La Última Noche

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Gracias a todos los que estuvieron esperando estos últimos meses a que volviera actualizar. Se hizo esperar, pero aquí está el capítulo. Que lo disfruten. Matías. (18/3/2017).

El silencio que nació entre nosotros hizo que me diera cuenta de que afuera llovía copiosamente. No sabría decir con exactitud en que momento el clima cambió, pues había estado tan inmerso en mi conversación con Mía que nada de lo que sucedió alrededor nuestro me importó. Mi atención estaba puesta en ella, en su mirada incrédula y asombrada. La blanquecina piel de su rostro comenzó a tornarse roja conforme se ruborizaba. Mía hizo ademán de querer marcharse pero yo me apresuré y la tomé la mano, en un gesto silencioso y suplicante.

–Por favor no te vayas.

Parecía que ella quería decir algo pero las palabras no le salían. Yo tampoco sabía que decir ni cómo actuar a continuación. Es decir, la cagada me la mandé: coloqué la dinamita entre ambos, encendí la mecha y dejé que nuestro mundo nos explotara en la cara. Y eso que hacía tan solo unos minutos atrás me sentía seguro, confiado. Jamás estuve tan equivocado en toda mi vida.

Muy bien, ¿ahora qué?

Mía no conseguía salir de su estupefacción.

–Entiendo que lo que dije haya sonado un poco...fuera de lugar.

– ¿Fuera de lugar? –repitió ella.

Asentí.

Mía se echó a reír.

Dos hombres que almorzaban a una mesa de distancia se giraron para observarnos con curiosidad. La risa de Mía al principio me dio la impresión de que era momentánea, asertiva, como quien se ríe para evitar un mal momento. Sin embargo, conforme esa risa procedía y no se detenía, me di cuenta de que no se trataba de un simple regocijo frente a una situación burlesca: su risa era histérica, de esas que a uno le agarra cuando está lidiando con una situación extrema y tiene dos opciones: reír o llorar.

Ella optó por la segunda. Mierda.

–Me siento como un idiota –farfullé desalentado.

Al oírme decir eso, Mía rio con más ganas.

–Está bien, me lo merezco. Anda, ríete y hazme sentir como un idiota.

–Es que deberías sentirte como un idiota –repuso ella, haciendo una pausa entre carcajada y carcajada–. ¿Te das cuenta lo que me estás pidiendo? ¿Viniste a Mar del Plata, me fuiste a buscar a la salida del consultorio, me trajiste acá para decirme que nuestra relación se terminó, que estás teniendo sentimientos encontrados por tu amiga y que querés terminar nuestro noviazgo...haciendo el amor? Yo...yo...JA, JA, JA.

El ataque histérico volvió a pegarle fuerte y Mía se puso de pie. Yo intenté retenerla para que no se fuera pero ella se zafó de mi agarre diciéndome entre risas que necesitaba ir al baño. La vi dirigirse hacia unas escaleras y pronto desapareció de mi vista.

Percibí como los dos hombres no quitaban su vista de mi patética persona.

–Pudo haber sido peor, ¿no les parece? –comenté con ironía en dirección a ellos.

–Muchacho, si hay algo que nos enseñó la vida es que no existe un modo correcto de tratar con las mujeres –me contestó el más corpulento de los dos–. No lo hay.

–La mujer es un bicho peligroso –corroboró su amigo–. O te arriesgas o te cagas.

–De acuerdo, muchas gracias por el consejo –repliqué molesto y eso puso fin a la plática.

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