Capítulo XI.

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  —Muy bien —claudicó y, poniéndose en pie, rodeó el escritorio cruzando la habitación hasta ponerse a su lado. Katherine no tuvo tiempo de levantarse, así que se quedó sentada allí, estirando el cuello, mientras que él parecía dejar caer sobre ella cada una de sus palabras como si fuera una piedra—. Mi primera experiencia fue con una prostituta de Vauxhall Gardens. Era Navidad y yo fui a casa para pasar las fiestas.

Katherine frunció el ceño.

—¿Sus padres lo llevaron a Vauxhall en Navidad?

—Mis padres habían muerto ya. Yo me encontraba solo aquí, en este inhóspito lugar. —El vizconde hizo un gesto con el brazo señalando la casa—. Y Jenny... —Por primera vez el vizconde desvió la vista de la atención de Katherine. Su mirada se posó en la ventana y sin duda voló hasta el distante paraíso de placeres—. Jenny fue el regalo de Navidad que me di. Creo recordar que vendí un candelabro de plata y usé el dinero para pagarle. Supongo que yo también fui su regalo de Navidad, porque era joven. Un trabajo fácil para una prostituta.

El vizconde se alejó, siguiendo la dirección de su mirada, y se quedó parado junto a la ventana, casi sin moverse.

—Dios, ella también era joven —continuó—. Pudo haber hecho su trabajo de manera rápida y fría, pero no lo hizo. Fuimos a su habitación. Era un cuartucho oscuro y húmedo, y la cama tenía pulgas, pero, al menos, no tuve que traerla aquí. Ella me enseñó qué hacer. Despacio y con suavidad, dijo. Lentamente y con delicadeza.

El vizconde se rió fugazmente ante algún recuerdo lejano, y luego se volvió hacia Katherine y la miró con atención.

—Jenny era inteligente. Me inició de manera correcta, con ternura, y por eso tuvo un cliente leal durante años. —Hizo una pausa. Su mirada parecía ausente—. Fue quien me sacó de prisión cuando fui a parar allí por las deudas. Le debo mucho.

—¿Prisión por deudas? —repitió Katherine. Sabía que ahí había un mensaje para ella, pero no logró descifrarlo—. ¿Dónde está ella ahora?

El vizconde esbozó una sonrisa fugaz y llena de orgullo.

—Como te he dicho, Jenny era inteligente. En muchos sentidos, ella y yo crecimos juntos. Conoció a mis amigos y se portó bien con ellos. Ahora es una mujer rica, una cortesana bien pagada, que cuesta demasiado para mí. Incluso es dueña de un burdel que administra en su tiempo libre. De vez en cuando nos vemos y charlamos. Nos reímos. —El vizconde bajó la mirada y observó a Katherine —. Tal vez la conozcas algún día. Podría enseñarte mucho.

Katherine tragó saliva, sin poderse imaginar muy bien qué cosas buenas podría aprender de una prostituta que se había convertido en cortesana.

—Creo que, de momento, tengo suficiente con un solo instructor.

Crowel soltó una risita.

—En eso, pequeña Katherine, tienes razón. —De repente, su rostro se volvió inescrutable y su risa desapareció, como si nunca hubiese existido. Sin decir otra palabra, volvió a sentarse en el escritorio y regresó a su trabajo.

Katherine se quedó observándolo unos instantes, sin atreverse a hablar y sin saber qué decir. Al cabo de un rato, ella también regresó a su tarea.

Le resultó difícil concentrarse. La presencia del vizconde a su espalda la distraía continuamente. Podía percibir el más ligero movimiento de su pluma sobre el papel, la forma en que su cuerpo se acomodaba en la silla e incluso su respiración, aunque posiblemente sólo la oía en su mente. Era como si él fuera un imán y ella estuviera hecha de hierro.

Quiero PecarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora