бред

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[bred]

Delirium

 A veces simplemente me venían recuerdos a la mente. Olexei me dijo que poco a poco lo iría recordando todo cada vez más. No me importaba el pasado, hacía mucho tiempo que no le daba importancia a nada más que al despertarme y vivir ese día. Lo que nunca me dijo Olexei es que los recuerdos me aparecerían de esa forma.

El primero me atrapó una de esas veces en las que me perdía en la inmensidad del bosque de casa de mi tía. Por ese entonces mi yo interno estaba perdido en el mar Muerto de su propia existencia. Me adentré en sus profundidades  y oí un ruído seco y estridente, como de un balazo. «Época de caza» pensé.

Aun así, al oír ese ruído me agaché y mis manos taparon mis orejas. No sé cuantas horas pasé allí en el embarrado bosque pero cuando abrí los ojos mi cuerpo se había camuflado entre la maleza. No veía nada. El sueño que había tenido mientras estuve ausente fue lo que me hizo chillar desde el fondo de mis pulmones. Mi garganta, picaba, dolía y mis ojos estaban húmedos.

Lo siguiente que recuerdo es el hospital.

Pero eso no fue todo, durante los días que estuve ingresado cada vez que alguien hablaba me daban horribles pinchazos en la sien y me ponía a chillar cual loco.

Arrurú, Arrurú

Entre chillidos esas dos palabras eran las únicas distinguibles.

Mis pesadillas, desde entonces, son todas sobre lo que soñé aquel día estando ausente. Como es normal, aumentaron la medicación de aquel niño de diez años al cual quisieron detectar algun tipo de trastorno y encerrar en una institución de por vida. Triste pero real. Lillian consiguió que la dejaran llevarme a un psicólogo, pese a que yo ni siquiera hablaba por ese entonces. Iba seis días de siete a la semana con Olexei, un viejo amigo psicólogo de la família.

Yo estaba por así decirlo encerrado en mí mismo, y él sólo hacía eso, escucharme, sola y únicamente me escuchaba. Reinaba el silencio y aun así parecía prestarme más atención que cualquier persona que hubiese a mi alrededor, escuchaba mi silencio y parecía entenderlo cuando ni yo mismo lo hacía. Me ofrecía atención de ese tipo, de alguien que no me mirase con pena en los ojos. Acabé por creer que vivía en otro mundo, que Olexei no sabía que estaba delante de un desequilibrado con rasgos entre la psicosis y la neurosis, que por ese entonces no sabía qué significaban cuando lo decían los medicuchos, pero me hacía una ligera idea.

Después de meses de Olexei enviando informes falsos a esos loqueros en los que afirmaba mi increíble avance decidí hablar por primera vez en casi un año.

«No estoy loco» fue lo único que se me ocurrió sacar por mi boca. Hasta yo pegué un bote al sentir mi voz después de tanto tiempo. Fue lo único decente que pude pensar en ese momento cuando las paredes parecían engullirme por tan sólo atreverme a pronunciar esas tres palabras. Olexei me miró fijamente y torció sus labios en una pequeña sonrisa. Él lo sabía, sabía que aunque fuese él el único alguien creía en mi. Las paredes se recolocaron en su sitio, como si mi yo de entonces tuviese el poder de moverlas a su antojo.

Después de ese día, empecé a hablarle del cielo, de la tierra de cosas triviales, o no, que hicieron que en un mes no hubiese dejado de hablar sin parar sobre cualquier cosa que se me ocurriera. Le hablaba de juguetes, de libros, películas... muchas de ellas me las inventaba porque en casa seguía asumiendo mi papel de chico invisible contínuamente y no salía del cuartillo, donde gozaba de la única compañía que esa bodega me ofrecía. Aunque ya hacía tiempo que quería irme a la habitación, esa que Lillian había adornado y cuidado tanto para mi. Pero no era hora aún.

Crisálida ||l.s||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora