Solo negocios

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Capítulo 10

- Se mi temporal, - ordeno una vez más-, es una figura que creé para evitar apegos innecesarios.

Él me mira de soslayo y respira profundamente

- No - dice de una vez, sin oportunidad de regatear.

- Regla número 1: ninguno se mete en la vida del otro. - digo exaltada - Numero 2: si uno se enamora el pacto queda anulado; Numero 3: el temporal solo tiene derecho a un lugar en la cama del otro. - mi exposición de la reglas no causa el mayor impacto en él, pero no me daría por vencida. - Los temporales pueden salir con otras personas, siempre y cuando haya protección. Ah y por último...

- ¡No me interesa! - exclama levantando la voz.

Veo como sujeta el puente de su nariz, como si lidiar con el enojo fuera una molestia, pero yo no reparo en sus sentimientos y continúo insistiendo.

- Se mi temporal, nada cambiará, sólo hay un par de limites, no es tan terrible.

- Por qué mejor no te tomas el café que te preparé, y luego conversamos... - dice Christofer con determinación, recuperando su temple frío.

Camino hasta quedar detrás de su asiento y puse mis manos en sus hombros hasta que una de ellas baja a sus pectorales con ánimos de seducirlo. Él, impasible, miraba al vacío meditabundo, hasta que se levanta sólo para alejarse de mí. Dio un par de pasos y estando a distancia me dice:

- Toma el maldito café y después hablamos.

Ignoro su petición y me abalanzo a besarlo pero él sigue evitándome, con esto me invade la frustración, la cual se materializa en amargas lagrimas, y un nudo en mi garganta. ¿Qué estoy haciendo con mi vida?

Me siento en otro sofá y lloro con todo mi ser, estoy desecha. Entonces una frazada cae sobre mi. Absorta, evito mirarlo, pues muero de la vergüenza. Me reclino sobre el respaldo, me abrigo y mientras mi llanto se apacigua, voy cediendo al sueño, hasta que ya no sé más de mí.

...

Mientras entro en consciencia, la agresiva luz diurna ataca mis ojos. ¿Dónde estoy? Me pregunto. Hasta me duele quejarme, ¡Diablos! ¿cuánto tomé anoche? Me pregunto para mis adentros, es tan incomodo el lugar donde estoy recostada que busco acomodarme y sin poder evitarlo me caigo de bruces al suelo.

- ¡Maldita sea! - exclamo, adolorida.

- Buenos días.

Christofer aparece de la nada para juzgarme con la mirada. Gruño indignada por las fachas en las que estoy.

- ¿Te divertiste anoche? -dice luego de dar un sorbo a su taza de café. Lo miro fulminante-. Yo sólo pregunto, espero que haya valido la pena.

- ¿Qué diablos pasó? - pregunto mientras lucho para ponerme de pie apoyándome del sofá.

- No lo sé, tú dime. - contesta aparentando calma -llegaste tarde, borracha, y fuera de ti misma.

- Sólo fueron un par de tragos... - me excuso cubriendo mi rostro con una mano, mientras la otra me sostenía para no caer-. ¡Ay, mi cabeza!

- Si te duele la cabeza hay sopa de pollo en el micro ondas, creo que puede servir.

Alzo la mirada, esperando que me traiga la jodida sopa, al menos, pero no hace el mínimo intento de ir por ella, en cambio, eleva su taza, deseándome buena suerte y se marcha a su cuarto. Estoy tan enojada que ni considero la opción de ir por la condenada sopa, sino que me tiro en el sofá, demasiado adolorida para reclamar una buena atención, Génova jamás me dejaría en esta situación yo era su diosa. Pero este simple mortal se cree con el derecho de darme este pésimo trato.

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