Capítulo II

234 21 0
                                    



La cámara del Consejo se mostraba en todo su esplendor desde la circunferencia, ligeramente elevada, desde la que Silder había informado a los arcanos sobre la chica.

La sala, que se abría en una media circunferencia, permanecía iluminada mediante una enorme cúpula de cristal que dominaba el techo. Las paredes, libres de ornamentación, estaban construidas en piedra rojiza, al igual que el suelo.

Frente al podio, sobre una grada de cuarzo blanco, a unos dos metros de altura, se encontraban los doce sillones de piedra roja que antaño estuvieron ocupados por los doce arcanos. Ahora, la mitad de ellos estaban vacíos. La guerra que llevó a Adjat a ostentar el poder se había cobrado la vida de cinco arcanos, ejecutados por traición, mientras que el sexto, Anat, consiguió escapar al plano de los humanos antes de que los portales fuesen sellados.

— ¿Estás seguro de que esa información es cierta? —preguntó Azram llevándose la mano a la barbilla.

Azram era uno de los más fervientes seguidores de Adjat. Su pelo, negro y extremadamente corto, junto con su rostro afilado y su nariz aguileña, le conferían un aspecto agresivo y desafiante. La familia de Azram poseía el don de los viajeros, la capacidad de construir portales que conectaban directamente con el plano de los humanos. Se rumoreaba que había construido un portal en las dependencias de Adjat para que el domine pudiese viajar entre los planos sin que nadie lo supiese jamás, aunque Silder pensaba que solo eran habladurías sin sentido.

— No hay motivos para dudar de Abdou.

Silder deslizó la mirada disimuladamente entre los seis miembros del arcano. Esperaba ver algún movimiento inconsciente, alguna señal de incomodidad, pero nadie parecía afectado por la noticia.

— Y bien, querido Consejero —la voz de Adjat retumbó en las paredes de la sala —. Si Abdou está en lo cierto, y todos creemos que es así, ¿cual es su consejo?

Adjat casi nunca tomaba la palabra durante las reuniones del Consejo. Su presencia, con el rostro siempre cubierto por la capucha de su túnica, intimidaba hasta al más fiero guerrero de la guardia negra. Silder tragó saliva, intentando adivinar la respuesta que Adjat esperaba oír. Era denigrante, pero sus Consejos habían pasado de ser una opinión meditada y adoptada por el bien de la comunidad a una respuesta que agradase al domine.

— La única opción es eliminar a la chica —respondió Silder sin mostrar ninguna emoción.

Adjat asintió. Miró hacia Betsaniel, que le correspondió con una marcada reverencia.

— Uno de los caídos se encargará. Los recolectores no son asesinos —afirmó Betsaniel volviendo la mirada hacia Silder —. ¿Estás de acuerdo Consejero, o tienes alguna discrepancia?

¿Si estaba de acuerdo? No, no estaba de acuerdo en asesinar a una chica de veinte años solo por el miedo irracional a lo desconocido. Pero su opinión no servía absolutamente para nada; su única misión durante el resto de la eternidad era aceptar sin protestar las decisiones que los arcanos tomaban en su propio beneficio.

Si bien era cierto que los asesinatos estratégicos de humanos eran algo corriente desde que Adjat se hizo con el poder, había algo que no le cuadraba en todo aquello: ¿por qué nadie había reaccionado ante la noticia? Esa aparente calma, esa falta de incomodidad, era más sospechosa que tranquilizadora.

Silder asintió. Ya no podía hacer nada por la chica. Deseó que fuese una muerte rápida, sin dolor.

 Deseó que fuese una muerte rápida, sin dolor

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La ira de los Caídos #PremiosPure #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora