— Hola —suscité, carcomida por los nervios.
Inmersa en aquella mirada que comenzaba a volverme loca. Sus ojos eran oscuros, inexpresivos, no decían nada a simple vista, haciendo que naciera en mí el deseo de descubrir lo que había tras ellos ¿qué ocultas?
Su altura me obligaba a alzar el rostro.
— Soy... Me llamo Lyla.
Él sonrió ligeramente intensificando su mirada.
"Tranquila, respira profundo. Alguien como él ni soñando se fijaría en ti. Sólo puedes aspirar a ser su amiga" me dije internamente para recapacitar.
— Christofer —respondió estrechándome su mano, la cual era grande con un tacto envolvente.
Una sonrisa tonta dibujó mis labios... ¡Qué idiota era en ese entonces!... Una total ESTÚPIDA sin remedio. Hoy en día, siento lastima por esa niñata que ahora está tres metros bajo tierra.
El presente —mi presente— era lo que más importaba ahora. Ese futuro que tanto deseé, por el que luché y en donde enfoqué todos mis esfuerzos, se me daba en recompensa una rica cosecha, tal y como siempre lo quise...
Ahí estaba yo, con unos Gucci de línea gloria, un fino calzado elaborado en charol, de tacón no muy alto, estilo aguja; desbordando elegancia pura. Haciendo juego con un bellísimo vestido blanco, ceñido a mi silueta con límites que se imponían por encima de las rodillas, un sinuoso escote en V acentuaba el volumen de mis pechos. La delicada prenda constaba de mangas tres cuartos las cuales me hacían ver sensual pero recatada.
Después de tanta espera, era mi momento de la ponencia, con respecto a las XII tablas, lo que redirigió el auge en el derecho romano, donde las leyes pasaron de ser: actos repetitivos —porque anteriormente, la costumbre era ley—, y evolucionaron a disposiciones escritas y preestablecidas. Siendo esto, el albor de la república Romana, cuna del derecho.
Todos mis nervios se esfumaron a medida que me encaminaba al podio. Llega mi momento, y llamo la atención de los presentes...
Miro a mi público. La gran mayoría eran rostros jóvenes sedientos de conocimiento, pero también era considerable el número de veteranos: abogados, doctrinarios, figuras políticas, ilustres profesores de derecho civil, incluso historiadores con los que tuve el honor de coincidir y de los cuales recibí apoyo para efectuar mi ponencia. Al iniciar, cada palabra desbordaba seguridad y firmeza, sentía como trasmitía a mis oyentes la pasión que me inspiraba la materia. Aquello me llenaba de una dicha, que debía expresarla —además era una buena excusa de lucir el hermoso vestido de diseñador que había comprado para esta ocasión—. Es inconcebible la idea que un podio se lleve mi protagonismo.
Con gracia camino tomando dominio de escenario, siendo el centro de atención...
Recuerdo cuando vi derecho romano por primera vez, y el cómo nació mi amor por aquella cátedra. Es parte de mí, tanto como historiadora y como abogada; y ser yo quien instruía a la futura generación de abogados, como también ser del deleite de mis admirados profesores, hacía crecer en mí un indeleble sentido de realización. Con un fluido italiano e impecable latín exponía y explicaba las fases de la república, la influencia de las nuevas formas de gobierno jurídicamente constituido a partir de la norma positiva, además del impacto que aquello implicó para la evolución del derecho, haciendo pertinentes comparaciones con la vida actual.
Al final de la ponencia me agasajaron con fuertes aplausos, algunos se pusieron de pie contagiados por la emoción, como reacción en cadena todos imitaron aquello.
Una vez que bajo del escenario tuve un gran recibimiento de mi tutor, quien me felicita y augura un gran éxito para mí en el futuro. Muchos de los oyentes se acercan para honrarme con elogios y preguntas. Dominando el idioma, respondía a cada una de sus dudas, de forma adicional daba concejos. También acepto, un poco incómoda, tomarme una que otra fotografía con los estudiantes y con uno que otro profesor, me gustaba ser el centro de atención, pero odio la farándula, siempre he querido que se me conozca por lo que puedo lograr, no por fotos de prensa, ni de revistas.
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Temporales
RomanceNada dura para siempre, eso lo sé muy bien. Todo en la vida es transitorio, temporal y eso hace que el sabor de los frutos que nos ofrece este mundo, sean mucho mas placenteros. Y creanme, yo no quisiera que fuera de otra forma.