Capítulo 30

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Apresurándome fuera del estrecho baño, fui hasta la cama donde mi teléfono resonaba sin cesar con un tono de llamada extraño para mí. El teléfono tiene un sonido específico a cada persona para lograr identificarlos al instante.

—¿Bueno? —contesté, con el ceño fruncido.

Me senté en la cama atrapando, con mi mano derecha, mi cabello detrás de mi oreja.

—Eloise... Que bonita voz. Suenas igual que siempre —comentó una voz de hombre del otro lado.

Apreté el teléfono, con mi ceño aun más marcado, con una mala sensación en mi estómago.

Bajé mi mano de mi cabello lentamente.

—¿Quién habla? —exigí.

—¿No me recuerdas, pequeña Eloise? —respondió demasiado cariñoso y familiar. Mi pequeña Eloise. Sólo podría venir de él.

—No... —susurré, más que nada para negarlo en mi cabeza. El sentimiento en mi estómago y pecho se intensificó. Era como lava ardiendo cada rincón dentro de mi cuerpo. Esa sensación de cuando te lanzas de un acantilado, con el miedo a una mala caída en tus entrañas.

—No hay nada que extrañe más que tu voz y tu dulce sonrisa en mis días, mi amor, —aquella voz empalagosa habló de nuevo.

Con el nudo atascado en mi garganta y mis manos temblando corté la llamada y lancé el teléfono a un lado.

Sentía que me faltaba el aire. Que me estaba ahogando. Junté mis manos y las llevé a mi pecho para detener la presión. Pero el sonido del teléfono seguía atormentando mis oídos.

Una y otra vez. Una y otra vez.

—¡Desaparece otra vez de mi vida! —grité cuando contesté de nuevo.

—No puedo, Eloise. Ya estoy justo aquí —anunció de esa manera suave, mentirosa e hipócrita.

—No lo hagas, —le insistí. Con mi voz desbordada de furia y miedo a partes iguales.

—¿Cómo podría? Siempre has sido mi debilidad. —Lo escuché suspirar—. ¡Ah! No había niña más bella y encantadora que tú en ese pozo de idiotas —rememoró con una voz tan ligera y cínica.

Respiré profundo, todo lo que el nudo y las lágrimas podían dejarme inhalar.

—Y tú eras el rey de ellos —sisee entumecida.

Escuché una sonora carcajada del otro lado. Mis vellos se levantaron por el escalofrío que me provocó.

—Siempre tan graciosa, mi Eloise. —Sonó alegre y confiado.

Una rabia y ansiedad insistente cruzó por mis venas al escucharlo a cada segundo.

"Mi Eloise, mi pequeña, Mi... Mi.. Mi"

Apreté mis manos hasta dejar marcadas mis uñas en mi palma, y anuncié —: No soy tuya... ¡De ninguna manera soy tuya! —Sin aliento y determinada—. ¡Déjame a mí y a mi familia en paz! —Furiosa, ya con lágrimas en los ojos. Rayando rl6quebranto de mi voz.

—Siempre lo has sido. Mi pequeña, mi sonriente Eloise.

Mi pecho se comprimió inevitablemente. Entonces, sentí como las lágrimas corrían de mis ojos.

Negué con mi cabeza y mi otra mano apretando mi muslo, de manera insuficiente. Las uñas estaban dejando marcas.

—¡Eloise! —escuché a Daniel a la distancia, fuera de la habitación. Estaba dando golpes a la puerta—. ¿Qué pasa, Elie? Abre la puerta, ¿te hiciste daño?

Escuchaba como la manilla seguía agitandose fuerte. Yo, mientras tanto, seguía teniendo en mi otra mano entumecida el teléfono, mientras respiraba a través de la presión en mi pecho.

—A que es Daniel —mencionó él, provocando que mi corazón se detuviera por un momento y abriera mi boca en sorpresa. Le había contado—. Me iré por ahora, mi amor, pero déjale dicho que Alexander Pierce ha vuelto y que su jueguito de la casita ha terminado.

Tragué saliva y seguido escuché el pitido que finalizaba la llamada.

Era real. Estaba pasando. 

Una Vida Contigo © Terminada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora