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Era una noche estrellada. No había nubes de posibles tormentas que nos atacaran. La luna estaba brillando con todo su esplendor, redonda y blanca. Realmente, parecía un queso gigante y blanco, como en las películas.

Me estaba alistando nerviosamente en mi cuarto. Ese día André traería a la chica de la que tanto había hablado. Pero, esa no era la razón por la que me arreglaba, aun faltaban muchas horas para que la chica llegara.

Luego de bañarme, extendí un hermoso vestido negro sobre mi cama, coloque en el suelo alineado con mi vestimenta, unos zapatos del mismo color. Miré al interior de mi guardaropa los abrigos y saqué uno negro muy 'elegante' si se podría decir así.

Até mi cabello castaño en una coleta alta con ciertos mechones saliéndose sobre mi cabeza, deslicé el vestido por mi cuerpo y luego pasé ambos brazos por debajo de los breteles y acomodé la tela sobre mi cuerpo. Me llegaba sobre las rodillas, desde la cintura era abombado y todo el vestido tenía un bordado, los lazos eran algo anchos, no simples breteles, y tenía un cierre en mi espalda para 'cerrar' el vestido. Los zapatos eran simples como de gamuza de plataforma con poco tacón y la punta no terminaba ni abierta ni en una punta finita, odiaba eso, sino que finalizaba redondeado atrapando a todos mis dedos.

Me senté frente al escritorio de mi cuarto, el cual tenía un gran espejo que me dejaba ver perfectamente el rostro y el pelo. Saqué los pocos cosméticos que tenía de un cajón de la cómoda y los analicé.

No iba a maquillarme demasiado, no iba a parecerme a un payaso. Un poco de sombra clara, me delineé y algo de rubor para no parecer un zombi. Solté el rodete y todo mi cabello cayó como cascada tras mi espalda. Lo peiné y traté de emparejarlo. Demasiado para mí y mi poca femineidad tuve que sacar la rizadora de cabello. Rice unos cuantos mechones y los acomode.

Cuando terminé de analizar mi bolso por si me olvidaba algo y, a la vez, perdiendo un poco de tiempo para que se pasase más rápido, el timbre sonó. Tomé el abrigo de la cama y me lo puse, tome la pequeña bolsa y las llaves y salí lo más rápido que pude. Cerré con llave, y bajé con cuidado de no caerme en las escaleras empinadas del edificio. Al abrir la puerta, me encontré con el hermoso rostro de Antoine sonriente.

—Te ves... hermosa, Alexa —Dijo antes de saludarme con un tierno beso — Ven, el auto nos espera. Tenemos un rato antes de la cena tuya con tu hermano.

Le sonreí con complicidad y tomé su mano para que me guiara al auto que nos llevaría a mi sorpresa. Me abrió la puerta con caballerosidad, entré y luego él dio la vuelta para entrar por el otro lado. Aparentemente, teníamos chofer. ¡Vaya!

Tomó mi mano con dulzura sobre el cuero que cubría los asientos y le dijo al chofer que ya podía arrancar. No tenía ni la menor idea de a dónde nos dirigíamos pero me alegraba saber que, al llegar, tendría una grata sorpresa, eso esperaba.

Salimos de la ciudad de San Sebastián luego de unos cinco minutos y ahí comencé a, realmente, sorprenderme, o algo por el estilo. ¿Qué me esperaba?

— ¿A dónde vamos, Antoine? Fui paciente todo este trayecto, ya no puedo más... ¿me dices? —Pregunté haciéndole ojitos para ablandar su corazón pero no lo logré. Todo lo contrario, el rió y negó con la cabeza feliz de hacerme sufrir con mi curiosidad.

—Tendrás que esperar, Alexa —contestó para luego besar mi frente.

Luego de cinco minutos había pasado su brazo sobre mis hombros y yo me había acomodado cerca de él, por lo que luego de su negación, volví a acomodar mi cabeza sobre su pecho.

Viajábamos en silencio, pero no era incomodo. Nunca lo era cuando estaba con él. Raro, lo sé. Pero nuestros silencios estaban llenos de tranquilidad, paz y armonía. Miré por la ventana, sin moverme de la comodidad de sus brazos y comprobé que estábamos cerca de una de las tantas playas que se encontraban en San Sebastián.

𝐌𝐈 𝐕𝐄𝐂𝐈𝐍𝐎 || 𝐂𝐚𝐫𝐥𝐨𝐬 𝐕𝐞𝐥𝐚 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora