La Rueda del destino

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Capítulo 4

Antes de bajar del auto emparejo vía bluetooth el disimulado manos libres inalámbrico al teléfono para luego acomodarlo discretamente en mi oreja, la cual quedaba cubierta por los mechones enroscados que sobresalen del peinado. Si me llama, seré yo quien tenga más posibilidades de encontrarlo primero. El juego había comenzado, y estaba dispuesta a hacer todo lo que estuviera en mis manos para salir ganando.

— Ya te habías demorado mucho —digo al contestar. Él ríe por lo bajo.

— ¿Dónde estás? —pregunta con voz ronca.

— En alguna parte, en mi casa tal vez... o, entre los invitados... quién sabe...

— ¿Estas disfrutando tenerme con la intriga?

— ¿Para qué voy negarlo? —respondo con sorna.

— Entonces, es eso ¿quieres jugar? —Ríe divertido—. Juguemos.

Y así convenimos en un juego, donde yo tenía más oportunidades de salir victoriosa, después de todo, no iba a ser tan sencillo para él encontrarme, y antes de reunirnos debía ser yo quien diera con él primero, quería ver con quien estaba tratando, luego dependiendo de lo que viera, pensaría si me convenía o no continuar jugando. Lo sé, tal vez me complicaba demasiado pero, adoro los juegos.

Hace tiempo que no sostengo una conversación sin riesgo de perención, sin duda alguna la persona que estaba al otro lado de la línea era muy culto e inteligente. Haciendo crecer en mí el interés, la curiosidad y tal vez algo más... Aquello me inspiraba a prolongar el juego.

Mientras camino entre los invitados vestidos de blanco hago un recorrido discreto con la mirada, buscando al único hombre que hablaba por teléfono. El salón era hermoso y amplio, decorado perfectamente para la ocasión, y abastecido por una variedad de aperitivos, que a simple vista azuzaban al paladar. La música instrumental daba cierto encanto al ambiente; los elegantes meseros exhibían en sus brillantes charolas de plata copas de champán, las cuales no tardaban de ofrecer bajo un estricto régimen de etiqueta. No resisto la tentación y acepto el ofrecimiento de una atenta mesera, y luego de que esta se marchara di un sorbo. Simplemente delicioso.

— ¿Disfrutas de la bebida? —inquiere.

Maldición, pudo escucharlo.

— Sería un crimen no consentir a mi paladar.

— Justo el verano pasado incursioné en la casa Veuve Clicquot, en Reims, debo decir que fue muy entretenido... — cuenta —. Fue preferida entre la alta burguesía y la nobleza europea para el mil ochocientos sesenta y seis...

— La conozco —Doy otro sorbo del exquisito champán y continuo—, sino me equivoco la pequeña empresa de Philippe Clicquot, pasó a llamarse Veuve Clicquot una vez que la esposa de su hijo tomara dominio del negocio familiar, tras la muerte de su marido —comento mientras miraba a ambos lados buscándolo...

— ¿También fuiste?

— No, sólo escuché de ella en una reunión social... — respondo — soy muy curiosa y adoro investigar.

— Si sabes que dicen que la curiosidad mató al gato...

Debía moverme, sabía que él también estaba buscándome, usando cada comentario que emitía para calcular mi ubicación.

Era muy curioso que él aceptara jugar conmigo y que tuviera el ingenio para seguirme el paso. La verdad, me he encontrado con misóginos toscos en el pasado, los cuales no entienden mi modo de divertirme, y que al final terminan decepcionándome. Este en cambio acrecentaba mi interés. Hasta ahora podía decir que aquel desconocido, cuya personalidad parecía carecer de inseguridad, hasta el punto de ser engreído; pero también, lacónico y atento, siendo capaz de memorizar tus palabras para luego usarlas en tu contra...

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