La Casa Rodante

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Tengo la mala costumbre de hacer lio a la hora de tomar decisiones. Incluso en las más simples: ¿qué me convenía llevar? ¿La sopa de pollo o la que venía con trocitos de fideos? ¿La que tiene más o menos picante? ¿Es mejor la marca asiática o la que viene con la cara de un ganso feliz? ¿Cuál le gustara más?

–El empaque dice que ambas son picantes –dije para mí mismo en voz alta, tomando ambas muestras como si así fuera a decidirme por la que más me parecía buena.

La señora que tenía a pocos metros de distancia me miraba sin entender lo que sucedía. Yo le dediqué una de mis mejores sonrisas inocentes.

–No me haga caso, seguramente usted no debe entender nada de lo que digo.

La vieja me miró más confundida que antes pero no articuló ninguna palabra. Se alejó de mí con su canasta en mano y se fue a la otra punta de la despensa a seguir con su propia compra. Aunque eso no era muy lejos: a fin de cuentas estábamos en una estación de servicio cualquiera, ubicada en medio de la nada. Aquello no era el supermercado del pueblo cercano. Lo que pensará de mi me importaba poco.

–Pollo será –decreté, descartando el otro envase. Tomé unas cuatro cajas y las deposité sin miramientos en la canasta que tenía entre los pies. Si no le gusta será problema suyo. La próxima vez que venga ella a elegir la cena.

Fui hasta la caja a que me atienda la misma muchacha regordeta de siempre, mientras guardaba mi bronca para mis adentros. Ya estaba harto de tener que venir siempre a este lugar. No me gustaba que mi presencia se hiciera notar y que mi cara quedara registrada en la memoria de las personas que trabajan allí.

23,54 –me dijo la cajera una vez que hizo pasar todos los productos por el escáner de barra. Había tenido la amabilidad de separarme los productos fríos de los que no lo eran en distintas bolsas. Que amable.

Keep the change –dije, permitiendo que se quedara con los dos dólares y cuarenta y siete centavos de más.

Be carefull outside, there is storm coming.

I will have an eye on that.

Salí de la estación de servicio antes de que me diera más charla. No me extrañaría que así fuera. Sé que no soy la persona más adecuada para notar cuando alguien está interesada en otra (nunca se me dio bien eso de captar las indirectas, soy medio lerdo para esas cosas) pero había que ser medio tonto para no darse cuenta que esa mujer tenía algún interés en mí. Siempre que iba allí me miraba con ojitos brillantes y me sonreía sin que yo lo hiciera.

Si fuera unas años más joven, a lo mejor si me lo consideraría.

Al fin al cabo, me daba igual que fuera gordita. De cara era muy bonita.

En eso se me vino a la mente uno de los comentarios despectivos de mi amigo.

"Boludo no sabes, estaba re en pedo esa noche. No paraba de hacer estupideces, ¡incluso me comí a una gorda! Ay boludo, que noche..."

No sé por qué pensé en eso, ni tampoco porque me molestó tanto, simplemente surgió de la nada. Odiaba tener tan poca tolerancia ante cierto tipo de cosas. Especialmente a lo que se refiere mis amigos. Me costaba aceptar los modos de ver las cosas que fueran distintos a los míos. Ese era otro de mis problemas: no debía confiar en que mi visión del mundo era la correcta. Porque no lo era. Solo sé que hay maneras de decir las cosas sin sonar tan...superficial. Mierda, ¿de dónde vino todo éste planteo?

Estoy volviendo a ser el mismo pelotudo de siempre, eso es bueno.

Mientras caminaba por el lado derecho de la ruta, con las bolsas de plástico golpeando mis costados, no pude evitar ver el cielo gris que se proyectaba por encima de mí. Las nubes del norte se propagaban como una plaga en el arco del horizonte, anticipando la llegada de la tormenta anunciada por la chica de la caja. No podía asegurarlo a ciencia cierta, pero calculaba que contaba con al menos veinte minutos para llegar al refugio y salvarme de ser empapado vivo. Si esta noche iba a ver relámpagos...entonces sería una mala noche.

Espíritus en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora