4.

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—... ¿ya llegaste? Qué bueno. Necesito que me ayudes con esto, Lilly.

Cuando la joven vio a su madre con aquellas dos cajas sobre sus brazos, se apresuró en aventar su mochila y tomó uno de esos pesados paquetes mientras le decía, regañándola.

—¿Qué te dijo el doctor de estar cargando cosas tan pesadas? Tú no entiendes. A veces pienso que te quieres lastimar a propósito, para que te den unos cuantos días extra de vacaciones.

—Ah, Lilly. No digas esas cosas—, la mujer llevó a su hija hasta la barra del comedor, en donde dejo su caja y se estiró un poco antes de agregar—. Lo que pasa es que no puedo dejar de hacer las cosas; ni siquiera por las sugerencias del doctor. Necesitamos el dinero.

La chica lanzó un suspiro y dejo su caja con un fuerte golpe.

—Lo odio. Si mis abuelos no fueran tan...

—¡Lilly! Basta —. Su madre tomó asiento en uno de los bancos—. Ahora no quiero pensar en eso, así que por favor no los traigas a la plática.

La chica alzó una ceja y habló.

—Déjame adivinar, ¿Otra vez te hablo el abuelo?

Su madre negó y se levantó rápido de su lugar. Su rostro no demostraba ningún sentimiento, pero sus ojos dejaban ver que no estaba tan tranquila como parecía.

—¿Quieres comer un subway? Yo invito.

Lilly lanzó un último suspiro y asintió. Sabía que en esos momentos, lo que necesitaba su madre era alejarse de sus problemas.

—Ok. Me quito el uniforme y nos vamos.



Una hora después, las dos se encontraban disfrutando de su comida en la terraza de un centro comercial. Hacía tiempo que el sol se había alejado de donde estaban sentadas, y aun así Lilly seguía sintiendo tanto calor como cuando el astro las castigo con su brillo.

—No hagas eso Liliana—, la chica dejo de rascarse el brazo y siguió comiendo, como si nada—. No sé porque, pero sigo creyendo que esa manía que tienes no es normal... Ninguna niña se pone a jalarse la piel con tanto ímpetu como tú.

—No puedo evitarlo. Tengo comezón en el brazo—, dijo la mencionada, con la boca bien llena de queso, albóndigas, pimientos y pan. Su subway favorito.

—Pues entonces intenta no hacerlo en público. Cada que te pones a rascarte, me dan ganas de atarte las manos a la mesa.

—Pero así no podría comer.

—jaja chistosita—, Lilly sonrió y siguió comiendo su enorme bocadillo.

A comparación de su madre, que siempre pedía los platos más sencillos que podía ver, ella prefería comer como si la vida se le fuera en ello. Adoraba la comida, y gracias a que había heredado la misma constitución de su padre, podía disfrutarla cuantas veces quisiera y sin engordar mucho. Aunque para estar segura, seguía asistiendo a clase de educación física por lo menos 3 veces a la semana. Algo que muchas de sus compañeras habían dejado por la paz, cuando esta se convirtió en clase optativa.

—¿Y bien? ¿Cómo estuvo tu día? ¿Pudiste hablar con tus compañeras?

La muchacha lanzó un puchero y torció la boca, a lo que su madre le dijo.

—¿Qué? ¿Ahora que dije?

Cuando Lilly terminó de pasarse el bocado, poso su mirada en el piso y habló.

—Siguen igual... no, más bien creo que se están poniendo peor.

—¿Tan mal está el asunto?

La chica asintió y le dio un gran trago a su refresco.

—Bueno, ¿Y qué paso con lo de hacer un nuevo amigo?

En ese punto, la castaña bajo la mirada y murmuró.

—Ya le estoy hablando a un chico del salón, pero hoy me invitó a ir con sus amigos y me dio pena...

—Así que no fuiste—, terminó su madre por ella, tomándose la cabeza—, Hay Lilly, ¿Qué demonios voy a hacer contigo?

—Quererme—, dijo la chica con una gran sonrisa, mostrando parte de la comida que se había atorado en sus dientes.

La mujer frente a ella elevó la mirada y dio por terminado el tema.

—Tú sabrás. Nada más no me vayas a llegar llorando un día con que no te di ni un solo consejo, porque si no te voy a acomodar un buen par de zapatillazos en...

—Obvio no, ¿Cuándo te he llegado así?

La mujer alzó una ceja y la señalo con el tenedor de plástico que traía en la mano.

—Ya te dije. Más te vale.

La puerta de la casa se abrió con un ligero rechinido. Tanto madre como hija se habían resistido a volver a su realidad, pero cuando el sol se oculto y se hizo claro que no podían seguir huyendo a sus problemas, volvieron al hogar con los ánimos un tanto decaídos.

Cada una pensando en sus propios problemas, pero sin manifestarlos en voz alta. Lilly había heredado mucho más de su madre de lo que creía, y esa era la prueba definitiva.

Dentro, la chica no tardó en correr al baño, alegando que había tomado demasiado refresco.

Cuando estuvo segura de que la puerta estaba bien cerrada, tomó asiento en la tapa del baño y enterró la cara en las palmas de sus manos. Se sentía demasiado confundida con lo que estaba viviendo, pero no estaba dispuesta a decirla más a su madre.

Podía notar que tenía unos cuantos problemas de más, y lo que menos quería era agobiarla.

Con esa resolución, se puso de pie y le jalo al baño para terminar frente al espejo de medio cuerpo, que reposaba arriba del lavabo.

—Bien, Lilly. Tú puedes hacerlo, solo apégate al plan y volverán a confiar en ti—, con un firme gesto y un asentimiento, la chica salió del baño; deseando que lo que estaba haciendo fuera lo correcto.

En la secundaria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora