15.

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Su madre no le dirigió la palabra en todo el trayecto hasta su casa. La mujer solo veía hacia enfrente, y de vez en cuando dejaba salir algún quejido.

Era claro que estaba molesta, pero no podía imaginarse el porqué de su enojo. No había hecho nada, como para que estuviera así con ella.

Ya se encontraba estacionando el auto en la entrada de la casa, cuando la señora por fin se decidió a hablar.

—Hoy llegue por ti al cuarto para las dos, y mientras salías me encontré con las madres de tus amigas...

—¿De mis amigas? Pero si tú no conoces a...

—De tus otras amigas. Tus primeras amigas, ¿O qué? ¿Ya se te olvido Mimí o Sandra? ¿Erika?

Lilly se llevó una mano a la cabeza y negó.

—Ma. Tú bien sabes que nunca me he llevado bien con Erika. Acuérdate que ella fue la que hizo que Mimí me dejara de hablar y...

—¿Y te has preguntado por que ya no te hablan?... Esos chicos que iban contigo hacen rato, ¿Son con los que te llevas ahora? ¿Los que están amenazando a tus amigas?

—Espera, eso no es cierto. Ellos no...

La mujer volteó a ver a su hija. En los ojos podía verse como su furia crecía, a la par que sus palabras subían de volumen.

—¿Sabes que me dijeron las madres? Me preguntaron si estaba teniendo problemas contigo. Dijeron que no podían creer como una niña tan buena se había vuelto la amiga de unos pandilleros como esos. ¡Pandilleros!... ¿Es en serio, Lilliana? ¿Cambiaste a tus amigos por ese tipo de personas?

—Tú no los conoces. Ellos me...

—¡Cuestionaron mi forma de educarte! Vamos, si hasta la mamá de Erika dijo que su hija le había llamado al teléfono hacia unos momentos, porque uno de tus amigos la amenazó y tenía miedo de que le fueran a hacer algo si se iba sola... ¡No es posible! ¡¿Te juntas con esa clase de personas?! Chicos que lastiman a las niñas, ¡Eso es el colmo!

—Que no, pero...

—¡Basta!

La palma de su madre temblaba. Pocas veces había visto a la mujer así de alterada, pero Lilly no quería que ella pensara así de sus amigos. No cuando lo que le habían dicho sobre sus amigos eran puras mentiras.

—Te dije que tuvieras cuidado y que te buscaras un nuevo amigo, no que terminaras juntándote con los revoltosos de la escuela... Lilliana, esto no puede seguir así. Ya no eres una niña de tres años a la que puedo estar cuidado a diario. Vas a alejarte de esas personas...

—No. Déjame explicarte lo que...

—¡Vas a alejarte de ellos!, ¿Ok? O si no me vas a obligar a tomar otras medidas.

—Pero déjame hablar. Tú no sabes cómo...

—No. No quiero saber nada más de ellos. Ahora, baja del auto. Le dije a mi supervisora que llegaría a tiempo.

Con la boca torcida y el ceño arrugado, Lilly hizo lo que madre le pidió y salió del auto. Ya se estaba abriendo la casa, cuando la mujer volvió a hablar.

—Hay comida en el refrigerador. Llego a las ocho.

Sin más, el vehículo revivió y la señora se alejó de su hija. Dejándola con un regusto amargo en la boca.

—Es que no lo entiendo, ¿Por qué demonios no me escucha? Desde hace días que esta toda molesta, y parece como si me estuviera echando la culpa de sus problemas.

—Dale tiempo. Tal vez esta estresada por el trabajo.

Lilly se paseaba por la sala de su casa, como si fuera un león enjaulado. Habían pasado un par de horas desde que su madre la había dejado, y aun no conseguía que se le bajara el enojo.

Por ello, se decidió a hablarle a la única persona a quien le podía confiar lo que sentía.

Su tía, Carolina.

Aunque no tenían lazos sanguíneos, la mujer se había ganado su confianza con el paso de los años; sobre todo porque llevaba más de quince años conociendo a su madre.

—Pero, ¿Por qué se pone así conmigo? No es mi culpa que Mimí y Erika sean unas mentirosas.

—Bueno, ¿Y le dijiste que todo eso que le habían comentado eran puras mentiras? Tal vez ella se lo creyó porque...

—No me dejo, tía. Nada más llego y me dejo, como si fuera un bulto.

La chica no tardó en cruzarse de brazos, al tiempo que arrugaba la boca.

—Entiendo... El problema es que no se si sea buena idea que yo me meta en esto, Lilliana. Tú mamá siempre ha sido muy discreta con estas cosas, y si comentó algo podría tomárselo a mal.

La muchacha lanzó un fuerte suspiro.

—No, tía. Yo sé eso —, paso a paso, se acercó al teléfono. — En realidad solo quería pedirte un consejo, sobre mis amigos.

—Oh, de acuerdo, ¿Qué me quieres preguntar?

La chica tomó aire y habló.

—No voy a alejarme de ellos. Me caen bien. El problema es que mi mamá me prohibió acercármeles—. La mujer al otro lado de la línea emitió un sonido de afirmación. — Ahora, ¿Tú crees que mi ma se enojara mucho cuando se entere de mi decisión? ¿Qué crees que haga? Y lo más importante, ¿Crees que estoy haciendo lo correcto? Yo... En verdad no quiero alejarme de mis nuevos amigos.

La mujer guardó silencio por un buen rato. Cuando Lilly pensó que Carolina ya no iba a decirle nada, la mujer lanzó un fuerte suspiro y dijo.

—La verdad... Creo que haces bien en defender a tus amigos de las habladurías de las que están siendo víctimas; pero de ahí a contradecir a tú mamá —. La señora carraspeo del otro lado del teléfono. — No sé si sea correcto el hacer eso. Si tú madre esta tan presionada y la relación entre ustedes se está volviendo difícil, tal vez, lo mejor sería explicarle lo que está sucediendo con tus antiguas amigas; es más fácil que le digas eso, a que la intentes convencer de que tus nuevos amigos no son como ella piensa.

—¿Tú crees? Bueno, ¿Y qué hago con mis amigos?

—Haz lo que tu creas correcto. Si quieres seguirles hablando, yo creo que estas en todo tu derecho.


En la secundaria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora