Sombra miró a la figura que descansaba sobre la cama, sumida en un sueño agradable y sereno. La oscuridad no le permitía ver el rostro de aquella mujer, aunque sabía que era joven. Demasiado joven para morir de aquella manera.
Tocó con la punta de los dedos el collar que el hombre de negro había colocado sobre su cuello hacía unas horas. Se concentró unos segundos en el placentero peso del cristal; el calor que irradiaba sobre su piel, como el sol de invierno después de una tormenta. Sin embargo, esa paz que transmitía el cristal no conseguía mitigar el dolor de la incertidumbre.
<< ¿Quién soy?>>, se preguntó a sabiendas de que no obtendría respuesta. Sus recuerdos estaban sepultados bajo un manto de tinieblas. Quizás hubiese tenido hijos en otro tiempo, una familia... Ahora no podía recordar nada de aquello, ni siquiera su nombre.
Cuando intentaba buscar en los rincones de su memoria, solo acertaba a verse como un vagabundo alcohólico que se arrastraba por las calles; durmiendo bajo cartones, pidiendo limosnas para comprar otra botella que calmase su dolor.
Tenía algunos amigos, o al menos, conocidos con los que compartir algún que otro fuego para combatir el intenso frío de la noche. Hombres y mujeres como él, desechos que nadie echaría de menos si algún día se quedaban dormidos entre cartones para no volver a despertar. Personas que no tenían nombre, solo apodos que se habían labrado en la calle. El Rata, el Navajas, la Gata... Ellos habían decidido olvidar sus nombres para cortar con todo lo que pudiera recordarles que en otros tiempos habían tenido una vida mejor; sin embargo, la Sombra, como le había apodado el Rata porque nunca hablaba y se limitaba a observar desde algún rincón oscuro, no había elegido olvidar su nombre; al contrario que los demás, él se arrastraba por el mundo corroído por la necesidad de saber quién era.
El fuego que le abrasaba la sangre le sacó de sus pensamientos. Notó el impulso en su interior, la necesidad de hacer lo que debía; lo único de lo que estaba seguro era de que debía matar a aquella mujer, aunque no sabía el porqué.
Dio un par de pasos hacia la cama y pudo ver el rostro de la chica en la penumbra. No debía tener más de treinta años. Sus rasgos eran suaves y delicados y un gesto de serenidad acompañaba sus sueños. A Sombra le pareció hermosa.
La observó durante unos segundos, intentando retrasar lo inevitable; sin embargo, cuanto más cerca estaba de ella más le ardía el pecho, como si alguien le clavase un hierro al rojo vivo. Suspiró con fuerza y alzó el cuchillo. El reflejo de la hoja de cristal cortó la oscuridad; era lo que debía hacer, no podía luchar contra los designios del hombre de negro. Él se lo había susurrado al oído y su palabra era la ley. Su palabra...
La puerta de la habitación se abrió de golpe y la luz se encendió. Quedó cegado durante unos segundos, aunque pudo ver fugazmente a un niño pequeño en la puerta del dormitorio, chillando y llorando. Aquello distrajo su atención el tiempo necesario para que la mujer se incorporase alarmada y le diera un empujón. Cayó al suelo y observó a la chica desaparecer corriendo; los tatuajes del brazo le escocían con mucha más intensidad y el pecho parecía a punto de estallarle. Su mente, nublada y borrosa, sabía lo que debía hacer para calmar aquel dolor.
Bajó la escalera como un perro rabioso. La puerta de entrada estaba abierta, salió corriendo y oteó la oscuridad de la noche. A unos cincuenta metros vio una figura que huía calle abajo.
Helen corría todo lo rápido que sus piernas le permitían. Llevaba a Thomas entre sus brazos, iba descalza y los pies le dolían a cada paso que daba; pero no podía detenerse, tenía que seguir corriendo, debía hacerlo para poner a salvo a su pequeño.
No había tenido tiempo de llamar a la policía. Solo pudo pensar en correr, escapar de la casa y llegar a un lugar seguro. Su única opción era llegar al Paradise Market, un pequeño comercio que abría las veinticuatro horas.
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La ira de los Caídos #PremiosPure #Wattys2016
FantasiVagan entre nosotros desde hace siglos. Privados de sus recuerdos, de su identidad. Sólo son instrumentos con un macabro fin. Quizás te hayas topado con alguno de ellos; cuidado, esconden un oscuro secreto en su interior. Ven conmigo, yo te lo mos...