Antes de empezar a hablar, Tia se empeñó en prepararles un café caliente, no sin antes desearle la muerte de mil maneras diferentes al Consejero. No pudo dejar de pensar en Erik mientras hacía el café; solo deseaba que no se dejase llevar por las apariencias y llamase a la policía. Ahora solo era cuestión de tiempo, aunque si el chico hubiese denunciado la situación, la casa ya estaría rodeada de coches patrulla. Deseó que las heridas cicatrizasen rápido y Erik volviese a verla para poder darle una explicación; quería a ese chico y no le agradaba la idea de perderlo.
— ¿Qué ha pasado entre vosotros? —preguntó Elié aprovechando la ausencia de Anat.
— Bueno. –Silder hizo una pausa visiblemente nervioso —. Ya sabes, quizás tuvimos algunas diferencias.
— ¿Diferencias? Te odia a muerte.
Anat entró en el salón con una bandeja repleta de pastas, tres humeantes tazas de café y un azucarero. Sus movimientos eran lentos y torpes, aunque no tuvo problemas en llevar la bandeja a la mesa del salón y sentarse junto a Elié.
— Creo que tenéis algunas cosas que contarme —dijo Anat mientras se servía varias cucharadas de azúcar.
— Anat, necesito que me liberes de las runas de rastreo que llevo grabadas en la piel.
Tia Mary le miró por encima de las gafas. En sus ojos brillaba una chispa de inteligencia adquirida tras cientos de años de existencia, de aciertos y errores.
— ¿Y qué harás una vez que elimine esas runas?
Elié torció el gesto y miró al suelo. Anat sorbió con cuidado de no quemarse; ya sabía la respuesta, el rostro de Elié le delataba.
— La verdad es que...
— La verdad es que quieres venganza. —Interrumpió Anat con tono firme y autoritario —. Y eso no debe suceder ¿Por qué no te marchas lejos? Vive una vida normal, aléjate de tu pasado.
— No puedo. Hay muchos caídos, esclavos de aquellos que nos arrebataron a nuestras familias. Ya tengo demasiados pecados acumulados como para poder dormir por las noches; no añadiré otro más a la colección. Es nuestra responsabilidad.
— ¿Y qué vas a hacer? ¿Emprender una especie de cruzada para liberar a los demás? Sabes que eso solo conduciría a que acabaseis todos muertos.
El rostro de Anat se había vuelto duro, pero tras ese muro de rabia se escondía un profundo dolor. Elié podía verlo en el hastío que ensombreció sus ojos.
— ¿Sabes lo que es vivir sin recuerdos? ¿Sabes el calvario que acompaña cada día? Piensas en que tal vez tengas una familia esperándote. Te consumes lentamente, agarrado al consuelo de alguna droga que te haga dejar de pensar. Despiertas cada mañana con la incertidumbre, la resignación y la frustración de no saber quién eres, por qué estás solo. Y luego tienes que matar. Mujeres, niños, familias enteras; eres consciente de todo, del dolor, del sufrimiento. No quieres hacerlo, pero la sangre te hierve, las marcas te escuecen como si te quemaran con un hierro al rojo vivo.
Anat negó con la cabeza, clavó la vista en la mesa de madera y lloró. Silder observaba la escena sin articular palabra. Se sentía sucio y miserable por haber traicionado a tantos de sus hermanos. Sabía que en el interior de Anat se había desencadenado una lucha para la que no estaba preparada.
— Hay alguien importante para ti encadenado a las runas —afirmó Silder en un susurro.
Anat le miró. Sus ojos parecían haber envejecido cien años desde que le sirvió el café, ahora rodeados por un inmenso océano de amargura.
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La ira de los Caídos #PremiosPure #Wattys2016
FantasyVagan entre nosotros desde hace siglos. Privados de sus recuerdos, de su identidad. Sólo son instrumentos con un macabro fin. Quizás te hayas topado con alguno de ellos; cuidado, esconden un oscuro secreto en su interior. Ven conmigo, yo te lo mos...