La Prisionera de la Luna

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Aún era de noche cuando el horror de la pesadilla hizo que se despertara de un sueño espantoso. Con el corazón en la boca, tuvo que morderse la lengua para evitar que  saliera de ella un grito desgarrador. Aquel desmadre hubiera resultado inconveniente: en la casa todos dormían y solo los acelerados latidos de su sobresaltado corazón eran el único ruido oyente. Mejor dejarlo así, no hacía falta despertar a nadie.

Enderezando la espalda contra el respaldo de la cama, la muchacha de cabello negro azabache se acomodó en una mejor postura y dejó descansar el peso del cuerpo hacia atrás. Se llevó ambas manos al pecho y trató de respirar hondamente para luego liberar el aire contenido de una fuerte exhalación.

La chica no andaba de buen humor.

Me estoy cansando de esta mierda.

Las pesadillas dieron inicio un par de días atrás, conforme las madrugadas del invierno se tornaron más luctuosas y frioleras. Los sueños usualmente variaban de acuerdo al demonio que los visitaba. A veces se trataba de una manada de lobos negros, surgiendo de la oscuridad de la noche, por los callejones de un pueblo abandonado por la gracia de Dios, camuflados en la ausencia del sol, y recorriendo las húmedas calles empedradas de un centro sin atracciones. En otras ocasiones solo se trataba de unos ojos amarillos y pálidos, que la observaban desde lejos, atentos a sus movimientos y conscientes del temor que esa vigilancia taciturna provocaba en ella. Pensar en ello la ponía nerviosa; aquellas no eran pesadillas cualquieras. Nada que se sintiera tan real podía tratarse de algo imaginario.

Basta Nicole, le estás dando demasiada importancia a esto.

La muchacha asintió para sí misma, tratando de hacer hincapié en estar serena. De nada servía darse maquina con inquietudes superfluas. Los sueños son solamente eso: sueños. No existe tal cosa como las predicciones o visiones reveladoras. La explicación lógica recaía en que su subconsciente le jugaba una mala pasada. Siempre le ocurrían ese tipo de cosas a esta altura del año. Una pena que su madre no estuviera ahí para ayudarla a sobrellevarlo. Ella era la única que le garantizaba seguridad.

Duerme tranquila, mi niña hermosa, que soy la guardiana de tus sueños.

Cerró los ojos con tristeza al recordar el sonido de su dulce voz.

Velaré tus noches y cuidaré tus mañanas.

Nicole Ramos se llevó instintivamente la mano al pecho y se tocó la imagen de la Virgen María que colgaba de la cadena que rodeaba su cuello. Cada vez que se sentía frustrada hacía eso: lo tenía como acto de costumbre.

Basta ya, te estás comportando como una idiota exagerada.

Echó una mirada al reloj de su repisa y constató que eran las cuatro y media de la madruga. Carajo, en dos horas se suponía que tendría que cambiarse para ir a la escuela. Sin embargo, allí estaba: despierta y con los nervios a flor de piel. No había forma de que pudiera conciliar el sueño otra vez.

Linda manera de arrancar la madrugada de mi decimosexto cumpleaños.

Abandonó la cama con sumo cuidado, evitando que los resortes de su colcha hicieran contracción, y se encaminó descalza derecho hacia el baño. Un piso más arriba, los ronquidos de su padrastro le pusieron los pelos de punta: aquel pobre asmático sí que la pasaba mal por las noches. Aun se preguntaba como la mujer que compartía su cama no tenía inconvenientes con aquel sonido fastidioso. Eso sí que era todo un misterio.

Cerró la puerta tras de sí, encendió el interruptor y la luz blanquecina del cubículo la cegó por unos breves y tediosos segundos. Todas las mañanas era la misma historia.

Espíritus en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora