/ciudad hasta encontrarme con un conjunto de tres edificios de al menos 25 plantas llamado Greenford.
—Es ahí. El segundo —señaló maxwell tan neutral como si no hubiéramos llegado hasta el lugar donde estaba Eloise.
Pero algo iba mal, algo iba muy mal.
No tarde un segundo en estacionar el Jaguar y bajarme con premura, ni siquiera recordando si cerré la puerta. Mis pasos repicaban en el frío asfalto mientras me acercaba más y más al objetivo de mi inquietud.
Luces azules. Azules y Rojas ondeando en las paredes adyacentes, provocando sombras y alertandome de que algo sucedía. Mis ojos se fijaron en dos coches patrulla, pero no vi a nadie.
Proseguí para entrar en el vestíbulo hasta que oí la inconfundible e inquietante sirena de una ambulancia. La vi virar con rapidez en la entrada del complejo y llegar frente a mí con un frenazo. Del resto recuerdo haberlo visto en cámara lenta, una sucesión de hechos. Un hombre uniformado llegando frente a los paramédicos atentos e inquietos por hacer su trabajo con pericia. El hombre gritando órdenes y Robert y Maxwell llegando frente a mí corriendo y con la cara encumbrada de consternación.
—¡Piso veinte! Una mujer herida y una fallecida. Atiendan a la otra, pero es claramente la escena de un homicidio. Andarse con cuidado.
Fue lo último que escuché antes de correr a la entrada del vestíbulo y buscar apurado con ojos alertas un par de puertas de elevador.
Muerta. Alguien había muerto.
No.
Estaba abierto, entré y marqué en un segundo. Las puertas se cerraron con una protesta de un corpulento policía que casi llegaba a alcanzarme. No podría detenerme.
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Una Vida Contigo © Terminada.
RomantizmUna chica ciega que habita en un mundo de reglas, luchará a través de ellas y de su pasado, para conseguir lo que anhela, libertad. ••• Eloise Bennett cumple seis años de haber perdido la vista a causa de un accidente que hasta el día de hoy lamenta...