Capítulo 43

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Las cuatro paredes de la habitación donde yo misma me había encerrado evitaban que fuera más allá dado que los pasos de un lado a otro eran incesantes. Agarraba mi estómago en señal de protección, acto que ya hacía de forma inconsciente. Esperando, simplemente esperando a que la puerta principal chirriara al abrirse para dejar pasar a la señora de edad.

Desde ayer, cuando Alexander me había obligado a mentirle a mi padre, me encerré en esa habitación y no había salido desde el mismo momento en que pasé el seguro de la puerta. Todo un día había pasado sin ingerir nada y aún así las náuseas volvieron como un clavel en la mañana. Expulsando sólo líquido. Sin embargo, no saldría, no a menos que Alexander abandonara el lugar y entrara su madre. Él, extrañamente por la noche, me dejó en paz, no usó sus llaves para arremeter contra mí. Quizás eso era la causa de la risa cínica que retumbaba cada vez que pasaba en frente de la habitación. Se regocijaba. Pero yo cerraba mis ojos y volvía mis pensamientos a un lugar mejor, con mi padre, con Scott, con Daniel. Todo mejor que eso.

Toda la noche me dejó reflexionando y consumiéndome hasta que había decidido que tenía que hacer algo por mi cuenta y la única salida que alguna vez me proporcionó Alexander era su progenitora. Ella salía y entraba del lugar. Escondía muy bien las llaves porque en su momento tanteé cada lugar posible en busca de ellas sin éxito alguno. Me quedaba ella y la credibilidad que podía darle.

Esta vez tenía puesta una camiseta, estando completamente segura que los morados serían lo suficientemente notorios por mi piel pálida debido al encierro de días. Vería cada uno de ellos y entonces se daría cuenta lo que su hijo era. Era la única cosa por hacer. No lo había pensado porque hablaba con tal devoción sobre él que se podía pensar que era un santo venerado por muchos. Pero no lo iba a descartar ahora, quizás tuviera sentido común y Alexander no se le hubo metido tanto en la cabeza para aceptar las evidencias que le estaba dando. Debía creerme y si no, ya después vendrían las consecuencias, y prefería eso a quedarme de brazos cruzados esperando que un milagro se apareciera en frente de mí. Las cosas no pasan porque sí, haces que pasen. Alex dejó un punto débil para mí y ahora debía arriesgarme a tomarlo una vez que sabía que era lo que cargaba en mi cuerpo y que mi mente estaba despejada. Quizás saberlo solo me dio las fuerzas que necesitaba para hacerlo.

Pero él no se iba. Todavía lo escuchaba pasearse en la cocina y la sala, hablando por teléfono, hablando conmigo, aun cuando no le respondía una palabra. Eran bloqueadas por mí. Todo lo que decía no podía afectarme si las bloqueaba. Para eso era lo único que servía la puerta de madera. Al menos tenía algo en medio de su inquietante presencia y yo.

-¡Hola, cielo! -escuché decir en una forma saturada, ahogada.

Ella había venido y Alexander aún seguía ahí. Traté de no alarmarme y respirar con calma.

Di cuatro pasos a mi izquierda y encontré la cama. Caí exhausta en ella, sentada y posicionando mi cabeza en mis manos. Tratando de decidir qué era lo mejor para mí.

En ese proceso mi estómago convulsionó en nuevas nauseas y sin aguardar un minuto mis piernas me llevaron al baño. La memoria no me fallaba.

Tanteé hasta el retrete y mis rodillas cayeron frente a él expulsando todo lo que mi cuerpo rechazaba por obra y gracia de un nuevo ser. Cuando pareció que no vendría nada más de mi cuerpo él jugó una vez mal volviendo con lágrimas nuevas.

-¡Ya! -grité golpeando con mi puño la porcelana sintiendo como i cuerpo temblaba -. Ya basta, Dios.

Con un poder, que muy pocas veces me había poseído, me levanté y apenas limpié mi boca cuando ya abría la puerta de la habitación que me separaba de ellos. Salí estrepitosamente llamando por la anciana en misericordia.

Una Vida Contigo © Terminada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora