El Ardid de las Cenizas

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Poco antes de que se hiciera de noche, me despedí de Axel y abandoné su cabaña. Sentí el peso de su mirada en mi espalda, consciente de que me alejaba de él con un nuevo cargamento de intranquilidades gravitando a mí alrededor. Pocas veces me sentí tan desanimado como en estos momentos. No hay peor frustración que la decepción. Es decir, después de tantos peligros y oportunidades de conseguir que me mataran en la guerra contra los centauros, ¿tenía que surgir ahora un nuevo problema, justo de las cenizas del otro? La verdad es que no puedo creerlo, me parece muy injusta esta situación. No es sano vivir estresado todo el tiempo. ¿Por qué la desgracia siempre tocaba mi puerta incluso cuando la batalla ya estaba dada por muerta?

Maldito seas, Tiago Medeiros.

Mientras caminaba, mi pie se topó con una lata de gaseosa vacía. Quise seguir de largo pero luego me lo pensé mejor y me di la vuelta para propinarle una fuerte patada. La lata voló y desapareció a lo lejos. Aquella acción resultó inútil pues no consiguió apaciguar la rabia de mi interior.

Mi estado de ánimo iba oscureciendo conforme lo hacía el color del cielo. Pronto, la noche arribó y decidí detener mi marcha para contemplar las nubes y ver si eso despejaba mi mente. Me encontraba solo, sin nadie cerca, absorto en mis pensamientos. Reviví en mi mente el recuerdo que tenía del incidente: había sucedido en menos de un minuto, en tan solo un instante. Tiago apareció al lado de Dolores, me vio, me escupió un hosco saludo, posó su atención en Carolina y en el acto no dudé en noquearlo. No me arrepiento de lo que hice pues creo firmemente que fue necesario, a pesar de que estuvo mal. Tuve miedo de lo que vi en sus ojos: alarma. Esa mirada no fue la de alguien que observó con curiosidad la presencia de un desconocido. No, esa mirada fue propia de un filitcio que supo reconocer la verdadera esencia de un ser humano en el campo de batalla.

Fue necesario hacer lo que hice.

Dejé de mirar el cielo y continué mi marcha, no del todo atento hacia dónde me dirigía. Me daba rabia que Tiago, Federico e incluso Dolores supieran percibir la esencia de las personas con tanta facilidad. Yo no soy capaz de hacer eso, no todavía. Y últimamente estoy empezando a notar que dicha práctica es importante de adquirir.

Mi maestro hizo mucho hincapié en eso.

–Es una destreza bastante sencilla en comparación a lo demás que dominas –me había dicho durante el transcurso de la tarde, la cual habíamos dedicado a conversar sobre mi entrenamiento y las cosas que me iba a enseñar–. Más que un don es una capacidad que necesitas desarrollar. Necesitas aprender a ver las cosas de una manera distinta, a quitarte la venda de los ojos. No te preocupes Pablo, detectar esencias no es un concepto que vale la pena preocuparse. Yo en tu lugar me alarmaría por las otras cosas.

– ¿Qué otras cosas?

–Las que en el caso normal se reservan para jóvenes filitcios de más avanzada edad –había contestado, mientras hacía ademán de levantar la mesa–. Tenemos que ser precavidos en esta situación, alumno. No debemos levantar sospechas. Si tus padres, tus tíos o tus primos notan que sigues entrenando eso puede generar preguntas incomodas. Lo primero es lo primero, tengo que hablar con Dolores y Agustina cuanto antes. Deben compartir sus memorias conmigo pues necesito emprender viaje y encontrar al chico, asegurarme de que esté bien y que no suelte la lengua ante quien no deba.

– ¿Cuándo piensa partir? ¿Cuándo vamos a entrenar?

–Como maestro en práctica soy alguien monitoreado, por lo que voy a tomar ciertas precauciones. Eso no te incumbe, así que no te preocupes. Lo ideal es que me marche en unos días, precisamente cuando tú y tu familia vuelvan a Buenos Aires. Así que esto es lo que haremos: mañana vendrás a mi cabaña con la primera luz del alba, traerás contigo a las hermanas Méndez, y luego de que ellas me den lo que necesito te enseñare uno de los trucos más poderosos y populares que existen en nuestro Clan.

Espíritus en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora