13.

67 4 2
                                    


Lilly estaba tan apenada con el chico, que se llevó una mano a la cara para cubrirse la parte inferior de está.

—Lo siento. Soy una distraída... Te dejo el camión por mi culpa, y...

—Tranquila. No es nada que no se pueda solucionar. Nada más me subo a otro y ya—, dijo el chico, buscando entre sus cosas un poco más de dinero—. Más bien, la que iba a tener un problema más grande ibas a ser tú, o ¿Cómo pensabas entrar a tu casa sin las llaves? Por que supongo que esas son las que la abren, ¿o no?

—Sí, son esas—, la castaña alzó el llavero junto con el monedero—. Gracias, Antonio.

Los ojos del chico se abrieron un poco más de la cuenta, haciendo que las facciones del chico se suavizaran un poco, dejando ver por unos momentos la verdadera edad que tenía.

Lilly se dio cuenta y se apresuró a agregar.

—Lo siento, ¿dije algo malo?

—Para nada. Es que es la primera vez que me das las gracias y me llamas directamente por mi nombre.

La castaña sonrió con ganas y se quitó un mechón que bailaba frente a su campo de visión. De repente un escalofrío azotó su columna, enviándole ligeras sacudidas que esta asoció con el fuerte viento de otoño que ya estaba azotando a la ciudad.

—Bueno, como fue mi culpa el que te bajaras del camión me voy a esperar hasta que pase otro, y mientras podemos platicar un poco sobre el trabajo bimestral de biología. Ni siquiera sé lo que voy a hacer y ya estamos a nada de entregarlo.

Así, los dos dieron inicio a una conversación que duro largo tiempo. Cada que pasaba un nuevo camión tanto Lilly como Antonio buscaban pretextos para dejarlos ir, alegando que estaban discutiendo un punto de suma importancia.

Se encontraban tan entretenidos que cuando sonó el celular del chico, ambos se sorprendieron y terminaron riendo por un rato antes de que este contestara.

—Bueno... ¿Si?... Sí... Estoy viendo lo que un trabajo, con una compañera... Oh, ya... Entiendo... Está bien. Nos vemos.

Cuando el muchacho colgó, Lilly pudo darse cuenta de que su alegría se había apagado un poco. Habían pasado tanto tiempo platicando y riéndose, que se le hacía raro verlo otra vez con su clásica pose seria.

—¿Qué te dijeron? ¿Te regañaron?

El chico negó y se pasó una mano por los cabellos, alborotándoselos al tiempo que se quitaba las gafas y procedía a guardarlas en el estuche dentro de su mochila. Para Lilly fue raro verlo sin sus lentes. Parecía otra persona; mucho más joven y accesible que el Antonio de las clases.

—No. Nada más me preguntaron qué en donde estaba y me dijeron que me apurara, porque si no se iba a hacer oscuro.

Para dar fuerza a sus palabras el chico señalo al cielo. El sol había adquirido la tonalidad naranja, que delataba el tiempo que le faltaba para ocultarse.

—¡Demonios! ¿Pues qué hora es? Seguro que mi mamá ya llego a la casa... Ahora si me va a ir mal—, para dar mayor fuerza a sus palabras, el celular comenzó a sonar dentro de su mochila.

La castaña bailoteo en su lugar.

—¿No vas a contestar?

—No. Hazme caso, cuando mi madre se enoja da más miedo que la profesora Morales.

Ante la comparación, Antonio no pudo evitar reír.

—Eso sí que es llegar a extremos... Entonces, mejor me despido; no quiero que tú mamá Morales te regañe.

La castaña le dedicó una media sonrisa y asintió.

—Pues sí, pero que no te quepa duda que mañana seguiremos con la plática.

—Está bien. Nos vemos.

Con un rápido movimiento de manos, Antonio jaló a Lilly y le dio un rápido abrazo. El camión se estaba acercando a paso rápido.

—Nos vemos—, susurró Lilly. No se esperaba aquel gesto de su acompañante, pero no le desagrado.

Con una cabezada, Antonio se despidió y le hizo la parada al camión, subiendo a él. Este no tardo en ponerse en marcha de nuevo.

Este aun no se perdía entre los demás autos, pero Lilly ya se encontraba corriendo cual posesa, hacia su casa. La mochila rebotaba detrás de ella, y estaba casi segura de que su botella con agua estaría casi de cabeza por entre los libros y cuadernos.

Rogando para que su contenido no mojara nada, la castaña cruzó a caseta de vigilancia y saludo al policía en turno. Se metió en la segunda calle y con un fuerte jadeo, se detuvo en modesta casa beige de un piso, en donde vivía con su madre.

El carro de su progenitora ya estaba estacionado en la entrada, así que redujo su carrera a una caminata y se preparó para dar el montón de pretextos que, estaba segura, tendría que usar para que la señora no se enojara tanto con ella.

Apenas estaba girando el pomo de la puerta, cuando la voz de su madre sonó. Esta provenía de la cocina.

—Bonita hora de llegar. Pásate y ven a comer... Ya hablaremos luego.

Lilly lanzó un resoplido y cerró. Dejo la mochila junto a la puerta del baño y sacó su termo; por fortuna no se había abierto como otras veces. Un problema menos de que preocuparse.

Ahora faltaba el otro.

La comida fue más tensa que en otras veces. Lilly no sabía que había pasado con su mamá, pero suponía que era algo malo porque la mujer no había hablado en todo el rato.

Incomoda, tomó uno de los flanes que se encontraban en la nevera y se lo llevó a la mesa. Fue en ese momento que su progenitora por fin le dirigió la palabra.

—No sé qué te está pasando Lilly, pero no me gusta el giro que están tomando las cosas—, la chica alzó una ceja. — ¿Es cierto que abandonaste el equipo? Además, recibí una llamada de la madre de Mimí, diciendo que tú y tus nuevos amigos han estado amenazando a su hija... ¿Qué rayos te pasa? Tú no eres así, y no voy a permitir que otra vez te comportes como una rebelde, o peor, una abusadora.

—Mamá, eso no es...

—¡Basta! ¡No quiero más excusas! O te alejas de esos chicos o yo voy a tomar cartas sobre el asunto.

En la secundaria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora