Cap. 13

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Una vez más, al despertar se encontró con una luz blanca y deslumbrante. En esta ocasión, brillaba desde arriba, directamente sobre sus ojos. De inmediato se dio cuenta de que no se trataba del sol; era diferente. Además, se encontraba a una distancia corta. Aun cuando cerró los ojos con fuerza, la imagen de un foco quedó flotando en medio de la oscuridad.
Oyó voces que susurraban. No pudo entender ni una palabra. Hablaban muy suavemente y se hallaban fuera de su alcance. No podía descifrarlas.
Sintió el repiqueteo leve de metal golpeando contra metal y lo primero que pensó fue que se trataba de instrumental quirúrgico. Bisturíes y esas pequeñas varillas metálicas con un espejo en el extremo. Esas imágenes nadaron fuera de las aguas turbias de su banco de memoria y, al combinarlas con la luz, comprendió.
Lo habían llevado a un hospital. Un hospital. Lo último que se hubiera imaginado que habría en el Desierto. ¿O lo habían trasladado lejos? ¿Muy lejos? ¿Quizás a través de una Trans-Plana?
En el momento en que una sombra pasaba por delante de la luz, Thomas abrió los ojos. Alguien lo estaba mirando desde arriba, vestido con el mismo atuendo ridículo de quienes lo habían llevado hasta ahí. Con la máscara de gas o lo que fuera. Lentes enormes. Detrás del vidrio protector, vio un par de ojos oscuros fijos en él. Eran ojos de mujer, aunque no podía explicar por qué estaba tan seguro.
–¿Puedes oírme? –preguntó ella. Sí, a pesar de que la máscara apagaba su voz, se trataba de una mujer.
Thomas intentó asentir pero no sabía si lo había logrado o no.
–No se suponía que esto pasaría –ella apartó un poco la cabeza y miró hacia otro lado, lo cual le hizo pensar que ese comentario no había sido dirigido a él–. ¿Cómo pudo filtrarse una pistola en la ciudad? ¿Pueden imaginarse la cantidad de óxido y mugre que debe haber tenido esa bala? Por no hablar de gérmenes.
Sonaba muy irritada.
Un hombre respondió.
–Sigue trabajando. Tenemos que mandarlo de regreso. Rápido.
Thomas apenas tuvo tiempo de procesar lo que estaban diciendo: un nuevo dolor brotó en su hombro, intolerable.
Se desmayó por enésima vez.

Nuevamente estaba despierto.
Algo había cambiado. No podía decir qué era. La misma luz brillaba desde arriba y estaba ubicada en el mismo sitio. Esta vez, en lugar de cerrar los ojos, echó una mirada al costado. Podía ver mejor y con mayor nitidez: cuadrados plateados de cerámica en el cielo raso, un artefacto de acero con todo tipo de discos, interruptores y monitores. Nada de eso tenía sentido.
Entonces comprendió. El impacto y el asombro fueron tan tremendos que apenas podía creer que fuera verdad.
No sentía dolor alguno. Nada de nada.
No había gente a su alrededor. Ni trajes verdes ridículos, ni lentes, ni nadie introduciéndole bisturíes en el hombro. Parecía estar solo y la ausencia de dolor era puro éxtasis. No sabía que fuera posible sentirse así de bien.
No podía ser cierto. Tenía que ser una droga.
Se quedó dormido.

Se movió al escuchar el sonido de voces suaves, a pesar de que le llegaban a través de la nebulosa del sopor causado por la medicación.
Le pareció mejor mantener los ojos cerrados y ver si podía averiguar algo de la gente que lo había llevado allí. Los que evidentemente lo habían curado y habían liberado su cuerpo de la infección.
Un hombre estaba hablando.
–¿Estamos seguros de que esto no arruina las cosas?
–Yo lo estoy –dijo una mujer–. Bueno, lo más segura que puedo. Quizás estimule algún paradigma de la zona letal que no habíamos previsto. Podría resultar beneficioso. No veo que pueda conducirlo a él o a cualquier otro en una dirección que obstaculice los otros paradigmas que nos interesan.
–Dios todopoderoso, espero que tengas razón –respondió el hombre.
Otra mujer habló con voz alta y casi cristalina.
–¿Cuántos de los sobrevivientes creen ustedes que todavía son posibles Candidatos?
Thomas pudo sentir la mayúscula en esa palabra, Candidatos. Desconcertado, trató de quedarse quieto y escuchar.
–Tendremos unos cuatro o cinco –respondió la primera mujer–. Thomas, aquí presente, es por mucho nuestra mayor esperanza. Responde claramente a las Variables. Un momento, me parece que movió los ojos.
Thomas se quedó petrificado e intentó mirar hacia adelante en la oscuridad de sus párpados. Era difícil, pero se obligó a respirar en forma regular, como si estuviera dormido. No sabía exactamente de qué hablaba esa gente, pero ansiaba desesperadamente escuchar más. Sabía que tenía que hacerlo.
–¿Qué importa si está escuchando? –comentó el hombre–. No puede entender lo suficiente como para afectar sus respuestas. Le va a hacer bien saber que hicimos una gran excepción al curarle la infección. Y que CRUEL hará lo que sea necesario cuando corresponda.
La mujer de voz aguda se rio. Ese fue uno de los sonidos más agradables que Thomas había escuchado en mucho tiempo.
–Thomas, si estás escuchando, no te entusiasmes demasiado. Estamos a punto de arrojarte otra vez al lugar del que te sacamos.
Las drogas que recorrían sus venas parecieron hacer efecto y sintió que entraba en un estado de felicidad. Intentó abrir los ojos, pero no pudo. Antes de perder la conciencia, escuchó una frase más, que venía de la primera mujer. Algo muy extraño.
–Es lo que habrías querido que hiciéramos.

Submundo-NewtmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora