La tarde refrescaba y la brisa, que soplaba del norte, cortaba la piel como un trozo de hielo afilado. El invierno se acercaba a pasos agigantados y los árboles casi no tenían hojas que mecer al viento.
Sombra disfrutaba de los últimos rayos del sol, que se escondía tímido en el horizonte. Había pasado todo el día dando vueltas por las calles más céntricas de la ciudad, mendigando unas monedas que intercambiar por alcohol. Cuando tuvo suficiente dinero compró una botella de whisky de dudosa calidad y se sentó en un pequeño banco de madera para ver pasar la vida. Cerró los ojos e intentó ignorar el gélido viento que le golpeaba la cara. Dio un trago de la botella y la volvió a dejar sobre la madera corroída y despintada de su asiento; así era su vida, día tras día.
Tenía claro que esa noche dormiría en aquel banco de madera. Guardaba varios cartones plegados bajo una manta que había encontrado en un contenedor de basura horas antes; había tenido suerte, ya que el calor de los cartones y la manta le facilitarían combatir el frío, que amenazaba con hacerse insoportable en cuanto el sol se ocultase. Volvió a dar un trago a la botella y disfrutó de la quemazón que le producía el alcohol al bajar por la garganta.
El hombre de negro se acercaba lentamente.
Rebuscó en los bolsillos de la chaqueta de franela, sucia y rota, que le acompañaba desde hacía meses. Extrajo algunas fotografías que había ido recogiendo de la basura día tras día y las observó: pudo ver a una mujer feliz en una de ellas. Abrazándola, un hombre sonreía como si el pecho fuese a reventarle de la alegría. Pensó que tal vez él tuviese una mujer esperándole en algún lugar; quizás un hermano, un hijo al que no conocía...
Sacó otra fotografía, esta recortada de un periódico que encontró sobre el asfalto. En ella, una mujer joven que no debía tener más de treinta años, sonreía con un diploma entre las manos. Sus rasgos eran suaves y delicados. Sombra pensó que era muy hermosa, y que su rostro le resultaba muy familiar. Junto a ella había un niño de tres años que sonreía a la cámara; no entendía el motivo pero, al ver aquellas imágenes, la angustia se instaló en su corazón.
Pasó varios minutos inmóvil, intentando descifrar el desconsuelo que le atormentaba cuando miraba aquella imagen; no obstante, su memoria no conseguía adivinar quiénes eran aquellas personas, ni porqué sentía aquello al mirarlos. Por más que se esforzaba sólo conseguía atisbar unas palabras resonando en el fondo de su mente: <<Demasiado doloroso para recordarlo; demasiado cruel para revivirlo>>.
Un extraño, vestido con un inmaculado traje negro, se sentó junto a él. Le cogió la mano y la apretó con suavidad.
Sombra sintió una agradable paz cuando la mano del hombre de negro agarró la suya. La angustia y el dolor se esfumaron mecidos por la brisa que amenazaba con congelarle la cara. Guardó las fotografías en su chaqueta de franela y cerró los ojos, dejándose acunar por el agradable calor que irradiaba aquel hombre. Un calor reparador, que se metía por cada poro de su cuerpo y le renovaba como un baño caliente después de una dura jornada de trabajo.
Durante unos segundos, el vagabundo fue más consciente de todo cuanto le rodeaba: la suavidad del viento acariciando su cara, el penetrante olor de las hojas caídas, el sonido de las ramas meciéndose lentamente. Todo un mundo de sensaciones que hacía solo unos segundos le eran totalmente desconocidas estalló en su cerebro.
El hombre de negro le colocó un colgante de cuero con un cristal blanco. Introdujo en el bolsillo desgastado de su chaqueta de pana un puñal del mismo cristal y le susurró al oído.
Sombra permaneció un par de minutos sumido en aquel nuevo mundo de olores y sonidos que lo inundaban todo. Cuando abrió los ojos, el hombre de negro ya no estaba; aunque eso era irrelevante, su mirada ya no era la de un borracho perdido en el inmenso océano de la vida, aturdida y confusa; ahora era una mirada felina, fría y dura como el acero. La mirada de un animal salvaje acechando a su presa. Una fuerza que nacía en el interior de su corazón y se extendía por todo su cuerpo le decía que necesitaba matar a aquella chica llamada Eva.
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La ira de los Caídos #PremiosPure #Wattys2016
FantasíaVagan entre nosotros desde hace siglos. Privados de sus recuerdos, de su identidad. Sólo son instrumentos con un macabro fin. Quizás te hayas topado con alguno de ellos; cuidado, esconden un oscuro secreto en su interior. Ven conmigo, yo te lo mos...