Azar o el maldito destino

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Capítulo 6

Si lanzamos una moneda al aire, ¿Qué probabilidad hay de que caiga cara o sello? ¿Aquel fenómeno se regirá bajo el régimen de un evento fortuito? (azar), ¿tendrá acaso leyes por las cuales ceñirse? (ley causalidad), ¿O será más bien todo parte de un hilo que predetermine cuando caerá cara y cuando caerá sello? (destino).

¿Qué probabilidades hay de que te encuentres a la única persona que pudo partir tu corazón en pedazos? ¿Qué probabilidades hay de que sus caminos vuelvan a coincidir? ¿todo será por azar? ¿Acaso la ley de causa y efecto domina nuestras vidas y todo lo que se manifiesta en ellas? O en vez de eso ¿habrá un destino donde nuestras historias yacen prescritas, y por tanto nuestras decisiones están ya decididas incluso antes de que se nos presente la oportunidad de siquiera pensar en ello?

No tenía respuestas claras, de hecho estaba en blanco. No sabía qué hacer. Buscaba desesperadamente observar el mal trecho hilo de mis pensamientos, los cuales se alzaban como un tifón de ideas incoherentes... no había ningún orden en ellos, la impresión me había ganado. Lo había olvidado, había conseguido ser feliz, estos casi diez años sin saber de él habían sido los mejores de mi vida, disfrutando sin ningún tipo de preocupación, sin lugar para los reproches, sin lugar para el sufrimiento, ni auto diatriba...

¿Pero ahora qué? -por azar, por la estúpida causalidad, o por el maldito destino- se han cruzado nuestros caminos.

Con impotencia muerdo mi lengua, tratando de despertar mis extremidades bajo un estímulo de dolor, pero aun así, no podía moverme.

Me fue imposible no recordar lo estúpida que fui en ese entonces, el ridículo que hice, como había terminado todo en consecuencia...

Empuño mis manos impotente y furiosa por la vil traición de mi cuerpo.

Lo había superado, él solo formaba parte de un pasado que estaba más que olvidado para mí. Sin embargo aun cuando tu mente se dispone a olvidar, tu cuerpo recuerda.

¡Maldita sea!

- Lyla... eres tú, ¿verdad? -Cuando volví a escucharlo, fui parcialmente consciente de la situación.

¿Qué debía hacer? ¿Qué podía decir? NADA. Ya lo sabía... y seguramente se debe estar burlando de mí ahora... y estará pensando: «después de años, aún sigo haciéndola caer ante mí...»

¡Maldito... maldito! me reprocho internamente.

Eres una estúpida, una estúpida sin remedio, ¡JA! no importa cuánto tiempo pase, tu estupidez solo viene en aumento. Escucho entre mis pensamientos.

Una mano me hizo girarme suavemente. Sentir su tacto, me estremece, en respuesta cierro los ojos y tenso la mandíbula. Como acto reflejo, y antes de volver a encontrarme con esos ojos, de un manotazo alejo su mano de mí, en el acto me pongo una de mis mejores máscaras, y sonrío como si nada, escondiendo en lo más profundo la crisis existencial que afrontaba. Le dedico una mirada irónica, fingiendo diversión.

Cuando miro su rostro, estaba impresionado... -bueno, apenas se le nota, pero el solo hecho de que se le note ya es demasiado-, allí puedo deducir que esta tan impresionado como lo estaba yo. Sin embargo hago como que no me doy cuenta de aquello y continúo sosteniéndole la mirada con fiereza, como si no tuviera nada que esconder, como si no me asustara su presencia, como si no me importara en lo absoluto, como si fuera cualquier otro que había tenido el honor de acostarse conmigo.

Eso era. Él no era diferente, sino uno más... no era el primero, pero tampoco sería el último.

Ese pensamiento me confortó. Él me conoció, sí, pero conoció a esa chica que deliberadamente yo había asesinado hace mucho. No tenía ni idea de cómo era la mujer que ahora se mostraba frente a él, y de las cosas que era capaz para salirse con la suya. Debía ser cautelosa porque de igual forma yo no conocía al hombre que ahora tenía en frente, conocí al idiota que fue, pero desconozco la persona que se mostraba ante mí. Reconocer que ambos habíamos cambiado era lo más inteligente que podía hacer, no éramos simples adolescentes como fuimos en un tiempo, ahora éramos adultos, en mundo de adultos, y el que durmiéramos juntos, no significaba nada, nada que no hubiese hecho antes. No tenía por qué preocuparme.

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