Abrió los ojos enseguida, pero no se movió. El hombre no llevaba ninguna luz, así que más que verlo, la muchacha percibió su presencia: una silueta negra, increíblemente grande, que se cernía sobre su cama. Quiso gritar, pero el sonido se quedó atascado en su garganta. Y, aunque hubiese logrado hacerlo, ¿quién acudiría a ayudarla? Seguramente, nadie de la casa.
-No temas. No te tocaré esta noche. -La voz del vizconde sonaba apagada y extraña. No parecía alterada por el alcohol, pero tampoco silbaba como un murmullo. Se trataba de una voz oscura y profunda, como si el sonido saliera de la oscuridad que la rodeaba y no de los labios de un hombre-. Respira, Katherine. No quisiera que te asfixiaras antes de que comencemos.
Katherine respiró de manera temblorosa, obedeciendo la orden del vizconde. La cama se hundió cuando él se sentó a su lado, y ella sintió que la garganta se le congelaba.
Inconscientemente, Katherine se desplazó a la esquina más distante de la cama. Sus manos se aferraron a la colcha, levantándola hasta la altura de su pecho, mientras abría los ojos desmesuradamente, intentando escudriñar la oscuridad.
Era una actitud ridícula, lo sabía. El vizconde podría dominarla fácilmente. No conseguiría alejarse de él. Y la colcha no le ofrecía protección alguna. Él podría hacer con ella lo que quisiera.
Con una creciente sensación de impotencia, aflojó las manos y soltó la colcha. Su camisón blanco de cuello alto la cubría de manera apropiada, en el caso de que él pudiera verla a través de la oscuridad.
Él percibió aquel movimiento, porque mostró su aprobación con otro comentario en voz baja.
-¿Te has resignado ya, Katherine? No he venido a hacerte daño.
La muchacha tuvo que hacer tres intentos de hablar antes de recuperar la voz. Pero cuando lo logró, sonó serena aunque un poco aguda.
-¿Qué está haciendo aquí, milord?
Ella pudo notar que él se encogía de hombros y el movimiento produjo una vibración en el colchón.
-Vine a comprobar si estabas dormida. Para que te acostumbres a mis visitas. -El vizconde suspiró y Katherine oyó un suave murmullo en la penumbra-. No, no es cierto. Quería hacerte una pregunta.
La muchacha cerró los ojos un momento y se preguntó si habría una casa más extraña que ésa. ¿Por qué venía aquel hombre a su habitación en mitad de la noche para hablar? Aun así, ella era la hija de un sacerdote y sabía lo que se esperaba de ella.
-¿Qué desea saber?
El vizconde soltó una sonora risotada.
-¿Siempre eres tan amable, incluso cuando un caballero desconocido entra en tu habitación sin anunciarse?
-Como nunca me he encontrado en semejante situación, no puedo contestarle con exactitud, señor. -La respuesta le salió sin pensar y su tono, gracias a Dios, recuperó su registro normal.
El vizconde volvió a estallar en una carcajada. Ella cerró los puños con rabia. Pero, de inmediato, él habló de nuevo, mientras la hilaridad desaparecía.
-Mi pregunta es muy simple, Katherine. ¿Por qué estás aquí todavía? Evidentemente, no sabías cuál era la naturaleza de este acuerdo cuando llegaste y, sin embargo, no has huido gritando de mi casa. ¿Por qué?
Katherine frunció el ceño, deseando poder ver algo más que la oscura silueta del hombre.
-He venido para casarme -afirmó-. Con un hombre rico. Tal como me prometió la baronesa.
Katherine percibió, más que oyó, la forma en que el vizconde sacudió la cabeza.
-Estás acostumbrada a vivir en una decorosa pobreza. Con tu apariencia, podrías haber encontrado en tu pueblo a un hombre que se casara contigo. No obstante, abandonaste todo lo que conocías para venir aquí, a la casa de un libertino. ¿Por qué?