20. "Tom Ryddle."

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Se hallaban en el extremo de una sala muy grande, apenas iluminada. Altísimas columnas de piedra talladas con serpientes enlazadas se elevaban para sostener un techo que se perdía en la oscuridad, proyectando largas sombras negras sobre la extraña penumbra verdosa que reinaba en la estancia.
Con el corazón latiéndole muy rápido, Maddie escuchó aquel silencio de ultratumba. ¿Estaría el basilisco acechando en algún rincón oscuro, detrás de una columna? ¿Y dónde estaría Ginny?

Sacaron sus varitas y avanzaron por entre las columnas decoradas con serpientes. Sus pasos resonaban en los muros sombríos. Iba con los ojos entornados, dispuesta a cerrarlos completamente al menor indicio de movimiento. Le parecía que las serpientes de piedra los vigilaban desde las cuencas vacías de sus ojos. Más de una vez, el corazón le dio un vuelco al creer que alguna se movía. Al llegar al último par de columnas, vio una estatua, tan alta como la misma cámara, que surgía imponente, adosada al muro del fondo. Maddie tuvo que echar atrás la cabeza para poder ver el rostro gigantesco que la coronaba: era un rostro antiguo y simiesco, con una barba larga y fina que le llegaba casi hasta el final de la amplia túnica de mago, donde unos enormes pies de color gris se asentaban sobre el liso suelo. Y entre los pies, boca abajo, vio una pequeña figura con túnica negra y el cabello de un rojo encendido.

—¡Ginny! —susurró Harry, corriendo hacia ella e hincándose de rodillas—. ¡Ginny! ¡No estés muerta! ¡Por favor, no estés muerta!

Maddie estaba en shock. Dejó la varita en el suelo y tomó a Ginny por los hombros, girándola para ver su rostro. Tenía la cara tan blanca y fría como el mármol, aunque los ojos estaban cerrados, así que no estaba petrificada. Pero entonces tenía que estar...

—. Ginny, por favor, despierta — susurró Maddie sin esperanza, agitándola. La cabeza de Ginny se movió, inanimada, de un lado a otro. Maddie estaba a punto de derramar una lágrima.

—No despertará —dijo una voz suave. Maddie y Harry se enderezaron de un salto. Un muchacho alto, de pelo negro, estaba apoyado contra la columna más cercana, mirándole. Tenía los contornos borrosos, como Maddie si lo estuviera mirando a través de un cristal empañado. Pero no había dudas sobre quién era.

-¿Tom Ryddle? -murmuró Maddie.

Ryddle asintió con la cabeza, sin apartar los ojos del rostro de Harry.

—¿Qué quieres decir? ¿Por qué no despertará? —dijo Maddie desesperada—. ¿Ella no está... no está...?

—Todavía está viva —contestó Ryddle—, pero por muy poco tiempo.

Maddie lo miró detenidamente. Tom Ryddle había estudiado en Hogwarts hacía cincuenta años, y sin embargo allí, bajo aquella luz rara, neblinosa y brillante, aparentaba tener dieciséis años, ni un día más.

—¿Eres un fantasma? —preguntó Maddie dubitativa.

—Soy un recuerdo —respondió Ryddle tranquilamente— guardado en un diario durante cincuenta años.

Ryddle señaló hacia los gigantescos dedos de los pies de la estatua. Allí se encontraba, abierto, el pequeño diario negro que habían hallado en los aseos de Myrtle la Llorona. Durante un segundo, Maddie se preguntó cómo habría llegado hasta allí. Pero tenía asuntos más importantes en los que pensar.

—Tienes que ayudarnos, Tom —dijo Harry, volviendo a levantar la cabeza de Ginny—. Tenemos que sacarla de aquí. Hay un basilisco... No sé dónde está, pero podría llegar en cualquier momento.

-No creo que vaya a ayudarnos, Harry -dijo Maddie, sin quitar los ojos de encima de Tom, que también la miraba fijamente.

Ryddle no se movió. Harry, sudando, logró levantar a medias a Ginny del suelo, y se inclinó a recoger su varita. Pero la varita ya no estaba.

Pequeñas Black y la Cámara de los Secretos [II] [Harry Potter] (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora