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El día que Stiles regresó a Beacon Hill tras terminar los exámenes, no fue como se lo había imaginado. Y aunque ya no le daba tanta importancia a eso de ser recibido con los máximos honores, había confiado en que al menos hubiera una pequeña comitiva esperándole en la estación de tren. Porque, aunque el hecho de poder decir que estaba con Derek Hale, lograba que empezara a apreciar las cosas en su justa medida y no esperara siempre a que se cumpliera una fantasía detrás de otra, al menos había contado con una pequeñita sorpresa de bienvenida.

Y aunque en el fondo sabía que nada de eso importaba porque estar con Derek lograba que su vida fuera perfecta; mentiría si dijera que no había esperado algo en vez de la más absoluta... nada.

Porque eso fue justo lo que se encontró cuando bajó del tren, arrastrando la enorme maleta. Ni comitiva con banda de música, ni el Alcalde con un grupo de animadoras, ni todos sus amigos gritando como locos, y ni siquiera el pequeño grupo que componía su familia. Porque tampoco estaba su padre, ni Sussan, ni Derek. No había absolutamente nadie.

Al ver aquel panorama tan desolador Stiles, que se conocía muy bien, se dijo a sí mismo que no se dejara llevar por el pánico. Pero lo cierto era que aquella bienvenida tan pobre, estando en un pueblo que era foco de sucesos sobrenaturales y asesinos psicópatas y donde su padre además era el Sheriff, ser recibido por nadie podía ser entendido como la consecuencia lógica de que había pasado algo grave. Pero afortunadamente Stiles controlaba ahora mejor su pánico, y lo primero que pensó fue que si realmente había ocurrido algo grave, alguien le habría llamado.

A no ser, claro, que ese "algo" hubiera sido una bomba nuclear que había acabado con todos los habitantes del pueblo, sobrenaturales o no... Pero viendo que la estación de tren parecía estar en perfectas condiciones, y que los trabajadores de la misma no estaban corriendo despavoridos, desesperados por salvar sus vidas, aquella tampoco parecía ser la explicación más lógica.

Así que Stiles, que pese a conocerse muy bien no podía hacer milagros, dejó que la preocupación diera paso al otro sentimiento más común en él: el cabreo.

Porque si el pueblo no había sido destruido por una bomba y nada extraño había atacado a la manada, ¡dónde coño estaba todo el mundo!

Agarrando la maleta con evidente enfado, Stiles recorrió el andén soltando un bufido detrás de otro, y salió por la puerta principal, rezando porque hubiera algún taxi esperando.

Pero entonces tuvo que abandonar el modo de "Stiles Stilinski mosqueado y furioso" porque, al parecer, aún tenían la capacidad de sorprenderle.

Sobre todo cierto Alfa misterioso y sexy.

El mismo Alfa que estaba apoyado sobre su Camaro, frente a la puerta de entrada de la estación, y que tenía entre las manos un enorme cartel de "Bienvenido a casa".

Y pese a que Stiles sabía que Derek jamás había hecho algo así, y que para cualquier otro (y más para él) aquello tenía que ser increíblemente vergonzoso; el hombre estaba mostrando esa seguridad tan propia de él. Como si todos los malditos días fuera a recibir a su novio cuasi adolescente a la estación de tren, de una manera más propia de las comedias universitarias de la tele.

Pero lo más curioso fue que la respuesta de Stiles no fue la más lógica tratándose de él. Porque no se echó a reír o soltó alguna sentencia en plan "No puedes vivir sin mí, reconócelo" No. No hizo nada de eso. Y tampoco echó a correr hacia Derek, presto a abalanzarse entre sus brazos para cubrir su rostro de besos hambrientos y salvajes. Ni siquiera pensó en aquella posibilidad o incluso en otra menos inocente de montárselo allí mismo, a plena luz del día.

Nada de aquello pasó por la mente de Stiles, quien se limitó a soltar la maleta y contemplar la escena como si fuera el cuadro más hermoso que había visto en su vida.

Lo que, por otro lado, no dejaba de ser justo lo que era.

Y tal vez Stiles hubiera madurado en aquellos cuatro años mucho más de lo que él creía. O tal vez todo se debía a que tener a Derek y saber que seguiría teniéndolo por mucho tiempo, había conseguido que ya no se comportara como ese adolescente ansioso por quitarse la ropa. O simplemente fuera que aquel inocente cartel había dado justo en el blanco, y que el saberse en casa le llenaba de una paz y una tranquilidad que no había experimentado en muchísimo tiempo.

Bueno. Aquello no era del todo cierto. Porque la verdad era que esa sensación era justo la que había sentido todas y cada una de las veces que había estado con Derek, incluyendo la última vez hacía cinco semanas.

Pero al ser consciente ahora, sobre todo al ver el cartel y pensar en todo lo que había ocurrido en los últimos años, de que iba a poder experimentar aquella paz por el resto de su vida, Stiles se quedó momentáneamente paralizado.

Porque allí estaba.

El hombre que apareció en su vida casi sin querer y sin que nadie le hubiera invitado, pero que estaba predestinado a volver su anodina existencia del revés. Y pese a que al principio los cambios no fueron como ninguno de los dos había esperado ni querido, al final todo era como tenía que haber sido.

Y puede que hubieran necesitado más tiempo del normal. Puede que el camino a casa hubiera sido más largo de lo necesario.

Pero en el fondo Stiles no se arrepentía de lo estúpidos que habían sido los dos. Porque si hubiera sido todo más fácil, probablemente aquella vuelta a casa no estuviera siendo tan perfecta como lo estaba siendo. Y no sería una vuelta a casa que recordaría por el resto de su vida.

Una bienvenida a casa que era mucho más que eso. Porque no era retomar las cosas y hacerlo bien esta vez. Ni siquiera era volver a la rutina de siempre, sabiendo que aquel era su hogar y que siempre lo sería.

Era saber que a partir de ahora todo sería distinto e igual a la vez.

Porque a partir de ahora no sería la vida de Stiles o la de Derek.

A partir de ahora sería su vida.

The Long Way HomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora