Capítulo 2

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|| Capítulo 2 ||

¿Qué tan raro es que una niña de seis años fuera gran amiga de una mujer de veinticuatro?

Ustedes dirán que bastante o a algunos ni siquiera les importará, pero para mí es algo que debo contar, pues fue la amistad más especial que tuve en toda mi vida. Conocí a esa mujer un día en la tienda. Fue una situación bastante graciosa, pues no es muy común conocer a alguien de esa manera...

Me encontraba en la etapa de mi vida en que me creía lo suficientemente mayor como para trasladarme por toda la aldea sin la necesidad de la compañía de mis padres. A pesar de que ellos no aprobaban del todo que yo, siendo una niña, me encontrara paseando de aquí para allá por toda la aldea luego de la academia; me permitían ir a comprar víveres sola.

Sabía leer perfectamente y era bastante buena manejando dinero. No había forma de que mis padres desconfiaran de que fuera a regresar con el cambio inexacto o haya comprado algo que no tenía nada que ver con lo que había en la lista. Era una niña bastante responsable, cosa que me llevó a graduarme temprano de la academia.

–Buenos días. –saludé alegremente al empleado que se encontraba sentado tras el mostrador, él me devolvió el saludo.

Tomé un canasto. Mientras caminaba entre los pasillos, iba dando saltitos para ver entre los anaqueles más altos y poder encontrar con más facilidad lo que mi madre precisaba para esa noche.

–Fresas, fresas –me puse pensativa mientras miraba la lista–. Mejor me apuro para conseguirlas antes de que se acaben. No estamos en temporada y quizás no vuelvan a traer hasta dentro de mucho.

Tomé con fuerza el canasto y comencé a correr. El pasillo de las frutas no quedaba tan lejos, por lo que tardé menos de cinco minutos en llegar. Mis ojos recorrieron cada rincón del pasillo hasta dar con una única bolsa de fresas en un anaquel vacío.

–Bingo. –murmuré y sonreí victoriosa.

Mi misión estaba cumplida.

Comencé a caminar con tranquilidad hacia el anaquel. No había moros en la costa. Tenía el camino despejado. Pronto regresaría a casa, para regocijarme de que había cumplido con mis tareas. Podría arrojarme al sofá, para luego...

–¡Hey! –dije molesta cuando una mujer tomó la bolsa justo cuando yo comenzaba a estirar mi mano hacia ella.

Levanté mis azules ojos hacia ella, con el ceño fruncido.

Era una mujer más alta que yo, con un cabello larguísimo y de color rojo, como los tomates. Tenía una expresión de sorpresa y me miraba con sus ojos grisáceos llenos de curiosidad. También tenía una barriga enorme, como si se hubiera tragado una sandía entera.

–¡Eso es mío, mujer! –Señalé hacia la bolsa que ahora se encontraba en su canasto y ella soltó una pequeña risa–. ¿Huh? ¡No te rías de mí! Mira que si te agarro te...

La mujer se agachó hasta mi altura y con una sonrisa me dijo:

–Créeme, pequeña, tú no quieres enfrentarte a mí. –mientras que una pequeña vena aparecía en su frente.

Di unos pasos hacia atrás. Mi expresión cambió por unos segundos a una asustada. Pero mi padre me enseñó a no mostrarme débil ante el enemigo. Inflé el pecho y me paré de puntillas.

–¡Una carrera hasta la caja, la que gana se queda con las fresas! –reté con una sonrisa malévola adornando mi rostro.

La mujer no pareció inmutarse ante mi apuesta. Apretó su puño. Sonrió y asintió.

Me coloqué en posición y, tras contar hasta tres, me largué a correr entre los anaqueles nuevamente. Esquivaba a todas las personas que podía. Hubo un par de veces que choqué a algunas y tiré sus compras... pero olviden eso. El caso es que cuando llegué a la caja registradora, la mujer pelirroja estaba allí pagando sus compras. Solté un largo suspiro. Había perdido.

Cuando me dirigía a la salida tras pagar todo lo que mi madre precisaba (a excepción de las fresas), una mano se posó sobre mi hombro, deteniéndome. Me volteé, encontrándome nuevamente con ella. La mujer que se quedó con mis fresas. Fruncí el ceño y a la mujer pareció darle risa mi expresión (mi madre y algunas tías decían que mi cara regordeta siempre se veía tierna al enfadarme).

–¿Cómo te llamas? –preguntó con una amable sonrisa.

–Aiko.... –murmuré en un tono casi inaudible, la mujer enarcó una ceja, entonces dije en tono más alto:–. Aiko Aki.

Su melodiosa risa se dejó oír. Acarició mi cabeza y por un momento me olvidé del enojo que sentía. Me sentí... en paz. Como si de mi propia madre se tratase. Solté una pequeña risa.

–Puedes decirme Kushina –se presentó parándose enfrente de mí. Metió una mano en su bolsa y de ella sacó la bolsa de fresas. La miré sin poder creerlo–. ¿No las quieres? Estaba algo antojada, pero puedo comer otra cosa. En cambio, tú pareces necesitarlas más. Tómalo como un premio.

–¿Un premio? ¿Y eso por qué? –pregunté confusa, recibiendo las fresas.

–Por haberme divertido tanto en esa carrera. ¡Cuánta adrenalina! Hace mucho que no empujaba a tantas personas.

–Ah... sí... gracias. –dije dándome la vuelta.

Di unos pasos en dirección a mi casa, pero me detuve nuevamente. Una duda había estado rondando por mi cabeza desde que vi a esa mujer. Regresé sobre mis pasos hasta alcanzarla. Me coloqué frente a ella y con mi dedo índice piqué su barriga. Ella dio un pequeño salto y rió.

–¿Por qué tu barriga es así? ¿Acaso te tragaste una sandía?

–¿Qué dices, niña? Esta así porque espero a un bebé. –explicó entre risas, parecía darle mucha gracia que no lo supiera.

–Ah, ya... –dije, aunque en realidad no había entendido nada–. De seguro tu hijo debe estar feliz por tener un hermano. Yo siempre quise uno, pero mi madre no puede.

–Oh, lo siento mucho. Pero, sabes, yo no tengo otro hijo. Este es el primero –Kushina me miró con lástima–. No te preocupes. Si quieres, te dejaré ser la hermana mayor de mi pequeño.

–¿De veras? –pregunté entusiasmada, ella asintió feliz–. ¡Genial! Verás que lo cuidaré y mimaré mucho.

Ya ves, Naruto. Nosotros estuvimos destinados a estar juntos. Solo espero que sepas perdonar...

Aiko de la Hoja || Naruto || Libro #1 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora