Capítulo 40

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–¿Hola?

Hola Briana, habla Louis...

–Hola Louis, te seré honesta, no esperaba que llamaras tan pronto.

Tienes razón–rió apenado–pero pensé que apenas son las–miró su reloj en la mano izquierda–9:30 de la mañana y tal vez podríamos ir a revisar las instalaciones de mi oficina, tal vez ni siquiera te gusten.

–Claro, pero necesito vestirme adecuadamente, ¿podrías darme una hora?

Claro, dame tu dirección, yo pasaré por ti al hotel donde te estás quedando.

–Estoy en el hotel "The Langham", en la calle Regent.

–Te gusta despilfarrar el dinero–sonrió levemente–me recuerdas a alguien–dijo en tono a penas audible.

–Mis padres siempre me dijeron "si lo tienes, gástalo. Cuando te mueras, no te vas a llevar el dinero contigo"

–Tus padres tienen razón–sonrió de nuevo–de acuerdo, entonces nos vemos en una hora.

Adiós, Lou.

Cortó la llamada y caminó hasta su habitación deambulando como un ser muerto en vida. Era la primera vez en mucho tiempo que salía con una chica por gusto, en realidad su padre le presentaba hijas de sus socios, que podrían evitar la pérdida de partes de las empresas, incluso Eleanor fue elegida por su padre, y la última chica con quien en verdad buscó salir, curiosamente fue su novia que lo acompañó a la fiesta donde descubrió su sexualidad, después de eso, nada.

Al llegar a su cuarto, abrió la puerta de su armario que no había abierto en mucho tiempo, la puerta que contenía todos sus trajes, tomó el que estaba más cerca de su mano izquierda, es decir, un Armani color gris, después de eso, bajó la mirada para buscar una camisa y una corbata; su elección fue un color negro para ambos. Se vistió con el pantalón y la camisa, dejando la corbata y el saco sobre la cama, se puso en cunclillas y sacó una caja de zapatos color blanca que tenía escrito "Vuitton" en la tapa. Se puso unos calcetines y los zapatos, después suspiró, sabía lo que venía después de eso, debía verse en el espejo para poder acomodar mejor su corbata, y de verdad no quería hacerlo.

Se levantó, tomó la corbata y se acercó al espejo enfocándose solo en sus manos y el movimiento del pedazo de tela, el cual se enredaba en sí mismo dejando un precioso nudo al rededor de su cuello, pero la costumbre nunca muere, así que dio un paso atrás y revisó su atuendo. El conjunto se veía espectacular, la ropa de esa calidad hacían a cualquier sujeto con cualquier tipo de cuerpo parecer un dios griego, pero él sabía que era diferente, la ropa le colgaba un poco, pues esa ya no era su talla, su talla era mucho más pequeña que la que traía puesta. Por más que luchó contra sus impulsos de no mirar su rostro, no pudo evitar mirar que ese no era el chico que Harry había conocido, ese no era el chico de quién se había enamorado, donde quiera que estuviera el amor de su vida, probablemente lo veía con asco y repulsión, lo cual le molestó mucho.

–¿Cómo te atreves a mirarme de esa manera, Harry?–hablaba con un tono autoritario–es por tu culpa que me veo de esta manera–comenzó a elevar la voz–si ya no soy atractivo para ti es porque te fuiste, me abandonaste, me dejaste solo con una estúpida promesa atorada en el corazón–sus ojos se cristalizaron–me hiciste llorar más veces en este tiempo que en toda mi vida, ¿pero sabes que? No más. Te odio y no pienso derramar una lagrima más por ti–se limpió los ojos con el dorso de la mano, se puso el saco, tomó su billetera y dio grandes zancadas hasta el ascensor, donde tomó las llaves de su coche.

Las puertas se abrieron y más espejos lo acosaban, parecía que todos intentaban hacerlo sentir menos ese día, pero en realidad, era el mismo ascensor que había estado en ese edificio desde el día que se mudó. Entró, dio media vuelta para no ver el más grande de los espejos y presionó el botón para bajar. Esperó con impaciencia, y al abrirse las puertas, revisó el reloj que traía en la mano; aún eran las 10, tenía media hora para pasar por Briana, así que entró al estacionamiento, se metió a su coche, el cual no había visto en tiempo, y salió de ahí en dirección al gimnasio más cercano del edificio donde vivía.

Estocolmo | Larry Stylinson (Editada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora