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Katherine vio en sus ojos que decía la verdad, pero, aun así, se sintió atrapada, arrinconada. Traicionada.
-¿Y usted también me promete responder a mis preguntas con la verdad? ¿A cualquier cosa que le pregunte?
El vizconde asintió lentamente, como si estuviera estudiando la cuestión desde todos los ángulos. A ella no le importó el tiempo que tardara en pensarlo, siempre y cuando aceptara.
-Te diré la verdad tal y como la entiendo. Seguramente tendrás muchas preguntas en los días venideros. Puedes estar segura de que nunca te mentiré, pero también debes saber que hay cosas que son... difíciles de explicar. -Sus ojos brillaron con malicia-. ¿Tal vez necesitas una promesa formal? -Se enderezó y puso la mano sobre el pecho con un gesto solemne-. Te doy mi palabra de vizconde Crowell de que sean cuales sean tus preguntas, te responderé con la verdad.
Aquello era exactamente lo que Katherine quería oír.
-Así que si pregunto si sus caricias son parte de mi instrucción...
-Entonces te contestaré con sinceridad, diciéndote que así es.
El vizconde la miró y ella le sostuvo la mirada. Sellaron su pacto de esa forma, y Katherine supo entonces que, fuera cual fuese el acuerdo que había comenzado cuando llegó a Londres, acababa de hacerse más profundo, adquiriendo un carácter de obligatoriedad.
Aunque temiera lo que pudiera suceder en el futuro, Katherine había dado su palabra. Permitiría al vizconde hacer lo que él considerara conveniente, siempre y cuando ella consiguiera lo que buscaba.
-¡Estupendo! -exclamó el vizconde-. Una vez establecidos los términos, creo que ya va siendo hora de que recibas tu primera lección.
Katherine parpadeó. Se sentía como si acabara de dar la vuelta a Londres corriendo. No tenía ánimos para aprender nada en ese preciso momento.
-Milord... -comenzó a decir, pero él la interrumpió.
-No te preocupes. Será algo simple. Necesito que contestes a una pregunta sencilla. ¿Te han besado alguna vez?
Katherine no tenía que haberse sorprendido. El vizconde había formulado aquella pregunta hacía apenas unos minutos. Sm embargo, se sintió escandalizada, confundida y desorientada.
-Eso no puede formar parte de mi instrucción -afirmó con contundencia.
De repente, la sonrisa desapareció del rostro del vizconde y Katherine se quedó desconcertada con la sensación de desaliento que aquello le produjo. Pero lord Crowell comenzó a hablar, con un tono cansino más que de fastidio.
-¿Acaso no acabamos de establecer que yo decido qué forma parte de la instrucción y que tú simplemente debes limitarte a cumplir con lo que se te pide?
-S... sí, está bien -tartamudeó Katherine -. Me besaron una vez. El cura asistente de mi padre.