Cap. 6

757 94 2
                                    

Los treinta minutos siguientes fueron terribles para Thomas.
El Crank forcejeaba y se contraía en medio de movimientos espasmódicos. Se ahogaba y escupía. Newt lo sujetaba mientras Thomas retorcía el trozo de cristal y lo empujaba más adentro. La vida del hombre se tomó su tiempo hasta consumirse por completo, hasta que se desvaneció la luz de sus ojos enloquecidos, hasta que los gruñidos y el esfuerzo físico por resistir se acallaron y apaciguaron lentamente.
Por fin, la víctima de la Llamarada murió y Thomas se desplomó hacia atrás. Su cuerpo parecía un rollo tenso de cable oxidado. Hizo esfuerzos para respirar mientras combatía la desagradable hinchazón de su pecho.
–Lo matamos... –dijo Newt apesadumbrado.
Pero lo cierto era que no habían sido los dos. Fue Thomas quien le clavó aquel trozo de vidrio. Por lo tanto, él lo había matado. Había puesto fin a la vida de otra persona. Sentía que sus tripas estaban llenas de veneno. Sin embargo, también era cierto que no tenían muchas posibilidades.
La primera señal de los otros Cranks retumbó como un eco por el pasillo, como el sonido de una manada de hienas corriendo por un desfiladero.
–Newt, se acabó –exclamó, desolado.
Su amigo se incorporó de un salto.
–¿Qué quieres decir?
Primero las esferas plateadas devoradoras de cabezas. Después, pelear con los Cranks en la oscuridad. Ya estaba harto de túneles negros e interminables. No quería ver uno más en toda su vida.
–Quiero ver la luz del día. No me importa lo que cueste. Quiero luz ya.
Newt asintió con la cabeza.
–En cuanto encontremos la forma de salir, lo haremos.
Salieron al pasillo y recorrieron un camino zigzagueante durante varios minutos hasta que llegaron a una larga escalera de hierro, que conducía hacia el cielo, fuera del Submundo. Los sonidos inquietantes de los Cranks aún se escuchaban a la distancia. Risitas, gritos y carcajadas. Algún aullido.
Tuvieron que empujar con fuerza para poder mover la tapa redonda del pozo de inspección, pero por fin cedió y treparon hacia afuera. Al salir, se encontraron con el crepúsculo gris, rodeados de edificios gigantescos en todas las direcciones. Ventanas rotas. Basura desparramada por las calles. Varios cadáveres echados por ahí. Olor a polvo y a podrido. Calor.
Pero no había gente. Por lo menos, no viva. Por un momento, Thomas se alarmó al imaginar que esos cuerpos podían pertenecer a algunos de sus amigos. Pero no era el caso. Eran hombres y mujeres mayores, y llevaban mucho tiempo muertos.
Newt giró lentamente, tratando de orientarse.
–Mira. Las montañas deberían estar al final de esa calle –y señaló el lugar, pero era imposible determinarlo con seguridad, ya que no tenían una visión clara y los edificios ocultaban el sol del atardecer.
–¿Estás seguro? –preguntó Thomas.
–Sí. Ven, sígueme.
Mientras recorrían la calle larga y solitaria, Thomas se mantenía alerta, observando las ventanas destrozadas, los callejones, las entradas ruinosas. Esperaba ver alguna señal de Minho y los otros. Y no quería toparse con ningún Crank.
Marcharon hasta la noche evitando todo contacto humano. Escucharon a lo lejos algún aullido ocasional o sonidos de objetos estrellándose dentro de algún edificio. En un momento, Thomas divisó a varias cuadras de distancia a un grupo de personas atravesando velozmente una calle, pero no parecieron notar su presencia o la de Newt.
Justo antes de que el sol desapareciera por completo, al doblar una esquina, se toparon con una vista completa del límite de la ciudad, tal vez uno o dos kilómetros más lejos. Las construcciones terminaban en forma abrupta y las montañas se elevaban detrás de ellas con toda su majestuosidad. Eran varias veces más grandes de lo que Thomas había supuesto al verlas por primera vez unos días antes, y su aspecto era árido y rocoso. No había hermosas cumbres nevadas –un borroso recuerdo de su pasado– en esa parte del planeta.
–¿Crees que deberíamos recorrer la distancia que falta? –preguntó Thomas.
Newt estaba ocupado buscando un lugar donde esconderse.
–No. Debe ser peligroso andar por aquí de noche. Además, incluso si lo lográramos, no tendríamos dónde refugiarnos a menos que cubramos toda la distancia que nos separa de las montañas, lo cual me parece difícil.
Por más que Thomas detestaba pasar otra noche en esa maldita ciudad, estuvo de acuerdo con Newt. Pero la frustración y la inquietud por los otros Habitantes lo estaban consumiendo. Respondió débilmente.
–Bueno. Entonces busquemos un refugio.

Llegaron a un callejón que terminaba en un gran muro de ladrillos. Al principio, Thomas pensó que era una muy mala idea dormir en un lugar que tenía una sola salida, pero Newt lo convenció de lo contrario: los Cranks no tendrían ningún motivo para entrar ahí, ya que no conducía a ningún sitio. Además, le señaló varios camiones grandes y oxidados donde podrían esconderse.
Se instalaron dentro de uno que parecía haber sido descartado por inservible. Aunque los asientos estaban destruidos, eran suaves y la cabina era amplia. Thomas se sentó al volante y retrocedió el asiento todo lo que pudo. Sorprendentemente, una vez se ubicó, se sintió bastante cómodo. Newt se acomodó unos pocos centímetros a su derecha. Afuera, la oscuridad ya era completa y, a través de las ventanas rotas, les llegaban los sonidos distantes de Cranks todavía en actividad.
Thomas estaba agotado. Dolorido. Tenía sangre seca en toda la ropa. Un rato antes, se había limpiado las manos y las había frotado hasta que Newt lo detuvo, diciéndole que dejara de gastar el agua. Pero tener la sangre de ese Crank en los dedos, en las palmas de las manos... le resultaba insoportable. Se sentía muy desanimado cada vez que pensaba en él, sin embargo ya no podía negar una terrible verdad: si antes no habían tenido la Llamarada –una débil esperanza de que la Rata hubiera mentido– ya se habían contagiado.
En ese momento, sentado en la oscuridad, con la cabeza apoyada en la puerta del camión, las imágenes de los hechos ocurridos ese día inundaron su mente.
–Yo maté a ese hombre –susurró.
Ambos lo matamos –lo corrigió Newt inmediatamente, igual de afligido que él–. De lo contrario, él nos hubiera matado a nosotros. Estoy seguro de que eso es hacer lo correcto.
Quería creerlo. El tipo estaba totalmente ido, consumido por la Llamarada. De todas formas, tal vez hubiera muerto en poco tiempo. Sin mencionar que había hecho todo lo posible para herirlos. Para matarlos. Thomas había hecho lo correcto. Pero la culpa seguía torturándolo, deslizándose sigilosamente por sus huesos. Matar a otro ser humano no era algo fácil de aceptar.
–Ya lo sé –respondió por fin–. Pero fue algo tan... despiadado. Tan brutal. Ojalá hubiera podido dispararle de lejos con una pistola.
–Sí –fue la única respuesta de Newt.
–¿Y qué hago si todas las noches veo su cara repugnante cuando me vaya a dormir? ¿Y si sueño con él? –preguntó, mientras sentía una oleada de irritación hacia Newt por haberlo arrastrado a aquella situación. Pero la sensación de ira se esfumó tan pronto como apareció. Si él no se hubiera paralizado durante la explosión en el depósito, nada de esto hubiese pasado. Seguirían con sus amigos rumbo al refugio y nunca hubiera tenido que matar a un hombre para salvar sus vidas.
Newt se removió en el asiento para quedar frente a él. La luz de la luna lo iluminaba lo suficiente como para que Thomas pudiera distinguir sus ojos.
–¿Tommy? –pronunció su nombre aun cuando él lo estuviera mirando a los ojos.
–¿Qué?
–Lo siento. Fue mi culpa que ambos cayéramos en ese horrible lugar...
Thomas negó lentamente con la cabeza.
–No. Ninguno de los dos tuvo la culpa –le dijo, apartando la mirada de su cara.
Respiró profundamente. Había tantas razones por las cuales se sentía lastimado por dentro. El resto de sus amigos se habían ido. Podrían estar muertos. Chuck sí estaba muerto. Se hallaba a mitad de camino del refugio, durmiendo en un camión con el único amigo que le quedaba y que, con el tiempo, se volvería loco. Y estaban rodeados por una ciudad que no conocían llena de Cranks sedientos de sangre.
–¿Desde cuándo que duermes con los ojos abiertos? –le preguntó Newt burlonamente.
Thomas intentó sonreír.
–No estoy durmiendo. Solo estaba pensando en que mi vida es una mierda.
–Sí. Pero estamos vivos, y eso es lo que importa.
–A veces me pregunto... –murmuró Thomas.
–¿Qué cosa?
–Si realmente importa estar vivo. Si no sería mucho más fácil estar muerto.
–Vamos. No creo que pienses eso de verdad ni por un segundo.
Mientras emitía esa deprimente opinión, bajó la vista y, ante la respuesta de Newt, levantó los ojos en forma abrupta. Entonces sonrió y se sintió mejor.
–Tienes razón –respondió–. De cualquier modo, me alegro de estar contigo. Estar solo sería muchísimo peor.
Newt suspiró pesadamente.
–Yo también estoy contento de estar contigo, Tommy –dijo finalmente, esbozando una leve sonrisa.
Después, increíblemente, se quedaron dormidos.

Submundo-NewtmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora