Katherine acarició el oscuro borde de la tumba del almirante Nelson. Contuvo la respiración en señal de reverencia mientras se imaginaba al héroe, haciendo resonar su voz en la cripta de la catedral de San Pablo, al formar su frase más famosa: Inglaterra espera que todo hombre cumpla su deber.
Desde luego, la expresión《todo hombre》incluía mujeres. Y, por eso ella estaba cumpliendo con su deber, un deber que incluía a su padre, que ahora estaba muerto; a su familia, que ya no tenía que comer; y a su tío, que solo se había hecho cargo de los familiares que tenían que depender de él porque no le quedaba otro remedio.
Katherine se aferró a su bolso y palpó los pequeños bultos que se representaban todo lo que poseía en este mundo: dos vestidos y ropa interior, dos chelines, unos cuantos peniques y su biblia. Cuando la baronesa Michelle apareció, Katherine podía seguir adelante con su plan de conseguir un marido rico.
Abandono la espaciosa cripta y subió las escaleras hacia la nave de la catedral. Pensando que encontraría inspiración, había acordado encontrarse allí con la baronesa Michelle. Aunque tenía que reconocer que, a parte de la tumba de Nelson, el enorme edificio la intimidaba. Las enormes hileras de gigantescas piedras que se cernían sobre ella la hacían sentir insignificante.
Pero eso no la inquietaba demasiado o, al menos, eso era lo que trataba de repetirse a sí misma. Su padre era un hombre alto y corpulento que solía lanzar sus sermones desde el altar de la pequeña parroquia. Katherine estaba acostumbrada a sentirse pequeña a su lado. Aunque no esperaba que aquella sensación la siguiera hasta allí, hasta Londres, cuando por fin había tomado las riendas de su destino.
La baronesa le había prometido presentarla en sociedad en Londres y, además, ayudarle a encontrar un marido rico. Así que Katherine había huido de su familia el mismo día que se suponía debía hacer el equipaje para dirigirse hacia la pequeña propiedad de su tío. Le escribió una nota a su madre en la que le decía que ingresaría en un convento para no abusar de la generosidad de su tío. Y, de inmediato, se había trasladado a Londres para comenzar aquella búsqueda, a pesar de las dudas que ensombrecian su corazón y del nerviosismo que aún ahora hacia temblar sus piernas.
Subió los últimos escalones hacia la nave central, rodeó las filas de bancos por un extremo, intentando no esconderse entre las sombras. Aparentemente lo logró porque una mujer alta y majestuosa se detuvo ante ella en el pasillo, entre los últimos bancos, y se aclaro la garganta de modo impetuoso.
Katherine se acercó a toda prisa.
-Llegas tarde.
-Lo siento-tartamudeó la muchacha mientras trataba de calmar los acelerados latidos de su corazón-. Estaba viendo la tumba de lord Ne...
-Vamos- la baronesa, porque seguramente no podía ser otra que la baronesa, ni siquiera miro a Katherine, sino que deslizó rápidamente los ojos por encima de los bancos y evitó con nerviosismo mirar el altar.
-¿A donde vamos?
-Afuera- respondió secamente la baronesa. Katherine reconoció las señales: obviamente la mujer se sentía incomoda dentro de la iglesia, o al menos en una iglesia tan grande y inspiraba tanto respeto como aquella. Pero la incomodidad de la baronesa representaba una ventaja para Katherine. Se había arriesgado mucho al venir a Londres de aquella manera. No iba a dar un paso más hasta obtener respuesta a unas cuantas preguntas.
-Antes de irnos- comenzó a decir, fingiendo una sonrisa que no tenía-, quisiera saber cuales son las condiciones de nuestro trato. Me dijeron que usted podría encontrarme un marido rico.
La baronesa entornó los ojos, frunciendo el entrecejo.
-Nada es de gratis, niña. Yo me quedo con una cuarta parte de lo que te corresponda al casarte.
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