Cap. 4

923 100 10
                                    

De adentro del pecho de Thomas escapó un grito débil, y no pudo distinguir si había sido real o solo algo que sintió en su interior, o que imaginó. Newt estaba junto a él en silencio con la luz todavía apuntando al espantoso desconocido.
Sacudiendo el brazo sano para mantener el equilibrio de la pierna sana, el hombre avanzó torpemente hacia ellos.
–Beatriz se llevó mi nariz, en un desliz –repitió. La burbuja de flema de su garganta soltó un desagradable borboteo–. Y tuve que hacer achís.
Thomas contuvo la respiración, esperando que Newt actuara primero.
–¿Entienden? –dijo el hombre mientras intentaba convertir la mueca en una sonrisa. Tenía el aspecto de un animal a punto de saltar sobre su presa–. Yo hice achís. Sin nariz. Pues se la llevó Beatriz en un desliz –aclaró, y lanzó una risotada húmeda que hizo pensar a Thomas que ya nunca más lograría dormir en paz.
–Sí, lo entiendo –replicó Newt–. Qué gracioso.
Thomas percibió un movimiento y desvió la mirada hacia su amigo. Con disimulo, había extraído una lata de la mochila y la empuñaba en la mano derecha. Antes de que pudiera preguntarse si era una buena idea o si debía intentar detenerlo, él llevó atrás el brazo y arrojó la lata al Crank. Thomas lo observó volar por el aire y estamparse en la cara del extraño.
El hombre emitió un alarido que le heló el corazón.
Y después aparecieron otros. Dos. Luego tres. Otros cuatro más. Hombres y mujeres. Todos arrastrándose fuera de la oscuridad hasta ubicarse detrás del primer Crank. Todos igualmente idos. Igualmente espantosos, consumidos completamente por la Llamarada, locos furiosos, heridos de la cabeza a los pies. Thomas notó, además, que a todos les faltaba la nariz.
–Eso no dolió tanto –dijo el líder de los Cranks–. Tienes una bonita nariz. Me muero por tener otra vez una nariz –abandonó la mueca feroz lo suficiente como para lamerse los labios y luego la retomó. La lengua era una cosa morada con cicatrices horripilantes, como si se dedicara a masticarla en los momentos de aburrimiento–. Y mis amigos también.
Como un gas tóxico al ser rechazado por el estómago, el miedo trepó por el pecho de Thomas. Comprendió mejor que nunca lo que la Llamarada provocaba en las personas. Lo había visto en las ventanas del dormitorio pero, en ese momento, lo tenía delante de sí de manera mucho más real, sin barrotes de por medio. Las caras de los Cranks eran primitivas y animales. El líder del grupo dio otro paso torpe hacia ellos. Luego otro más.
Era hora de irse.
Newt no dijo nada. No fue necesario. Después de lanzar otra lata hacia donde se encontraban los Cranks, Thomas y él se dieron media vuelta y echaron a correr. Los aullidos psicóticos de sus perseguidores se elevaban por encima de ellos como el grito de batalla de un ejército infernal.
Recorrían las curvas bruscas a derecha e izquierda, con el haz de luz de la linterna temblando de un lado a otro mientras rebotaba contra las paredes. Thomas sabía que tenían una ventaja: a los Cranks se les veía medio destruidos y plagados de heridas. Seguramente no podrían aguantar mucho tiempo. Sin embargo, la posibilidad de que hubiera más allá abajo, tal vez incluso esperándolos más adelante... Y la renguera de Newt...
Newt dobló hacia la derecha al tiempo que sujetaba a Thomas del brazo para arrastrarlo con él. Thomas trastabilló, pero en un segundo se enderezó y continuó corriendo a toda velocidad. Los gritos airados y los silbidos de los Cranks se volvieron más débiles.
Newt torció hacia la izquierda y luego otra vez hacia la derecha. Después de la segunda curva, apagó la linterna pero no disminuyó la marcha.
–¿Qué haces? –preguntó Thomas, que llevaba la mano extendida hacia adelante pues estaba seguro de que chocaría en cualquier momento contra una pared.
–No podemos correr con la luz encendida... nos encontrarían más fácilmente –le contestó.
Thomas se dio cuenta de que confiaba demasiado en él. Había puesto su vida en sus manos.
Unos segundos después, Newt se detuvo en seco. Se quedaron en la oscuridad tratando de recuperar el aliento. Los Cranks se encontraban lejos, pero se escuchaba claramente que se iban acercando.
Thomas iba a ponerse nuevamente en marcha cuando Newt habló.
–Espera, creo que hay algo aquí.
–¿Qué cosa?
–Parece una...
–¿Una qué, Newt? ¡Los Cranks ya vienen!
Newt aferró la mano de Thomas y lo empujó hacia la derecha. Percibió que estaban atravesando una puerta angosta.
–Hay una mesa vieja. ¿La ves?
Estiró la mano de Thomas hasta que él sintió la madera suave y dura.
–Sí –respondió.
–Tal vez pueda servirnos como escondite. Ten cuidado con la cabeza. Vamos a deslizarnos por debajo de ella...
Thomas se preguntó cómo podían desplazarse sin algo que les iluminara el camino; sin embargo, se guardó la pregunta para más tarde. Newt ya se había puesto en marcha y él no estaba dispuesto a perderlo. Lo siguió de cerca con los dedos rozándole el pie mientras él se deslizaba con rapidez en cuatro patas bajo la mesa y hacia la pared.
–Hay un hueco aquí –susurró Newt muy despacio–. Creo que es un compartimiento.
A Thomas lo asaltó un momento de pánico.
–No creo que sea buena idea encerrarnos...
–Tommy, no podemos seguir en una persecución interminable. Ven aquí.
Franquearon una minúscula abertura y entraron en el largo y estrecho compartimiento. Thomas se movía a tientas, palpando las superficies para captar dónde se hallaba. Como el techo se encontraba a solo unos sesenta centímetros del suelo, continuó gateando.
Cuando por fin logró ubicarse con dificultad, Newt ya estaba acostado con la espalda contra la pared más lejana del escondrijo. No les quedaba otra opción que echarse de costado con las piernas estiradas. Había muy poco espacio, pero entraban justo. Ambos miraban en la misma dirección. La espalda de Thomas estaba apretada contra el pecho de Newt. Podía sentir su respiración en el cuello.
–Qué comodidad –dijo él.
–No hables –le ordenó Newt.
Thomas se movió un poco hasta apoyar la cabeza contra la pared y después se relajó. Inhaló lenta y profundamente, atento a cualquier señal de los Cranks.
Al principio, el silencio era tan hondo que parecía emitir un zumbido en sus oídos, pero después llegaron los primeros indicios de los lunáticos. Toses, gritos al azar, risitas dementes. Cada segundo que pasaba se hallaban más cerca. Se sintió estúpido por haber dejado que Newt lo convenciera de esconderse allí. Pero luego lo pensó mejor. Las probabilidades de que los Cranks encontraran ese agujero oculto eran escasas, especialmente en la oscuridad. Seguramente habían seguido adelante y, con suerte, ya estaban muy lejos. Tal vez hasta se olvidaran de él y de Newt por completo. Además, Newt tenía razón en algo: no podían seguir corriendo interminablemente. En algún momento se cansarían y los Cranks terminarían por alcanzarlos.
Y si ocurría lo peor, Newt y él podrían defenderse fácilmente a través de la diminuta abertura del compartimiento. Tal vez.
Los Cranks ya estaban cerca. Thomas tuvo que luchar para no soltar la respiración. Lo último que necesitaban era que una inesperada búsqueda de oxígeno los delatara. A pesar de que estaba todo negro, cerró los ojos para escuchar mejor.
Ruidos de pies que se arrastraban. Gruñidos y respiración pesada. Un impacto contra la pared, una serie de golpes amortiguados en el concreto. A continuación, estallaron las discusiones, intercambios frenéticos de incoherencias. Escuchó un "¡Por aquí!" y un "¡Por allá!". Más toses. Uno de ellos hizo arcadas y escupió violentamente como si estuviera intentando deshacerse de un par de órganos. Una mujer lanzó una risa tan demente que Thomas se estremeció.
Thomas rozó la mano de Newt sin querer y éste se la apretó con fuerza. No podía evitar sentirse incómodo cada vez que Newt se acercaba demasiado a él. Y qué estupidez pensar en eso cuando...
Un Crank ingresó en la habitación en la que estaba el compartimiento. Luego otro más. Thomas escuchó los jadeos, los pies frotando contra el piso. Alguien más entró. Esas pisadas: resbalada larga y golpe seco, resbalada larga y golpe seco. Thomas pensó que podía ser el primer hombre que habían visto, el único que les había hablado, el del brazo y la pierna inútiles y temblorosos.
–Niñiiiiitos –dijo el loco, en un tono burlón y escalofriante. Era él, sin lugar a dudas. Thomas no podía olvidar esa voz–. Niñiiiiitos. Salgan de una vez y hagan algún ruido. Quiero sus narices.
–Aquí adentro no hay nada –ladró una mujer–. Solo una mesa vieja.
El crujido de la madera raspando el piso cortó el aire y después se apagó bruscamente.
–Quizás están escondiendo las narices debajo de la mesa –replicó el hombre–. Quizás aún siguen pegadas a sus caritas dulces y bonitas.
Al oír una mano o un zapato deslizándose por el piso fuera de la entrada de su pequeño escondite, Thomas retrocedió y se apretó contra Newt. Había sido a solo treinta o sesenta centímetros de donde se hallaban. De haberse escondido únicamente debajo de la mesa, los habrían descubierto enseguida.
–¡Nada allá abajo! –volvió a decir la mujer.
Thomas escuchó que ella se alejaba. Se dio cuenta de que su cuerpo se había transformado en un manojo de cables tensos. Hizo un esfuerzo para recuperar la calma, intentando controlar la respiración.
Más ruidos de pies rozando el piso. Luego una cantidad de susurros espeluznantes, como si el trío se hubiera congregado en el centro de la habitación para planear una estrategia. ¿Acaso sus mentes estaban todavía en condiciones de hacer algo semejante? Se puso alerta para lograr captar alguna palabra, pero los resoplidos le resultaban indescifrables.
–¡No! –gritó uno de ellos. Un hombre, pero Thomas no pudo distinguir si era el hombre–. ¡No! No, no, no, no, no –las palabras se fueron convirtiendo en un susurrante tartamudeo.
La mujer lo interrumpió con su propio cántico.
–Sí, sí, sí, sí, sí.
–¡Cállense! –dijo el líder. Sin lugar a dudas era el líder–. ¡Cállense, cállense, cállense!
Aunque el sudor rodaba por su piel, Thomas sintió que una ráfaga helada soplaba en su interior. No sabía si ese intercambio tendría algún significado o era solamente una prueba más de su locura.
–Yo me voy –dijo la mujer con un sollozo. Sus palabras sonaron como si fuera una niña a la que habían dejado fuera del juego.
–Yo también, yo también –eso provino del otro hombre.
–¡Cállense, cállense, cállense, cállense! –aulló el líder, en voz mucho más alta–. ¡Lárguense, lárguense, lárguense!
La súbita repetición de palabras le produjo escalofríos. Como si algún control del lenguaje dentro de sus mentes hubiera dejado de funcionar.
Newt le apretaba la mano con tanta fuerza que le hacía doler. Podía sentir el aliento de él contra el sudor de su cuello.
Afuera: pisadas que se arrastraban y roce de ropa. ¿Se estarían yendo?
Los ruidos disminuyeron notablemente cuando entraron al pasillo, o túnel, o lo que fuera. Parecía que los otros Cranks del grupo ya se habían marchado. Al instante regresó el silencio. Thomas solo escuchó el sonido débil de la respiración de Newt y la suya.
Esperaron en la oscuridad frente a la pequeña entrada, tumbados en el piso duro, apretados uno contra otro, transpirando. El silencio se extendió y se convirtió de nuevo en ese zumbido desprovisto de sonido. Thomas seguía escuchando con atención. Sabía que tenían que estar completamente seguros. Por mucho que quisiera abandonar ese pequeño compartimiento, y por más incómodo que fuera, tenían que esperar.
Transcurrieron varios minutos. No había más que sombras y silencio.
–Creo que se fueron –le susurró a Newt finalmente, quien encendió la linterna de golpe.
–¡Hola, narices! –gritó una voz monstruosa desde la habitación.
Después, una mano sangrienta se extendió a través de la entrada y sujetó a Thomas de la camisa.

Submundo-NewtmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora