El dinero lo es todo

134 10 45
                                    

Capítulo 1

Abro los ojos al momento que la voz de la aeromoza resuena por los parlantes, anuncia a todos que aseguren los cinturones de seguridad, puesto que, en cuestión de pocos minutos íbamos a aterrizar. Una incómoda sensación de vacío impera, abrazando mi estómago a medida que nos acercábamos al suelo -los aviones no gozan de mi simpatía por si no quedó claro-, respiro profundo y busco despejar mi mente, aguardando el descenso, objeto de mi ansiedad. Una vez que logro dominar mis nervios, dirijo la vista en dirección a la ventanilla, a través de la cual alcanzo divisar motas neón pertenecientes a tierra. Aún es de noche, dos y cuarenta de la mañana para ser exactos.

Estamos cerca, digo para mis adentros.

En busca de distraerme repaso mí apretado itinerario: tengo que ir a tribunales a las nueve de la mañana con una defensa preparada para el caso de Yhoan, por lo que en las últimas horas me será imposible dormir, tomando en cuenta que ni siquiera he leído con real atención los documentos y el contrato de trabajo, sin mencionar la ley que rige en materia laboral... Me las va a pagar, injurio mentalmente, típico de él dejar todo para última hora.

Suelto un respingo resignada, esperando que al menos me haya contratado un buen servicio de chofer, es lo menos que puede hacer para indemnizarme por este viaje exprés. No tuve tiempo de organizar nada para mi llegada. No obstante, estresarme es un lujo que no me puedo dar en este momento, necesito concentrarme para sacarlo de su aprieto, pero no sólo porque sea buena amiga -aunque tal vez muy en el fondo sienta una leve estima por él-, sino para ganarme unos jugosos honorarios de esto, además de poder cobrarme ese favor que le haré, al expiar su inobservancia ante la ley... Por ahora voy a limitarme a consentirme con unas galletas y un café Americano.

Busco retocar mi maquillaje al momento que nos hacen saber que el aterrizaje fue exitoso y que en breve será momento de bajar del avión. Luego procedo a buscar en mi bolsa el estuche de mis lentes de contacto, -sí, tengo grandes problemas de miopía. Técnicamente estoy ciega, así que debo usar lentes con una considerable fórmula de aumento para ver todo en alta definición. Hace que muchos años sustituí los anteojos por ser incómodos y menos prácticos, sin embargo también los cargaba en caso de emergencias-. Encuentro el depósito pero no las gotas... Esto es inconcebible...¡Te dije que esa sirvienta de cuarta no era de fiar Génova... -Maldije por lo bajo.

No puedo creer que existan personas con algo que suelo llamar: Síndromes De Masa, es decir, que solo ocupan un lugar en el espacio. No sirven para nada mas ¿Cómo puede ser que Sabana no haya empacado mis gotas cuando específicamente se lo ordené? ¡Dios mío!, me clamo internamente. ¿Cómo pudieron crear personas con un manifiesto nivel de incompetencia, en la que ni siquiera puedan ejecutar una simple orden? Aquellas preguntas revolotean sin respuesta, y no era como si esperara alguna.

Justo cuando me dispongo a escribirle a mi ex asistente para destruirla, desisto. Se supone que nuestra causa había terminado. No tenia caso, sólo lo haría más difícil... aunque al ver mi teléfono sin notificaciones era algo extraño. Espero que se lo haya tomado bien, es joven, seguro encuentra a alguien.

Respiro hondo, cuento hasta tres, mejor hasta diez... Esto catalogaba como emergencia. Opto por buscar mis anteojos, pero como era de esperarse tampoco están. Sin duda alguna el alto señor de los cielos, cuya existencia pongo en duda en ocasiones, estaba probando mi finita paciencia.

Me coloco las lentillas y de inmediato la comezón me indica que no es una buena idea. Ahogo una maldición para tratar de conservar la compostura y me los saco antes de que el daño me deje ciega.

Mi nivel de ceguera consistía en ver todo absolutamente borroso desde menos de un metro en adelante. Es decir, que sin ayuda de mis lentes debería guiarme por formas y por los recuerdos que tengo del aeropuerto de Maiquetia para, uno: comprarme mi americano y mis galletas, dos: encontrar la salida, y tres: dar con el auto que contrataron para llevarme a mi departamento en la California, Caracas.

Temporales Donde viven las historias. Descúbrelo ahora