Prólogo: La Caída del Guerrero

871 43 7
                                    

Días antes de que diera inicio el combate, su padre le confesó que el secreto de la supervivencia consistía en tenerle miedo y respeto a la muerte.

"A la muerte se la respeta tanto como a la  vida misma, pues no hay una sin la otra. El instinto de supervivencia nos impulsa a luchar contra ella, pues está en nuestra naturaleza el deseo de vivir. Y el miedo nos pone en un estado de alerta. Hay quienes sucumben ante él y hay otros que responden ante él. Si quieres sobrevivir, debes responder. Siempre".

El joven muchacho entendía.

Su enemigo se hallaba cada vez más cerca.

"No obstante, eso no quiere decir que tengamos que hacernos los valientes y mostrarnos petulantes ante a la muerte. No, quienes siguen ese camino son los primeros en cruzar el velo. Si lo que quieres es vivir, debes temer y respetar a la muerte. El miedo no nos convierte en cobardes, sino en supervivientes: el miedo nos prepara para afrontar el peligro y es el respeto lo que nos da el entendimiento para afrontar dicho reto. Nunca olvides eso, hijo mío. Es la clave de la supervivencia".

Y joven muchacho no lo olvidó. Creía firmemente en sus palabras.

No obstante, el momento de la reflexión acabó: llego la hora de luchar.

Adelante.

El centauro que galopaba hacia él adoptó en un gesto furioso y nervioso. Por más que su enemigo exhibía una fachada de eufórica valentía y confianza, el muchacho notó que la verdadera emoción que impulsaba sus acciones no era otra cosa más que miedo puro. Ese sentimiento se veía reflejado en el espejo de sus ojos, como el agua cristalina del más limpio arroyo. Esa era su ventaja.

Muéstrame lo que tienes.

El muchacho esperó a que estuviera lo suficientemente cerca para dignarse a atacar. Si había algo en lo que destacaba era en combatir en espacios cerrados y de corta distancia. Como el centauro era una bestia grande y corpulenta, sabía que la fuerza y la velocidad no jugaban a su favor, pero si conseguía derribarlo o hacer que perdiera el equilibrio, su enemigo podía darse por muerto. Esa era la clave.

El centauro vociferó en su idioma palabras que no tenían significado alguno para él. En todo caso daba igual, poco importaba lo que tuviera que decir. Su dinastía estaba llegando a su macabro fin.

¡Ahora!

La lanza del centauro giró con una destreza profesional sobre la mano de la bestia, ejecutando un espiral engañoso. Tiago Medeiros fue lo bastante inteligente para predecir ese movimiento y se lanzó a un costado, procurando no perder el equilibrio.

Era la primera vez en su vida que se enfrentaba a un centauro que utilizara de esa forma una lanza. Debía ser cauteloso.

El centauro es consciente de que su especie ha perdido la guerra, eso significa que va a ser todo lo viable por llevarse consigo a la mayor cantidad de filitcios posibles.

Tiago Medeiros dejó escapar un grito de rabia (como siempre hacia cuando se disponía a lanzar un ataque) y su espada trazó un arco directo hacia el pecho descubierto del centauro, dirigiendo el largo de su hoja a la zona del esternón. El centauro fue rápido y con la filosa lanza desvió el ataque sin problemas.

Tiago bufó de puro fastidio y se echó para atrás. El centauro le sonreía con suficiencia mientras alardeaba frente a él su asombrosa destreza. Al ver eso, el joven brasilero se sintió frustrado y consternado. Durante un momento, pareció que su espada adquirió más peso y comenzó a costarle sostenerla con firmeza.

A la Batalla Final le queda menos de dos horas. No voy a morir estando tan cerca del final. Ni lo sueñes maldita bestia.

Su pensamiento le trajo a la memoria la imagen de Dolores Méndez, a quien había perdido de vista hará cosa de unos cinco minutos. Tuvo que contenerse para no desviar la cabeza hacia atrás y ponerse buscarla con la mirada: primero tenía que lidiar con su apremiante enemigo.

Espíritus en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora