El Despertar de la Bestia

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Hoy iba a llegar tarde a la consulta. Sabía que iba a ser así.

Estoy en medio de un examen, tendrá que saber entender.

Me llevé la punta del capuchón a la boca y comencé a morder las partes blandas. No pasó mucho hasta que el dolor de dientes me obligó a parar. Dios, de nuevo lo estaba haciendo. Odiaba tener esa maldita costumbre.

–Cinco minutos y entregan chicos. Vamos que se está haciendo tarde.

Levanté la mirada de mi hoja y observé quienes aún seguían dando examen. No éramos muchos, la mayor parte de la clase se encontraba mirando el techo o jugando con sus celulares, esperando que sonara la campana del mediodía y quedaran liberados por lo que quedaba de la tarde. Casi todos habían asistido a dar el examen cuatrimestral de historia. La única ausente era Cristina, quien había sido llamada a eso de las diez de la mañana por el director y aún no había vuelto. Qué raro, debió de tratarse de algo serio para que no se presentase a dar la prueba. Da igual, al carajo con ella.

¡Deja de distraerte con estupideces y termina la maldita prueba!

Mi consciencia estaba en lo cierto y dejé de pensar en ello.

–Tiempo, entreguen.

No pude revisar antes de entregar, no contaba con eso. Me levanté de mi pupitre, me acerqué al escritorio de la profesora de historia y entregué el examen. La campana sonó y todo el mundo abandonó el salón. Esperé a que todos se fueran para dignarme a juntar mis cosas. No quería dar a ver que estaba apurada, de lo contrario los muy desgraciados harían lo posible por molestarme y atrasarme en guardar mis cosas.

Abandoné el salón y en vez de dirigirme hacia las escaleras que conducían a la salida del colegio, cambié mi rumbo hacia arriba y fui derechito al salón de arte, donde seguramente una impaciente Juana Ingrata me estaría esperando. Revisé mi reloj: casi quince minutos tarde. Ah, me daba igual. Hoy iba a ser mi última sesión con ella. No solo por el hecho que mañana, viernes 16 de julio, darían inicio las vacaciones de invierno, sino también porque ésta era la última sesión que la escuela iba a cubrir en términos de gastos y claramente yo no iba a pagar con el dinero de mis padres una psicóloga por mi cuenta. Ni hablar.

Así que, dado que hoy es mi último día, haré lo mejor posible por mostrarme amable.

Eso teniendo en cuenta como terminó nuestra última sesión.

–Hola, Mía –me dijo apenas me vio entrar al salón.

–Hola.

Juana Ingrata se hallaba sentada en una de las mesas desocupadas junto a la ventana, con su típico bloc de notas en la mano y un bolígrafo listo para ser utilizado. Me sonreía como de costumbre y por una vez me permití sonreírle. Era nuestra última sesión y si ella iba hacer de cuenta como que la otra vez no pasó nada, pues entonces yo también. Así sería más cómodo para las dos.

Ocupé el lugar que había frente ella.

–Perdón por la tardanza, estaba terminando una prueba.

–No pasa nada, estaba al tanto.

Dejé caer mi mochila a un costado de la silla y me acomodé en el lugar, tratando de estar en una posición más cómoda. Desenredé la colita de mi pelo y dejé que esté cayera suelto por mis hombros. Mucho mejor.

– ¿Cómo estás? –comenzó a preguntar.

–Bien.

– ¿Qué tal estuvo tu fin de semana?

Espíritus en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora