El Viaje de Regreso

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Decir que desperté luego de una rejuvenecedora noche de sueños sería estar mintiendo de la manera más vil posible. La verdad es que no pude pegar un ojo en toda la noche, ni ésta ni la anterior. No tenía sentido: la guerra había llegado a su fin, estábamos vivos, vencimos no solo a los centauros sino también a su cruel mundo de demonios. Descendimos al mismísimo Infierno y salimos de allí victoriosos. Uno pensaría que después de haber superado todas aquellas calamidades ya no habría nada en el mundo capaz de hacerle retorcer las tripas. Bueno, sin duda ese no era mi caso. A pesar de todo lo que vivimos, no podía quitarme de la cabeza esa extraña sensación de que era solo cuestión de tiempo para que el Infierno volviera a desatarse sobre nosotros: es como si estuviéramos viviendo momentos de paz luego de la tempestad. Y si es así, como yo lo creo, la tormenta no tardaría mucho en volver a desatarse.

Para cuando llegase el momento tendría que estar preparado. Pero la pregunta es: ¿preparado para enfrentar qué? ¿O mejor dicho, a quién?

Carolina tampoco había conseguido dormir bien. No hizo falta que lo expresara en voz alta: las marcadas ojeras de su cara la delataban.

Con movimientos lentos y automáticos recogimos las pocas pertenencias que quedaron sueltas. Nos turnamos para bañarnos y una vez que tuvimos todo listo y un desayuno rápido en el estómago, nos colgamos las mochilas al hombro, arrastramos la valija hacia afuera y nos despedimos del complejo y de la Casa Rodante que había sido nuestro hogar en los últimos días.

–Muy bien, ¿ahora hacia dónde? –preguntó mi amiga, mientras nos dirigíamos a la ruta. Pocos autos circulaban por las calles pero eso no importaba. No íbamos hacer de nuevo autostop.

–A un kilómetro más adelante hay una parada de colectivo. Cualquiera que pase por ahí nos va a llevar de vuelta a Miami Beach y creo que nos conducirá al aeropuerto si tenemos suerte –le contesté sin demasiado entusiasmo, arrastrando la valija que contenía mis armas de guerra ocultas bajo un manto de ropa.

– ¿Tenemos plata para los boletos?

–Sí, para eso sí. Es nuestra última reserva.

–Esperemos no tener que recurrir a otros métodos para conseguir transporte.

Decidí guardarme mis opiniones.

Yo tampoco estaba orgulloso de la forma en que tuvimos que comportarnos los últimos días. El medallón de plata que llevaba al cuello se sentía más frio y pesado con cada día que pasaba, entrando en contacto con mi esternón, el único escudo que lo separaba de mi corazón.

No hemos hecho más que engañar y manipular los corazones y mentes de desconocidos para obtener beneficios y placeres a cambio de nada. ¿Eso me convierte en una mala persona?

Quería pensar que no era así. No soy malo, pero las circunstancias en las que me vi envuelto me llevaron a actuar de la manera en que lo hice. Nunca estuvo dentro de mis planes tener que cargar con la responsabilidad de proteger y velar por la seguridad de mi amiga humana. No, aquella situación jamás estuvo dentro de mis ideas más descabelladas. Si fuera al revés, si se tratara solo de mí y de ver cómo conseguir volver a mi hogar, seguramente hubiese encontrado una manera distinta de actuar. A fin de cuentas, una de mis habilidades consiste en convertirme en un halcón y volar por los cielos. ¿Quién dice que de haber estado solo no hubiera volado hacia mi hogar, sea cual fuera el lugar donde partiera?

Pero no, éste no era el caso. Yo tenía que ocuparme de Carolina, asegurarme de que llegará a su hogar, con su familia, a salvo. Y eso en si ya era una tarea muy peligrosa. La desaparición de Carolina generó mucho revuelo en mi país. Aun no sabía cómo íbamos hacer con respecto a ese tema. Lo único claro era que ella debía recuperar su vida, pero el cuándo y el cómo iba verse. Lo quiera o no, Carolina tendría que cargar con el secreto de mi especie toda la vida y eso significaba no solo ocultarlo de su familia y conocidos, sino también de cualquier que fuera un filitcio como yo. Incluso de mi propia familia.

Espíritus en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora