Linda contraía la cara en un gesto de fastidio cada vez que la amortiguación de su chevrolet spark chirriaba. Era un coche ideal para la ciudad, cómodo y de dimensiones reducidas para aparcar sin problemas, pero andar por caminos de tierra llenos de baches no era la suyo; y lo que más le molestaba era no saber a ciencia cierta cuantos kilómetros tendría que conducir por aquellos malditos carriles hasta llegar al lugar donde Illian la esperaba.
Detestaba el halo de misterio con el que Illian lo envolvía todo. Meses atrás habían acordado un lugar de reunión para casos extremos, casos como el que Linda llevaba en el asiento trasero del coche. No entendía muy bien eso de los símbolos de las familias, ni por qué era valioso para Illian, pero sospechaba que aquel vagabundo mal oliente no era un desconocido para Eva; tendría que investigar eso, aunque de momento, solo quería encontrar la pequeña hoguera que Illian usaba como señal para advertirle de que había llegado al lugar acordado.
Continuó conduciendo mientras los faros del chevrolet disipaban la oscuridad, creando extrañas sombras al chocar la luz contra los troncos de los árboles y las hierbas altas. ¿Estaría avanzando en la dirección correcta?
Debía salir de la ciudad en dirección norte. Tras unos cuarenta kilómetros vería el cartel que anunciaba el inicio de la reserva natural Wildest Park; un lugar dejado de la mano del hombre, tanto para lo bueno como para lo malo; nadie parecía interesado en aquel rincón del mundo lleno de encinas, pinos y arbustos. Una vez que dejase atrás el cartel debía girar a la derecha en la primera entrada y conducir por el carril de tierra hasta ver el fuego. Al menos, estaba segura de haber seguido las indicaciones al pie de la letra.
Diez minutos más tarde suspiró aliviada. A unos treinta metros, la inconfundible luz anaranjada de un pequeño fuego resplandecía en la oscuridad. Cuando estuvo suficientemente cerca pudo distinguir la esbelta figura de su señora recortada contra la luz danzarina que emitían las llamas de la hoguera. Vestía un estrecho pantalón negro y una elegante chaqueta beige ceñida a la cintura. Su melena, de un rojo intenso, caía suelta por su espalda hasta la cintura.
Illian ayudó a Linda a sacar el cuerpo de Elié del asiento de atrás. Su respiración era débil y unas gotas de sangre manaban de su nariz.
— ¿Dónde está la caja de luz?
Linda sacó el colgante con el cristal de su bolsillo y se lo entregó.
— ¿Qué significa ese símbolo del circulo y la flecha?
— Es su marca familiar —respondió Illian mientras desvestía a Elié —. Cada familia tiene una marca, al igual que un don. Todos tenemos una función que desempeñar en el mundo.
— ¿Cada familia de ángeles tiene poderes?
— No son poderes —sonrió —. Son habilidades. —Dudó unos segundos, pensativa —. Verás, algunos humanos tienen habilidad para cantar, otros para dibujar ¿Cierto? —Linda asintió —. Esto es lo mismo. Algunos ángeles tenemos habilidad para usar las runas; otros, para crear portales que nos permiten viajar a vuestro plano.
— ¿Y qué significa esa marca familiar?
— Esta marca quiere decir que pertenece a los Balayad, una familia de las más antiguas.
>>Los Balayad no poseían la habilidad de controlar la piedra. Ni podían dibujar runas, ni abrir portales; sin embargo, su carácter tenaz y decidido y su fuerza y rapidez les hacía temibles; aunque no por ello eran criaturas violentas, todo lo contrario. Casi toda la guardia negra estaba formada por miembros de los Balayad. Cuando la lucha con los errantes se intensificó, fue la familia que más miembros perdió, y la más decisiva para que la guerra acabase.
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La ira de los Caídos #PremiosPure #Wattys2016
FantasyVagan entre nosotros desde hace siglos. Privados de sus recuerdos, de su identidad. Sólo son instrumentos con un macabro fin. Quizás te hayas topado con alguno de ellos; cuidado, esconden un oscuro secreto en su interior. Ven conmigo, yo te lo mos...